Guatemala, la eterna primavera

Rafael Cuevas Molina | Política y sociedad / AL PIE DEL CAÑÓN

«País de la eterna primavera» o «diez años de primavera en el país de la eterna tiranía». La primavera siempre dando vueltas en el imaginario guatemalteco, la primavera como sinónimo de vergel, de paraíso, de lugar apetecible para vivir, de sitio en el que uno quisiera ver crecer a los hijos. ¡Pamplinas! Guatemala es todo lo contrario, por lo menos para la inmensa mayoría de sus habitantes, tal vez no para algunos, los de siempre, ese puñadito aislado de su propio país.

Más allá de las murallas de los condominios en donde vive el puñadito, Guatemala es una vergüenza, un antro de muerte y de miseria, en donde ser mujer es un riesgo, ser indio una condena y tener pensamiento de izquierda una marca.

No hay estadística mundial de repartición de la riqueza, de violencia, de educación, de salud, de lo que se quiera, en la que Guatemala no aparezca a la cola de todos, codeándose los últimos puestos con Haití, Uzbekistán o Uganda.

«Guatelinda», «Guatebella», ¿realmente piensan que con eslóganes pendejos como esos van a tapar el sol? Ese sol que alumbra a las mujeres asesinadas y ¡desmembradas!, como en la peor película de horror, que aparecen metidas en bolsas de basura en cualquier callejón, mujeres desechables, prescindibles; mujeres basura. ¡«Guatebella»! Guatespantosa, Guateinivivible, Guate… mala.

Mientras la pierna de la última mujer descuartizada sobresale de la bolsa en la que la dejaron abandonada, en el Congreso de la República, un fantoche con pinta de muñeco de ventrílocuo propone hacer borrón y cuenta nueva con los crímenes cuyas huellas siguen apareciendo, día a día, en fosas comunes llenas de esqueletos de ancianos, mujeres y niños. Esa es la primavera del señor-pelo-teñido, del doncito-corbata-de-pajarito: la primavera de sacar a sus amigotes asesinos de la cárcel, la primavera de «a mí qué me importa», la primavera de «total, si a los que mataron no eran más que un montón de comunistas y de indios».

Del país de la eterna primavera no se van más que los que quieren. Los que se van de vacaciones, los que «buscan mejorar su nivel de vida», como sin ningún desparpajo se dejó decir el segundo de a bordo del payasito. Se van caminandito para hacer ejercicio, para cuidar su estado físico, para llegar en mejores condiciones y realizar a plenitud su sueño americano. Qué maravilla eso de poder escoger como escogen los guatemaltecos: entre el «gran país del norte» y el país de la eterna primavera.

«Pequeña patria mía, dulce tormenta…», no hay forma que dejen de nacerte hijos como los que se lamentó el poeta que te nacieran, ni manera que los que orinan tus muros paguen por sus crímenes. En esas estamos, aún en invierno, lejos de la primavera.


Rafael Cuevas Molina

Profesor-investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Costa Rica. Escritor y pintor.

Al pie del cañón

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