Hablemos de Psicoanálisis (II)

-Marcelo Colussi | ENSAYO

Entre alguno de los prejuicios que existen en torno al Psicoanálisis, uno sumamente extendido es el que lo ve como un desaforado pansexualismo. En otros términos: se dice que todo se reduce a una explicación sexista, que Freud tenía -y alguna imagen ya famosa así lo pinta- «una mujer desnuda en la cabeza».

Esa fabulosa falacia obliga a definir con precisión qué entendemos por sexualidad. La concepción común sobre el tema, lo que decimos a diario sobre ello, tiene una base de corte biologista. Esa visión domina nuestra forma de entender las cosas: el positivismo del siglo XIX sigue vigente, amén de una consideración moralista que envuelve toda la cuestión. Dicho de otra forma: cuando hablamos de sexualidad humana tenemos a la mano la idea de un instinto que gobernaría nuestros actos: el macho de la especie busca a la hembra de la especie para dejar descendencia. Habría un modelo instintivista, biológico, que rige nuestra conducta. Pero en el ámbito humano las cosas no son tan sencillas: nos movemos por algo más que por la necesidad de procreación. ¿Por qué cubrimos los órganos genitales o tenemos prohibición del incesto (cosa que a los animales no les ocurre)? Ahí está la gran diferencia. Todo lo humano es una construcción, producto de una historia social, cultural. Somos animales civilizados.

Los humanos nos movemos por el deseo, un deseo, una búsqueda, una fuerza que continuamente nos lleva a buscar algo pero que nunca se termina de conseguir. ¿Por qué hay transgresión? ¿Por qué hay leyes, códigos sociales que reglan nuestra vida? No tenemos un instinto que nos asegura nuestro objeto sexual: el objeto sexual es siempre una búsqueda y puede ser cualquier cosa: un zapato, un ser humano del sexo opuesto, una parte de ese ser humano, una película pornográfica. Esa búsqueda, ese objeto, tiene que ver con el placer, que no se corresponde forzosamente con la necesidad biológica. Por ejemplo: hablamos de monogamia, pero los moteles están siempre llenos, a cualquier hora. Y raramente se va a un motel con la pareja oficial. ¿Por qué sucede esto? No hay fuerza instintiva que lo pueda explicar. De esa misma manera podríamos decir que se construye todo lo que tiene que ver con la sexualidad, que va de la mano del deseo, de la búsqueda de un objeto simbólico que puede ser cualquier cosa. En la sexualidad humana entra siempre un elemento de incomodidad: ¿por qué tapamos siempre, en cualquier cultura, los órganos genitales? ¿Por qué la sexualidad está asociada con algo tabú, sucio, pecaminoso? ¿Por qué nos cuesta tanto hablar de eso, y nos pasamos la vida haciendo chistes sobre el asunto? Definitivamente asistimos ahí en una represión social (pensemos en todos los prejuicios que existen al respecto).

Pues bien: porque la sexualidad demuestra de un modo evidente la finitud de lo humano. Es por eso que tapamos, que cubrimos los órganos genitales externos que dejan ver esa diferencia. La fantasía de completud, poder ser todo, desfallece ante la realidad sexual anatómica: somos una cosa u otra, machos o hembras, que por un largo proceso civilizatorio nos transformamos en caballeros o damas, respetando códigos sociales como el incesto. Ese largo y complejo proceso, nunca falto de dificultades, de tropiezos, de rasguños, da como resultado, por ejemplo, una dama como mamá, y la niña cuando crezca y «tome toda la sopa», podrá tener su «papacito», que no es el padre real de carne y hueso; o podrá llegar a ser, quizá, todo un señor como papá, teniendo su «mamacita» una vez que tome toda la sopa y adquiera los estandartes fijados como normales.

Con todo esto queremos significar que la sexualidad en modo alguno queda explicada por lo biológico. La muñeca inflable, el vibromasajeador, la infidelidad conyugal o los interminables problemas que vienen conexos con esta esfera humana, se articulan con esa compleja construcción que hace de la cría humana un ser adaptado, o no, a su realidad circundante. La carga genética no da cuenta de esos procesos: el voto de castidad ¿es algo natural?, ¿cómo debe ser el matrimonio: monogámico, o privilegiamos el harem, o quizá la pareja abierta, eso que ahora llamamos poliamor?, ¿hasta qué edad decimos que es «normal» la masturbación? Nada de esto lo explica la Biología.

Para resumir: la sexualidad es el talón de Aquiles de todos los seres humanos porque muestra de modo más que patente la finitud. Como dijo un psicoanalista francés, Jean Laplanche: «el instinto está “pervertido” por lo social». Cuando hablamos de la sexualidad –y nos pasamos muy buena parte de nuestra vida hablando de eso, y cuando no nos ven en el baño público, también escribiendo sobre esto, siempre en forma de chiste grosero–, cuando hablamos de estos temas, cuando nos referimos a este campo, estamos ante la demostración de nuestra finitud. Por eso nos angustia. El Psicoanálisis trata de eso: de la finitud del sujeto humano, de su angustia ante eso, que se expresa con síntomas. La impotencia masculina o la frigidez femenina, como todo síntoma psicológico, hablan de esa finitud, de la dificultad de lidiar con el ingreso al mundo simbólico, a la cultura.


Continuará.

Aquí puede leer la entrega anterior, y aquí la siguiente.

Fotografía principal tomada de Pía Battaglia.

Marcelo Colussi

Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor. Página personal de Facebook.

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