Sindy Hernández Bonilla | Para no extinguirnos / SIMBIOSIS
La población guatemalteca es altamente creyente y practica alguna religión. Solo en 2010 el Pew Research Center’s Religion Public Life Project registró que el 95.2 % de los guatemaltecos eran cristianos (58.2 % católicos y 35.6 % protestantes), para entonces la población ascendía a14.4 millones, según proyecciones del Instituto Nacional de Estadística.
Win/Gallup International (2017) en su encuesta sobre religiosidad ubicó a Guatemala como el tercer país más religioso de América Latina, con 88 %; en segundo lugar Bolivia (89 %) y con 92 % encabezando Paraguay. Por el contrario, entre los menos religiosos ubicó a Uruguay con el 41 %, seguido de Argentina (66 %) y Chile (70 %).
Tan creyente es la población guatemalteca que diputados y diputadas buscan manipular de manera perversa esas convicciones religiosas para obtener réditos políticos a través del establecimiento del «día de la oración», cada primer sábado de noviembre, con la iniciativa de ley 5499, la cual ya tiene dictamen favorable de la Comisión de Legislación y Puntos Constitucionales del Congreso de la República. La iniciativa busca convertir la oración en «un acto espiritual por nuestra nación, nuestras autoridades y con la familia como base fundamental de la sociedad».
Pero la población guatemalteca, además de ser muy religiosa, es una sociedad con grandes desigualdades, desempleada, desnutrida, pobre, y ello se debe, entre otros factores, a la debilidad de sus instituciones públicas, a la corrupción, a la impunidad, a la falta de un Estado que atienda las necesidades fundamentales de su población.
Por ello, como lo explican académicos dedicados al estudio de las religiones, la religión se convierte en un alivio, en un consuelo ante situaciones de pobreza y la ausencia del Estado, porque ayuda a las personas a encontrar esperanza, armonía y bienestar. Jaco Beyers lo argumenta en su artículo The effect of religion on poverty.
Tom Rees, por su parte, señala que las condiciones económicas de inseguridad como la baja expectativa de vida, la alta mortalidad infantil, los altos niveles de criminalidad, la corrupción y las altas tasas de aborto, tienen un efecto determinante en el aumento de la religiosidad. La religión se convierte en un andamio social, en una ayuda espiritual en situaciones traumáticas o estresantes, de precariedad, que puede aliviar e incluso ayudar a aceptar dicha condición.
El riesgo, con esto, es el conformismo y dejar de exigir al Estado, a los gobernantes y legisladores el cumplimiento de sus obligaciones, la garantía de los derechos a su población. ¿Podremos tener un país religioso pero no conformista? ¿Un país que garantiza la igualdad, respeta al otro, en donde no se deja morir de hambre al prójimo? ¿Un país en el que se respeta su riqueza natural y cultural?
La fe de los creyentes es importante tanto como claridad en que deben demandar a sus gobernantes aquello que es obligatorio, necesario y urgente para el país. Solo así se podrá decir que Guatemala además de ser un país, religioso, es sano, escolarizado y que garantiza el respeto pleno de los derechos de sus ciudadanos.
Sindy Hernández Bonilla

Amo la naturaleza y por ende la vida. Me apasiona trabajar y siempre estoy aprendiendo. Tomo en serio y empeño lo que hago: el trabajo, mis relaciones, mi entorno. Escribir es un ejercicio que además de estimular mi creatividad, permite compartir algunas de mis inquietudes y reflexiones principalmente de la biología o la ecología.
Un Commentario
Se ha caído en el conformismo y eso induce al acomodo sin importar el resto. Todo se le deja a Dios y el religioso pierde su valor en si mismo. A eso nos conduce la religión, nos expropia nuestra voluntad anulando nuestro libre albedrío y nos somete a aceptar el futuro cual sistema monárquico como antaño. Dicen que se haga la voluntad de Dios pero no se escudriña el aúdate que yo te ayudaré; es cuestión de sensibilización, educación y formación.
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