Guatemala la dulce, donde leer y escribir sigue siendo un lujo

Francisco Cabrera Romero | Política y sociedad / CASETA DE VIGÍA

En el Diccionario de Paulo Freire, Liana da Silva Borges (2008), señala los principales elementos que dan la naturaleza de la interpretación freiriana: «la alfabetización es un acto de conocimiento, de creación y no de memorización mecánica».

Debe ser Freire quien mejor entendió, en su época, la complejidad y los alcances del proceso alfabetizador y su inseparable vínculo con la política, especialmente con la democracia de la vida cotidiana: «situaciones locales que abren perspectivas para el análisis de los problemas regionales y nacionales».

Muchos y muy diversos programas y planes de alfabetización han delineado el mapa de América Latina y el Caribe, una y otra vez. Pero marcan época la Campaña Nacional de Alfabetización de Cuba (1961) y las innovaciones del propio Freire en Brasil (1957-1964), pasando por la gran Cruzada Nacional de Alfabetización en la Nicaragua de los años ochenta, hasta el Plan Nacional de Alfabetización Quisqueya Aprende Contigo, que se realiza ahora mismo en República Dominicana.

También ha habido programas transnacionales como el Paeba, en los años noventa, y más recientemente el Yo sí puedo.

A pesar de esto, leer y escribir sigue siendo un imposible para casi cuarenta millones de personas en la región. Muchos de los programas chocan contra una realidad que no comprenden.

El analfabetismo es una característica de la profunda y sistemática marginalidad en la que nuestros países mantienen a amplios sectores. Por regla general, un analfabeto es un excluido de las posibilidades de desarrollo económico. Situado en la marginalidad de los cinturones urbanos o en la ruralidad más acentuada.

No solo le falta alfabeto. Le falta salud, derechos laborales, tierra, acceso a crédito decente, acceso a capacitación técnica y también le falta el respeto de la clase política y de la clase dominante. En fin, le faltan muchas cosas.

La tarea de llevar las oportunidades de aprendizaje permanente no se ha entendido bien. Hasta hoy, los mayores esfuerzos se siguen haciendo en la alfabetización inicial que concluye con un diploma. Más de una vez se ha mostrado que esa insipiente alfabetización se pierde rápidamente si no hay acciones sostenibles que permitan seguir aprendiendo y tener donde utilizar lo aprendido.

Guatemala reporta oficialmente 12.3 % (hay departamentos arriba de 25 %) de analfabetismo en la población de quince y más años. Se trata de una cifra todavía muy alta aun para esta región. Pero resulta un indicador dudoso, que fácilmente podría duplicarse si se aplicaran métodos más rigurosos de medida.

En 1950, de acuerdo con la Unesco (1970), Guatemala exhibía un escandaloso 70.6 % de analfabetismo. Eran los años del período revolucionario y no debe haber sido nada sencillo tratar de sacar adelante al país con condiciones educativas que correspondían a otro siglo.

De acuerdo con González Fonseca (2011), ese es el dato que Francia tenía en 1720. Pero estos son los datos nacionales, lo que significa que en Guatemala debe haber habido departamentos y municipios que tenían porcentajes equivalentes a la Edad Media europea o peor.

En el mismo año. El Salvador reportaba 59 %, Brasil 50.4 %, Paraguay 34.2 % y Costa Rica 20.6 %. En todos los casos, las mujeres presentaban niveles más altos que el promedio.

Guatemala, siempre muy por debajo de la media regional, Se caracterizó por la falta de acciones oportunas y contundentes. Hasta hoy, la mayoría de los esfuerzos de alfabetización se realizan en castellano, chocando con la realidad de la diversidad lingüística. Los programas no se adaptan, se espera que la población adapte sus necesidades a los programas.

Ese 12.3 % (suponiendo que sea real) significa que estamos en el nivel que Francia tenía hace 158 años. Aun siendo Francia es un país mayormente católico y que los países católicos accedieron a la alfabetización más lentamente que los protestantes (lo que será materia de un siguiente artículo).

La falta de alfabetización está ligada a la baja escolaridad. De acuerdo con el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, la escolaridad promedio de las personas de quince años o más, en 2014, era de 6 años para los hombres y 5.3 para las mujeres. En departamentos como Sololá, Quiché, Huehuetenango, Totonicapán y Jalapa la escolaridad de promedio de las mujeres es 4.

Esto significa que muchas personas no han terminado la escuela primaria, lo que sugiere que en la práctica cotidiana no está el uso de la lectura y la escritura. Por lo tanto, están en un nivel muy básico de alfabetización.

El 12.3 % representa prácticamente un millón cuatrocientas mil personas (de quince o más años). No es poco, y en cambio es una tarea sumamente compleja. Sin institución capaz de enfrentar la situación. Una necesidad absolutamente relegada.

La falta de alfabeto en un número tan grande de habitantes es consecuencia de una serie de factores estructurales perpetuados. Tiene consecuencias directas en el tipo y calidad de la democracia, la concentración de la economía, la cultura y en la lenta evolución de la calidad de vida.

No basta con tratar de acabar con el analfabetismo. Es necesario acabar con las condiciones que lo provocan.


Fotografía principal por Francisco Cabrera.

Francisco Cabrera Romero

Educador y consultor. Comprometido con la educación como práctica de la libertad, los derechos humanos y los procesos transformadores. Aprendiente constante de las ideas de Paulo Freire y de la educación crítica. Me entusiasman Nietszche y Marx. No por perfectos, sino por provocadores de ideas.

Caseta de vigía

0 Commentarios

Dejar un comentario