Edgar Barillas | Cine / RE-CONTRACAMPO
Escrito al alimón con Magda Aragón.
En Guatemala existe la idea de que no ha habido cine nacional. De que no han existido cineastas, ni producción continuada de filmes. Sin embargo, un breve acercamiento a las fuentes hemerográficas, una rápida conversación con personas vinculadas a la cinematografía, hará sospechar que esta aseveración carece de base. Una visión prospectiva permitirá cambiar de perspectiva y arribar a una interpretación más objetiva, más explicativa de la evolución del cine guatemalteco. Si se abandona la idea de que solo las grandes producciones constituyen el objeto de estudio para la historia del cine y, por el contrario, asumimos que toda toma constituye fuente histórica de gran valor informativo y que es susceptible de ser utilizada para la reconstrucción de la memoria audiovisual, se llegará necesariamente a la conclusión de que en Guatemala lo que no ha existido es historia del cine guatemalteco. No se trata, pues, de que no haya habido cine nacional, sino que se carece de un estudio sistemático y objetivo de la actividad fílmica en el país. La historia del cine guatemalteco –al igual que la historia de los obreros, de los indígenas, de las mujeres, de los estudiantes, en fin, de los sujetos sociales protagonistas de la historia contemporánea del país– no se ha encarado. No se trata solamente de que no se haya escrito, sino de que no ha existido el desarrollo de un planteamiento sólido en lo teórico y metodológico, ni las condiciones técnicas ni el recurso humano para llevar adelante una investigación sistemática, que contemple desde la contextualización de la evolución de la actividad cinematográfica dentro del desarrollo de la formación nacional, hasta el rescate y la producción de materiales, utilizando copias de los documentos fílmicos rescatados.
Particular importancia posee, en este aspecto, el cine silente. Debido a la naturaleza de los materiales –principalmente el soporte– de las películas que provoca su destrucción, a la paulatina desaparición de los informantes, al injusto desprecio por la conservación y utilización de los documentos fílmicos, se hace urgente llevar a cabo su búsqueda, rescate y conservación. Su utilización como fuente histórica y como elemento dinámico en el proceso enseñanza-aprendizaje son tareas insoslayables si se concibe la Historia no como una ciencia muerta sino como un instrumento para la transformación de la sociedad.
El cine silente guatemalteco es un cine del siglo XX. Pero si en Europa y Estados Unidos de América eso significa un cine de una sociedad industrializada, de capitales monopólicos e imperialistas, sociedades de electricidad y petróleo, en Guatemala se trata de una sociedad agroexportadora, de un capitalismo que aún no concluye su implantación, capitalismo dependiente y atrasado, sociedad de carbón y fuerza de trabajo forzada, sociedad que se encuentra en ese momento consolidando la nación. La abismal diferencia entre países hegemónicos y mundo subdesarrollado se refleja en todas las esferas de la vida. En el cine, Guatemala asume la función de consumidor. Empero, esto no significa que no haya habido producción fílmica en el país, sino que la actividad cinematográfica fue desarrollada por una élite intelectual ligada en diversas formas a los grupos dominantes, por los gobiernos pseudoliberales y por representantes del poder imperial (sin faltar los cineastas contratados por la United Fruit Company).
Es necesaria la ubicación de este cine en el contexto del desarrollo global del país, para aproximamos a una interpretación de sus tendencias, de sus temáticas, de su importancia como documento histórico.
Solo aclarando los rasgos de la formación del capitalismo guatemalteco en esa etapa –caracterizada por un acelerado y particular proceso de acumulación originaria– podemos comprender la mentalidad de los cineastas, su concepción del cine, y luego, enfrentar la elaboración de una reseña del cine silente guatemalteco.
Edgar Barillas

Guatemalteco, historiador del cine en Guatemala, investigador de la Universidad de San Carlos de Guatemala.
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