Hablando de desastres… sucumbir ante el sistema K

Enrique Castellanos | Política y sociedad / ENTRE LETRAS

¿Cuánto consumes, cuánto vales?, cada persona equivale a un número, una cifra, un dato estadístico de mercado en la sociedad de consumo mundial.

Férrea etapa por la que aún pasamos. No escapó nadie a esta hecatombe. Ni por más que intente refugiarse en algunas obstinadas maneras de vivir prudente, con mesura, moderación o ecuanimidad. Ni por más que algunos sectores de la sociedad se empecinen en proponer una firme convicción de sobriedad, de no consumo, o consumir inteligentemente. Buenos intentos que develan otras realidades de cuan dura es la batalla contra un fenómeno invisible que inunda todos los días y a cada segundo grotesca o sutilmente el espacio vital, personal y colectivo. Aunque no se quiera.

Cuando este sistema surgió y fue llegando de a poco a nuestra latitud, pocos imaginaban la violencia de su poder destructivo. Cortos se quedaron los pronósticos. En las décadas del setenta y ochenta, y en medio de la sobrevivencia al otro sistema de represión y opresión, se fue instalando al ritmo de acontecimientos mundiales. En Guatemala, a partir de los noventas, su ferocidad se instaló como la luz de un rayo. Su llegada fue tan vertiginosa (como camioneta quichelense), que a la mayor parte de la gente le agarró desprevenida. Los llamados Acuerdos de Paz generaron la pieza que faltaba y pista libre, ya no hubo fuerza capaz de detenerlo. Vino la absolutización del mercado, había que tocarlo todo y convertirlo en mercancía. Su gran objetivo fue “la forma de vida” no importando el nivel o clase social a la que se pertenezca.

Nadie preparó a nadie para los efectos primarios y secundarios que tendría. Las consecuencias han sido inmediatas: la nueva riqueza se yergue sobre la base de la ampliación de la pobreza, extrema pobreza e inequidad.

Fue tras la forma de vida de las personas, sin importar su ubicación en la pirámide. Algún dinero debían tener los grandes conglomerados para exprimirlo. Sus tiendas reglamentariamente ordenadas daban cabida a toda la sociedad. Unos podían subir una grada, o aspirar a doble grada (con tarjetas de crédito). Otros bajar un poco (según su conveniencia) y husmear como viven los de abajo. (Se han visto Mercedes Benz y BMW el día en que se abre paca).

El estatus vende. El sistema llegó con su varita irradiando una nueva concepción del hombre y la mujer moderna. Todo aquel que sea capaz de consumir tiene ganado el reino de los cielos en esta tierra de prosperidad. Mientras más consumas más próspero serás. Las iglesias aprovecharon que Guatemala es el cuarto lugar en el mundo en vulnerabilidades para vendernos un paraíso terrenal que no está aquí en este mundo.

El sistema dijo al Estado que no se metiera en los asuntos del consumo, le recortó cualquier política social. Los pobres son pobres porque quieren y les gusta serlo, dijo. Le dio cancha a los favores de la corrupción. La buena salud no vende dijo, la gente debe enfermarse más. Se analizó que el miedo vende mucho. El sistema pierde si la gente no experimenta miedo.

Disminuyó las funciones del Estado y dio paso a la libre movilidad de capital. Su palabra clave fue privatización. Entonces, ¿de qué sistema se habla? Sí. El oprobioso, el bestial, el aniquilador, el ignominioso, el exterminador. Sus anteriores bases se conocen muy bien: explotación, exclusión, opresión, represión.

Se construyeron las élites económicas y políticas para sí. Con su propia historia y su propia memoria. Las crearon, las hicieron a su semejanza, las manipularon y las impusieron. Haciendo creer a todos que era también su sistema. Que ahí estaba su identidad representada. Nos tocaron en las emociones, se apropiaron de nuestros afectos. Fueron moldeando nuestra manera de sentir con su modelo de educación y su sistema de medios de comunicación masivos, ruidosos y sensacionalistas. Nos fueron relajando con doctrinas de iglesias de mármol y cemento y con otras novedosas donde se podía cantar y bailar. Había que expandir la fe, mientras más culto mejor.

Convirtieron el luto y el dolor en mercancía. Nos inventaron fechas, celebraciones, acontecimientos, conmemoraciones, rituales, mitos, tabúes, costumbres. Fueron hilvanando una psique nacional (por estar dentro del territorio) sin alegrías. La tristeza se puede vender, dijeron. Y pensaron también en cómo vender y vendernos el egoísmo, el individualismo, el fraccionalismo, el sectarismo. Inventaron escuelas para enseñar el prejuicio, la preferencia, el favoritismo. Cómo ser competitivos (según las élites), aprovechándose de los demás. Los pobres no tienen dinero pero comen, algo deberán comer para estar. Vino, entonces, la compasión y la compasión también se vende. Solo hay que tocar un alma que tenga un poco de dinero o tarjetas de crédito y… hecho. ¡Se vende! La clave está en encontrar la relación tarjeta y lágrima.

En sus escuelas también se enseña la soberbia. Ojo, porque vende poco, dicen los expertos en soberbia. Entre compasión y soberbia, el sistema se queda con lo que más duele. La envidia, hermana de nadie y prima de todos, es especialmente enseñada. El método de mucho, poco y nada, es su esencia. ¿Quién tiene menos?, y, ¿quién quiere más?, y, ¿cómo puedes lograrlo? (En sus escuelas se enseña eso). Tienes que ver tu suerte. Aquí el tiempo, lugar y familia en que naciste tiene mucho que ver. Pero tu suerte puede cambiar con un poquito de envidia que le pongas, dice el sistema. Las personas que imponen su podercito son triunfadoras. Te tendrán algo parecido a un cierto miedo, que inunda el espacio por donde camines. Mejor si gritas y haces notar el podercito que tienes. Por algo estás dónde estás, porque te ha costado. Claro que pasaste las escuelas del sistema. Recuerda que en el “libre mercado” el que grita más alto, vende más.

En el sistema de consumo y opresión, una cosa es la teoría y otra la práctica. La teoría deja ver que le interesa el bienestar de las mayorías, lo que en la práctica es difuminado por la voracidad. La teoría del liberalismo clásico palidece ante tan engañosa práctica. La esencia de este sistema no da cabida a otro objetivo que no sea el de ampliar a lo eterno sus márgenes de lucro, de ganancia y bienestar para sí. Una vez que naturalizan esa esencia lo quieren todo. Devienen los subsistemas para obtener siempre la máxima ventaja.

El sistema amorfo y abstracto como es, cobra concreción en el acto puro y duro de compra-venta. Sin ojos pero todo lo ve. Todo lo olfatea (cual bestia), todo lo percibe, intuye y busca la manera de convertirlo en mercancía. Puedes ser una persona con muchos valores de humanismo, pero si no tienes dinero para comprar, no le interesas al sistema. Eres una cosa sin sentido y aburrida. Aun así, algo intentará sacarte. En su lógica, no existe la coherencia de vida; no hay equilibrio entre el sobrio pensar y el equilibrio del presupuesto mensual y la moderación de tu comodidad. Según el estilo de vida que elegiste, te cobrará. Te ofertará cosas que no necesitas, disfrazadas para fortalecer tu cultura. Abonará a tu mesura y circunspección. Adulará tu sencillez hasta que rompas con la abstinencia. Esa palabra no existe para el sistema. Grotescamente, a las personas que engordó, les cobra su frugalidad, las saca del camino a islas especiales donde les satura con métodos, tratamientos, dietas y medicina de restauración.

Con la globalización vinieron sus tiendas, sus marcas, su tecnología. Atrapando esperanzas, atrapó a incautos, a pobres, a ricos a todas las mesuras posibles. Una vez que entras no sales. Una vez que caes sigues ahí agachado, viendo el suelo. Una vez que te gusta solo quieres más y más. El sistema nos ofrece sus tiendas y megatiendas y metrotiendas. La cadena de suministros de productos y mercadería llegó al tope, ya no hay donde rotar el inventario, entonces inventaron las tiendas de deshechos, de sobras, de fallas, de apachones, de costuras rotas. (Algo que no salió bien en la maquiladora). Si tiene un apachón no se puede perder, el sistema nunca pierde, está hecho para no perder, que pierdan otros. (La rentabilidad debe estar asegurada hasta el último hálito de obsolescencia planificada de las cosas para obtener ganancia).

Para una sociedad estratificada (dividida en clases), el sistema ha dispuesto la diversidad. Todo mundo puede comprar siempre que tenga como pagar el precio de su osadía. Hay tiendas prime, tiendas light, online, de recuerdos, corporativas, virtuales con carrito incorporado. Tiendas retro, futuristas. Verdes, moradas, vegetarianas. De catálogo, de cadenas, tiendas en cascada, piramidales. Tiendas de conveniencia (para quién), tiendas de descuentos, supertiendas, hipertiendas, de membrecía, etcétera.

Luego vinieron con su tecnología, su informática, sus comunicaciones. Hoy, sus redes campean de montaña en montaña, pasando por ciudades, valles y rincones. Entran a las laderas, a los parajes, a los barrancos. Es el tiempo de las redes atrapasueños o atrapapobres, ese vasto conglomerado no podía irse de este mundo sin pagar su cuota pre y pospago, dicen los impulsores de los consorcios del aparatito de mano. ¡Qué bonito y bien se siente tener un aparatito en tu blanda y suave mano! O, en la tosca y sudada mano del obrero. Da igual. Se vende.

Sabemos que Guatemala es un país inmensamente rico en recursos de todo tipo y que alcanzaría para que viviéramos con altos satisfactores. Lo que para nada queda claro es que la riqueza producida principalmente beneficia a los dueños del capital (privilegio de dueño o patrón, diría el empresariado ricardiano). Ya sea nacional o globalizado.

Ya hubo un proceso en Guatemala en el que políticos no despegados del pueblo, con un partido de trabajadores y campesinos, impulsaron una revolución democrático-burguesa, iniciando un Estado de bienestar para las mayorías y clase media. El objetivo era nivelar, equilibrar, hacer un desarrollo con equidad, modernizar el capitalismo, pero no solo para las 14 familias y las superpotencias mundiales. El actual y sobrevalorado sistema de éxito no logra detener a miles y miles de migrantes, no baja el racismo y la discriminación, no baja la pobreza y superpobreza. Sube el miedo al futuro.


Foto de Enrique Castellanos (Santa Avelina, San Juan Cotzal. Quiché).

Enrique Castellanos

Estudios de Historia, educador popular, promotor del desarrollo. Voluntario de cambios estructurales y utopías.

Entre letras

4 Commentarios

Byron Gramajo 21/07/2018

Que tema tan difícil de tocar y tan amplio para comentar.
Me gustó mucho la forma como lo quedaste

juanemilio 21/07/2018

Hace unos días… hablaba de la posmodernidad en clave sencilla… y hacia donde íbamos como humanidad… y como pais, y su relación con la migración y tantos temas q se debieron
de haber cambiado ya con los acuerdos de paz.. y tantos compañeros q ya no están con sus familias… y muchas cosas mas… Mi interlocutor .. me comentaba.. «no todo está mal…»
Tú artículo me servirá como otro punto de vista… de una misma crisis.. Pero sobre todo como una propuesta… Felicitaciones Quique!¡

Fabiola 21/07/2018

Muy buena descripcion de una dura realidad, donde el fuerte jamas pierde.

Doriss 21/07/2018

Para tomar consciencia, más claro….imposible.
De nuevo felicitaciones Luisen y gracias por su aporte pues ésto sinceramente va incrementado mi capacidad de reflexión y creatividad como persona y más adelante como profesional para también dar mi aporte a la sociedad.

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