Brenda Lara Markus | En la voz de los actores / ¿QUIÉN, QUÉ Y POR QUÉ?
Cuando alguien nos dice «mediocre», duele y como toda verdad entra hasta los huesos . Nuestra primera reacción es defendernos regresando el agravio y luego justificarnos, si es que nos tomamos el tiempo de reconocer que lo somos, aunque generalmente nos quedamos en devolver la pedrada sin llegar al autoanálisis.
Es precisamente la falta de autoanálisis la que alimenta esa mediocridad que no solamente nos regalan en el sistema educativo, sino que en la mayoría de casos se mama, podríamos decir que está en nuestro ADN.
Tan sumidos estamos en esa mediocridad que hoy no tenemos ni siquiera un digno representante guatemalteco que pueda gobernar y, aunque lo hubiera, nuestra mediocridad lo hundiría de inmediato.
Posiblemente en este momento, usted que lee estará pensando «yo no soy mediocre», pero ¿ya se dio cuenta de ciertas actitudes diarias que podrían confirmarlo?
En primer lugar, la gente no lee. Esa es una manera de mantener la mediocridad, es como andar todo el tiempo desarreglados y no tener un espejo, un libro lo es, refleja todo aquello humano que vemos como propiedad de personajes ficticios, pero que muy sutil y por nuestros deseos aspiracionales, podrían corregirnos en ciertos aspectos de nuestras vidas. Y no me refiero a los libros de superación personal, me refiero a verdadera literatura, una buena elección de autores.
Leyendo no solamente lograríamos autoanalizarnos, también subliminalmente trabajamos una parte de la mediocridad académica: la ortografía. No es posible ir a consulta médica, que te atienda una médico joven, con aparente dominio del conocimiento y extienda una receta con faltas de ortografía. No es posible leer escrituras hechas por notarios con tremendas faltas de ortografía y redacción… ¡vamos! No es posible leer iniciativas de ley con las mismas carencias, por eso estamos como estamos, las leyes están tan mal redactadas, que con razón son mal usadas e interpretadas.
Pero peor aún, vemos maestros exigiendo sueldos dignos, cuando rechazan la idea de la profesionalización, pues si algo hay que reconocer, es que un simple magisterio no es suficiente en el siglo XXI, hoy debemos exigir más. ¡Ahhhh! Pero esos mismos maestros envían las planas de preprimaria con grandes faltas de ortografía a chicos de cinco o seis años que inician su aprendizaje. Y aquí llegamos al punto: ¿qué fue primero, el huevo o la gallina?
Analicemos nuestro propio comportamiento cotidiano, algunas cosas que denotan nuestra mediocridad son tan elementales, pero que tienen tanta importancia para la convivencia humana y el autorrespeto. Esos comportamientos han llegado al extremo de ser normalizados, descaradamente, que hoy son parte de la cultura, lamentable, claro.
Cosas como hacer doble carril donde no corresponde para pasar hasta adelante y burlar a quienes sí han hecho su fila y respetado el tiempo y esfuerzo de los demás. Buscar amistades en bancos, o cualquier empresa, que nos atiendan antes para no hacer la cola (no solo se es mediocre con eso, sino haragán). Prestar facturas, comprar espacio en las colas a los «tramitadores», que en realidad son huevones con «chispa», pero igual huevones. Realizar trabajos a medias, no dar 100 % de nuestra capacidad y esperar nuestro cheque completo al final de mes. No reconocer que no estamos hechos para cierto trabajo, pero lo tomamos porque paga bien, sabiendo que el desempeño es terrible. En esto también entra la mediocridad de un sistema laboral obsoleto, pues, si se evaluaran los resultados del empleado antes que el cumplimiento de un horario, seguramente nadie obtendría ese cheque completo al final de mes.
Quienes atienden personas, por ejemplo, tienen un trabajo duro para el que se necesita tener carisma y voluntad, aunque tampoco las empresas se molestan en mantener a esas personas ene óptimas condiciones para realizar un buen trabajo.
Los anteriores son solo ejemplos, pero no nos damos cuenta que nadie se piensa a sí mismo, nadie analiza sus carencias humanas y nos ocupamos de pensar en lo material diario, las carencias y necesidades corporales, más no las espirituales. Según Victor Frankl en su libro El hombre en busca del sentido, el ser humano tiene tres cuerpos: el espiritual, el físico y el intelectual. ¿Estamos conscientes de atender las necesidades de nuestros tres cuerpos? ¿O quizás hemos permitido que un capitalismo desmedido nos arrebate hasta eso, nuestra humanidad completa? ¿Somos presa fácil del individualismo que nos convierte en personas egoístas y mediocres? ¿Reconocemos tan siquiera que existe un «otro» y no digamos, sus derechos y sentimientos que son los mismos que los nuestros?
Es parte del autoanálisis reconocer que no estamos solos, que somos seres sociales y que si ni siquiera pensamos en nuestro yo completo, menos podemos considerar al «otro», y entonces vienen todos esos comportamientos que no solo nos denigran y nos faltan el respeto a nosotros mismos, sino a quienes nos rodean. Lo que nos lleva al concepto de la responsabilidad en Sartre: «El sujeto es libre y mientras lo sea tiene la capacidad de transformar el mundo». La libertad es lograr también ese autoanálisis, porque mientras no lo logremos, somos presas de lo que el sistema quiere para nosotros y nos autolimitamos en todas nuestras capacidades.
En ese autoanálisis viene también la responsabilidad, no solo nuestra sino de los demás. Cada acción que realizamos, si la analizáramos, nos daríamos cuenta que afecta a más de una persona y que tal vez ni siquiera sea directa.
Pongamos un ejemplo: un día doña Dora se levantó tarde por quedarse viendo una novela. Al día siguiente abrió diez minutos tarde su pequeña farmacia, donde puntual esperaba don Carlos, pues la medicina que compraría es necesaria para su hija Matilde, que padece de una enfermedad grave. Don Carlos tiene los minutos contados para ir a la farmacia, comprar la medicina, regresar a casa, darla a su hija y salir corriendo a su trabajo, donde, por cierto, debe marcar una tarjeta.
Ese día don Carlos llega tarde, digamos que solamente esos diez minutos, porque podría haber más consecuencias en el camino, pero no la vamos a complicar. Don Carlos es despedido, pues su empleador no es tolerante. Ahora don Carlos ya no tiene el dinero para la medicina de su hija y corre el riesgo de empeorar y hasta morir.
Dejémosla ahí, ¿notamos que tanto la acción de don Carlos al no prever la compra de la medicina con tiempo, como la de doña Dora de abrir tarde, han afectado a Matilde? Seguramente doña Dora jamás se entere de su colaboración para aquel desastre y sin querer dijo «ahhh solo voy diez minutos tarde, a nadie afecta». Es un ejemplo muy corto, cada acción que crea cadena, va atrasando más y más a otras personas.
Falta autoanálisis, falta consciencia, falta reconocimiento y amor al «otro», pero sobre todo amor a nosotros mismos. Esa es la base de la mediocridad y, por ende, de la corrupción que nos ahoga, no solo en Guatemala, sino como humanidad.
El cambio está en cada uno, la responsabilidad es nuestra, ningún gobierno va a cambiar nuestras condiciones de vida desde lo más profundo, porque aunque se lograran las condiciones materiales óptimas, si llevamos una vida inauténtica, no sabríamos aprovecharlas.
Piense-se usted mism@.
Brenda Lara Markus

Mujer y madre guatemalteca. Estudiante de Filosofía, actriz y locutora.
Un Commentario
Muy de acuerdo con el artículo. Con frecuencia criticamos a otros, especialmente a los personajes públicos, pero no tomamos en cuenta que también caemos en la mediocridad en varios aspectos de nuestra vida. El artículo es un buen llamado a hacernos conscientes de ello y a tener siempre en el horizonte la excelencia.
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