Guatemala City: ciudad ilegible

-Ramiro Mac Donald / ALIQUID STAT PRO ALIQUOT

«La ciudad en un discurso, y este discurso es verdaderamente un lenguaje: la ciudad habla a sus habitantes, nosotros le hablamos a nuestra ciudad, la ciudad en la que nos encontramos solo con habitarla, recorrerla, mirarla», planteó Roland Barthes en el iluminado texto Semiología y urbanismo, que inspira estas reflexiones. ¿Cómo leer la ciudad de Guatemala, hoy, en medio de la desordenada, gris, inhumana y desbordada aglomeración de varios millones de habitantes?

La primera observación, señala Barthes, es el simbolismo para entender cualquier ciudad. Pero el problema es que el término padece de una «especie de crisis, de desgaste». No hay correspondencia entre significantes y significados, para entender la ciudad como categoría simbólica. Se han desdibujado los límites de la ciudad, en todos los órdenes. Según el semiólogo francés: «se pueden enumerar por lo menos treinta funciones para el barrio de una ciudad», desde el punto de vista sociológico. Pero (apunta) «ahora los significados son como seres míticos, con imprecisiones y que se convierten en significantes de otra cosa: los significados pasan, los significantes quedan».

Cazar significados, pues, se convierte en una tarea provisional para el semiólogo de hoy que busca descubrir, en una ciudad como la de Guatemala, algún sentido para intentar entenderla. En esta idea, Barthes habla de que toda ciudad tiene un núcleo sólido, que es el correspondiente al centro de la ciudad, en alguna medida vacío, pero necesario para la organización del resto de la ciudad. Esta idea cobra realidad en la Guatemala City del siglo XXI.

Una segunda observación es que el simbolismo tiene que definirse esencialmente como el mundo de los significantes, aunque no haya correlaciones plenas como significaciones últimas, es decir únicas. El autor recuerda que Victor Hugo ya había señalado que la ciudad es una escritura, y a los lectores de signos nos parece una analogía maravillosa esta descripción… porque, al recorrerla, vamos leyendo e interpretándola. Las calles y avenidas, los parques, los monumentos, los barrios, los edificios son los enunciados, y todo lo que vemos nos grita su esencia, a veces confusa y a veces muy claramente.

En una tercera observación, Barthes nos recuerda que no hay significados definitivos, lo que implica que los significados son como «cadenas de metáforas infinitas, siempre en proceso de retirarse o de convertirse él mismo en significante» de otra cosa. Pierce lo denominó como semiosis ilimitada, donde termina un signo, se transforma en otra forma que puede decodificarse de similar manera. Barthes ejemplifica este concepto con el del centro de la ciudad de Paris, que «era siempre semánticamente vivido como el lugar privilegiado donde está el otro y donde nosotros mismos somos el otro, como el lugar donde se juega». Y, por supuesto, todo lo que no es centro es precisamente todo lo que no es espacio lúdico, lo que no es alteridad: la familia, la residencia, la identidad. Porque el centro de la ciudad, agrega, es vivido como el espacio donde se actúan y se encuentran fuerzas subversivas, fuerzas de ruptura y lúdicas. Porque los centros de todas las ciudades del mundo son puntos de encuentro, de reunión, punto de socialización que erotiza a los jóvenes de todas las épocas, conforme a Barthes.

Por otro lado, Armando Silva, considera que las ciudades «se mueven, se transforman, hablan, cambian y se configuran, no tanto por sus espacios físicos, como por sus habitantes, y hay que reconocer que la ciudad también es un escenario de lenguaje, de sueños, imágenes, esculturas y variadas escrituras». La ciudad es, según este autor, la imagen de un mundo, pero también del modo contrario: el mundo de una imagen, que lenta y colectivamente se va construyendo y volviendo a construir, incesantemente.

¿Cómo leer una ciudad como la nuestra? ¿Una ciudad que ha sido manejada en forma arbitraria por un grupúsculo político audaz que la ha convertido en su negocio rentable? ¿Qué podemos decir de estos administradores que tienen 3 décadas en un proceso de explotación de las pocas fuentes de ingresos? Guatemala City, la más grande del istmo, es un valioso tesoro para toda una generación de políticos corruptos. Es una ciudad inextricable, porque si escudriñamos en sus simbolismos, seguramente encontraremos podredumbre.

La ciudad de Guatemala representa un discurso al expolio, al saqueo y a la depredación por parte de una cuadrilla que la asaltó, desde 1986.


Fotografía principal tomada de Guatemala.com.

Ramiro Mac Donald

Semiólogo social. Académico de Ciencias de la Comunicación. Periodista.

Aliquid stat pro aliquot

2 Commentarios

Edgar Rosales 06/02/2018

Muchas gracias Profesor por esa brillante descripción de la ciudad, plasmada en erudito análisis en su especialidad, matizado aun mad con ese remate que enfatiza a donde la ha conducido la ignorancia de quienes se han adueñado de nuestro espacio, negandonos el derecho a disfrutar de nuestra ciudad; una ciudad para morir. Realmente invita a pensar. De paso, me hizo recordar el poema de Werner Ovalle Lopez: «Una ciudad es un ansioso monumento a la esperanza, una ecuación multanime de lucha, una constante manifestación de esfuerzos generales y una concreta prueba de que el hombre no ha muerto «. Felicitaciones.

    Ramiro Mac Donald 07/02/2018

    Gracias estimado Edgar, su comentario es muy estimulante. No conocía el poema del gran Werner Ovalle, a quien admiré desde que conocí su poema al maíz y a la esencia de la esperanza. Reciba un abrazo cordial, ante sus letras cargadas de nostalgia por esa ciudad invivible que los malos administradores, durante 30 años, han construido solo para sus beneficiosos negocios. Saludos,

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