Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL
Allá por los lejanos años 70, un grupo de ingeniosos amigos izquierdistas publicaba una revista de contenido político, amenamente ilustrada en forma de cómic y con textos sencillos y comprensibles. En uno de esos números, intitulado igual que esta columna, se planteaba la crisis en el servicio de agua potable que tarde o temprano iba a padecer este espacio urbano. Lamentablemente, aquella profecía técnica se cumplió para desgracia nuestra. La Cucaracha se llamaba la publicación.
Ahora, cuando faltan pocas semanas para que concluya el primer turno de elecciones, y tomando en cuenta la intención de voto recogida en algunas encuestas realizadas por firmas reconocidas y con base también en mi experiencia particular en eventos electorales en la capital, parece seguro el fin de la larguísima noche triste del arzuísmo unionista para dar paso a una era encabezada por el candidato Roberto González, «Canela», quien tienen una sólida ventaja sobre sus oponentes.
Probablemente González no represente el cambio que muchos esperan y le objetan que en algún momento de su carrera estuvo vinculado al exalcalde y expresidente Óscar Berger. Empero, aunque en la contienda hay varias candidaturas buenas, está claro que ninguna tiene posibilidades de conquistar el voto citadino. Jamás en la era democrática se ha visto que una elección por la alcaldía se revierta a estas alturas. Es un hecho que la población decidió y, salvo algún colosal e imprevisible acontecimiento, nada hará que cambie la tendencia actual.
Nos corresponde preguntarnos, entonces, entre todos los problemas graves que aquejan a nuestra ciudad ¿tendrá González la capacidad, conocimiento y carácter necesarios para enfrentarlos con el éxito que esperan los capitalinos? Habrá que agregar que el próximo jefe del Ayuntamiento tendrá el imperativo de mantener relaciones positivas y recíprocas con el futuro presidente(a), porque la Municipalidad juega un rol importantísimo en la gobernabilidad del país, en la medida que pueda cumplir su función de brindar satisfactores a la población mayoritaria del territorio.
Pregunto lo anterior porque luego de la experiencia arzuísta, el legado para los habitantes de la metrópoli es el de una ciudad con un parecido extraordinario a un sepulcro blanqueado. Aquí abundan los espacios decorados, pero la pestilencia del relleno sanitario es insufrible. Hay algunos espacios verdes bonitos, pero el servicio de transporte público es una tortura inaceptable. Se cuenta con abundantes pasos a desnivel, pero solo temporalmente resuelven el nudo gordiano del congestionamiento vehicular.
Todos estos problemas son el resultado de pobres criterios urbanísticos, pero entre todos, quizá el principal es la ausencia de una ruta definida para el municipio, que nos sirva de guía para orientar y enfrentar las demandas humanas futuras en la metrópoli… el acceso al agua, por ejemplo.
Este último problema, a mi entender, es el que debería tener mayor relevancia en el debate actual por la alcaldía. Se puede sufrir y hasta tener tolerancia monacal hacia el agudo conflicto que nos causa el pesado tráfico. Se puede maldecir ante el deplorable servicio de transporte urbano. Se puede, igualmente, despotricar a causa de los malos olores emanados desde el relleno sanitario. Pero lo que no se puede, es vivir en medio de las dificultades que conlleva la falta de agua en la ciudad, un problema que nunca ha sido debidamente abordado, pero que en los últimos tiempos alcanzó niveles de alarma y amenaza con llegar a dimensiones críticas.
En meses recientes, se ha hecho público el clamor de los habitantes de las zonas 3, 5, 6, 7, 11, 12 y 21 y, ¡ojo!, en Llanos de Arrazola y varios sectores de la zona 15, quienes ahora saben del sacrificio de comprar agua a camiones, de abastecerse en toneles o de desvelarse para acarrear o recolectar en recipientes. Semejante drama, de serias repercusiones humanas y económicas, seguiría siendo desconocido para dichos pobladores si la Muni hubiese seguido los lineamientos trazados por alcaldes y técnicos que desde allá por los años 70 advirtieron del problema que, tarde o temprano, se nos vendría a los capitalinos.
Cuando Manuel Colom Argueta fue alcalde –visionario y estadista al fin– se ocupó de modernizar la infraestructura urbana, con base en los proyectos trazados años antes de su llegada por ingenieros de la talla de Raúl Aguilar Batres, pero también se preocupó de atender una institucionalidad capaz de planificar, prever y proponer soluciones para el enorme problema de la escasez de agua que habría de enfrentar esta metrópoli en continua expansión macrocefálica.
Por ello, Manuel desarticuló la vetusta e inoperante Dirección de Aguas y Drenajes y en su lugar creó la Empresa Municipal de Agua –Empagua–, acciones paralelas al diseño del Esquema Director de Ordenamiento Metropolitano (EDOM 1972-2000) y el Plan Maestro de Abastecimiento de Agua (Plamabag), finalizado posteriormente, en 1982, durante la gestión del ingeniero José Ángel Lee.
El Plamabag contemplaba, entre una diversidad de propuestas, los grandes proyectos denominados CUMO I y II, consistentes en traer agua a la capital por sistemas de gravedad desde los ríos Cuilco y Motagua. Una iniciativa de alto costo y largo plazo, por supuesto, pero factible de realización, según lo demostró el exitoso proyecto Xayá-Pixcayá que viene desde Chimaltenango hasta la planta de tratamiento Lo de Coy, en el kilómetro 17.5 de la carretera Interamericana.
Sin embargo, al llegar Arzú a la alcaldía, en 1986, con su mentalidad cortoplacista, mandó al archivo muerto el Plamabag y se dedicó a la perforación de pozos a diestra y siniestra, logrando que en dos décadas se agotara el manto freático de la capital. Esta opción estaba contemplada en dicho Plan Maestro, en los programas Emergencia I y II, pero se trataba de una etapa paulatina y muy de la mano de la implementación de los CUMO I y II y otras acciones.
¿Es posible aún rescatar esas soluciones menospreciadas por Arzú? Es difícil. El Motagua es ahora un río semimoribundo y las poblaciones tienen conciencia de la defensa de los recursos de su territorio. No obstante, es posible llegar a acuerdos para beneficio mutuo, tanto de lugareños como de citadinos. Canela lo sabe, porque es al único candidato al que le he escuchado proponer propuestas a largo plazo, pero de importancia estratégica inobjetable. Por supuesto, con el transcurrir del tiempo han surgido otras posibilidades, y solo es de prestarles la atención debida.
Por tanto, en su calidad de inevitable alcalde capitalino, Roberto González tendrá una oportunidad valiosa de rescatar un poco de esperanza para las futuras generaciones; de trascender como una autoridad local responsable ante la historia y, ante todo, de evitar que nos convirtamos en esa apocalíptica Ciudad del Desierto que anunciaba La Cucaracha… Usted tiene la palabra, don Canela.
Fotografía principal tomada de ABC.
Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.
Correo: edgar.rosales1000@gmail.com
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