-Marcelo Colussi | ENSAYO–
El Psicoanálisis destrona al ser humano llamado normal, dueño de la verdad racional, de su pretendido sitial de honor. El descubrimiento del inconsciente muestra que no somos exactamente esos seres tan racionales que nos decimos ser, que decidimos nuestra vida. «Creemos que decimos lo que queremos, pero es lo que han querido los otros, más específicamente nuestra familia, que nos habla», afirma Lacan, principal seguidor de Freud. Este último decía que hablar de inconsciente es una de las grandes heridas al narcisismo. Una de ellas fue el descubrimiento copernicano, demostrando que no somos el centro del universo, sino que nuestro planeta es uno más de los que giran en torno al Sol. La otra herida la produce Charles Darwin al demostrar que no somos los privilegiados de la creación, sino que somos un elemento más de la cadena natural, producto de una evolución, que no estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. La idea de inconsciente es un nuevo golpe a esa fantasía de perfección: no decidimos tanto como creíamos, sino que nuestra vida está más bien decidida por una historia subjetiva y social que nos antecede. El marxismo, en otros términos, muestra también la alienación del sujeto.
Soy lo que soy no por producto de una elección sino por una historia que nos trasciende y determina. Por todo ello, el Psicoanálisis es subversivo. Es una confrontación para el sujeto, para su idea de normalidad, para su moral. Por supuesto, siempre hay una moralidad en juego, una ética en tanto tabla de valores, de leyes y principios que organizan la vida. En cualquier sociedad existe siempre un orden simbólico, un código ético, una moral (que, a veces, se podrá transgredir). Hay un mundo simbólico, códigos sociales a los que debemos entrar. La inmensa mayoría ingresamos, y a eso le llamamos neurosis. Tenemos miedo a decirnos neuróticos, pero eso es la normalidad: la posibilidad de ingresar al mundo de la ley humana, siempre con un manejable monto de angustia, algunos síntomas e inhibiciones que no impiden vivir (¿quién no tiene alguna «rareza»?). Quien no ingresa y queda encerrado en su propio mundo, es el psicótico, que vive en la alucinación, en el delirio. Hay un tercer grupo, muy pequeño, que ingresa a medias: por un lado «juega» a ser normal integrado respetando el orden social, legal, y por otro lo viola continuamente, lo transgrede. Eso es lo que llamamos psicopatía. Por ejemplo: un asesino, un violador, un estafador.
La inmensa mayoría entramos en los códigos sociales y vivimos en el medio de esas normas. En otros términos: la normalidad es una cuestión de adaptación –nunca falta de tropiezos e incomodidades– al marco socio-legal vigente. Los rasguños que deja esa incorporación constituyen el inconsciente. En síntesis: el Psicoanálisis, distinto a la Psiquiatría, no se empecina en clasificar y decidir –casi con valor de policía de la salud mental– quien está sano y quien no. No se empecina, porque esa búsqueda está fallida desde el inicio, pues así lo que se logra es una segmentación de la sociedad entre quienes sí están adaptados y son aptos para reproducirla, y quienes la cuestionan o caminan en su borde. El raro, el que no repite los códigos dominantes, es el «loco», y la Psiquiatría lo segrega mandándolo al manicomio, reduciéndolo con electrochoques, con medicación. O dándole «buenos consejos» (lo que también hace la Psicología llamada «positiva»). El Psicoanálisis, por el contrario, privilegia la palabra, escucha las «rarezas», con lo que ayuda a procesarlas.
No parte de una defensa de lo normal, de lo que debe ser, de lo «correcto» (¿lo sano?). Representa una pregunta abierta a la ética dominante, por eso es tan molesto, tan «insoportable». La sociedad «normal» no desea que se le muestren sus flaquezas; es más fácil sentirse siempre «sano», aunque sea mintiéndonos. El Psicoanálisis muestra esas flaquezas, para que nos hagamos cargo de ellas.
La idea de normalidad siempre hace agua, es una cuestión de adaptación a una «mentira» oficializada, legalizada, aceptada como dominante. Para trabajar con el sufrimiento humano, con los síntomas que pueden llegar a una consulta, la idea de «normal» o «enfermo» no son el mejor punto de partida. El Psicoanálisis es una invitación a que cada quien se pueda conocer, que haga consciente sus contenidos inconscientes encontrándole sentido a su sufrimiento, para modificarlo. Hablar de «sanos» y «enfermos» es una manera de mantener un ejercicio de poder, donde el que no entra en la norma, el que la cuestiona, el que la subvierte de algún modo, es descartable. Y la angustia cuestiona. Pero «la angustia», según Lacan, «es lo único que no engaña».
La Psicología positiva, la Psicología de la felicidad, busca la adaptación. El Psicoanálisis, por el contrario, es una pregunta abierta, una pregunta crítica a la normalidad, para demostrar lo cuestionable que hay siempre en los ejercicios de poder. Resumámoslo con esta provocativa pregunta de ejemplo: ¿por qué tiene que haber heteronormatividad? No existe una respuesta enteramente biológica, porque lo «instintivo-natural» está fallado; en todo caso, lo que se intenta mostrar es que las construcciones humanas son eso: construcciones. Por tanto, son cambiantes, históricas, producto de factores humanos y no biológicos, eternos. Mucho menos, designios divinos. Hablando podemos curarnos.
Continuará.
Aquí puede leer la entrega anterior, y aquí la siguiente.
Imagen principal tomada de Psychology today.
Marcelo Colussi

Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor. Página personal de Facebook.
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