Guateámala, Guatemata

-Virgilio Álvarez Aragón-

los ojos se han hecho para calcular sueños y no la peor de las realidades
Week end en Guatemala, Miguel Ángel Asturias

En el país de los guateámala todo suena a placer, velocidad y bendiciones. Todos corren entusiasmados en busca del éxito que el dios dinero les tiene deparado, con o sin biblias bajo el brazo. No hay prójimo si no contrincantes, no hay paisano si no vecino a vencer, a engañar, a sacarle la mejor ganancia aunque sea con engaños. No importan los conocimientos adquiridos sino los vínculos sociales construidos en espacios escolares que, mientras más costosos, mejor cotizados para las futuras relaciones comerciales, que en muchos casos pueden devenir en matrimoniales.

Lucir y aparentar resultan las cartas de presentación en todos los contactos. Se exhiben carros y esposas de último modelo, adornados y mejoradas con los mejores y más caros complementos y cirugías. Se es lo que se viste y cuelga. Las sortijas que se ostentan en pechos, brazos y manos son la referencia del éxito y triunfo social.

Para los guateámala todo es sonrisa, postiza o prestada. Se aman las chequeras y carteras abultadas, sin preguntar nunca su origen y procedencia. Importa lo que brilla, sea metal precioso o simplemente frotado. Lo más rápido y veloz, aunque en la alcoba resulte precoz. Todo huele a violencia, a sangre, a lágrima. Esa sangre y lágrima que si no es de los amigos de la fiesta y la disco poco o nada nos importa.

Este país, que fue hermoso y solidario, es ahora una gran arena de combate, donde se mata por llegar cinco minutos antes, donde se asesina porque el presidente de la República dispuso que no se quitara un candado a pesar de un incendio atroz.

Los guateámala adoran los paisajes y celajes naranjas y celestes, que en los atardeceres hacen sobresalir imponentes volcanes o azules lagos. Pero no hacen nada para conservar bosques y manantiales. Tuercen la nariz y los autos frente a los botaderos de desechos, pero no se comprometen con el reciclado, mucho menos asumir los costos de su procesamiento. Aman el aire fresco pero lo quieren gratis y solo para ellos.

Pero su Guateámala es simplemente un espejismo. Guatemala no es apenas ese pedacito de casas coloridas, frescas, con jardín y seguridad a la entrada en que muy pocos vivimos. Tampoco es ya ese territorio con hermosos celajes y verde floresta, con riachuelos cristalinos y fauna diversa, finca de pocos a costas del trabajo de muchos. Los hermosos cerros tapizados de verdes cultivos resultan bellos a las miradas distantes, pero son minicultivos de los que, con esfuerzos sobrehumanos, empobrecidos campesinos apenas si obtienen algo para el sustento familiar.

Guatemala no es tampoco ese lujoso colegio en el que los hijos de unos pocos se agreden e insultan al grado de obligar a uno de ellos a sacar el arma e intentar vengarse, para vergüenza de padres y sacerdotes, que imaginan que entre niños bien todo es bonito y que casándose unos con otros construirán el reino de los cielos en sus amplias mansiones. Ellos se matan y agreden, solo que tras bambalinas y con las absoluciones de perfumadas sotanas, esperando con ello santificar sus futuros negocios.

La Guatemala de verdad es la de casas a la orilla de barrancos, donde las autoridades municipales no entregan agua potable todos los días pero sus alcaldes se enriquecen con negocios ilícitos, y cuando descubiertos, mandan a matar al periodista que denuncia. La Guatemala de verdad es esa de paredes descoloridas, manchadas por el hollín que destartaladas camionetas despiden al pasar. La de los techos de lámina, donde la lluvia y las estrellas se cuelan por mil y un agujero. La de puertas con cerrojos dobles y triples, protectores silenciosos de inexistentes riquezas. Es el país de las cortinas raídas de viejas, cuando las hay; la de bombillos sombríos, adornados por cientos de puntos negros, recuerdos imborrables de moscas residentes del excusado próximo. La de los vidrios rotos en los maltrechos ventanales, donde el calor, el frío, la luz y las tinieblas se cuelan sin permiso y sin misericordia.

Es la patria de hombres y mujeres que en la oscuridad de la madrugada viajan apretados en buses que en cualquier otro territorio serían pasto de las llamas en basureros de chatarras. El país de la ropa desteñida, de los maltrechos zapatos baratos, cuando es posible comprar. El de las calles de tierra, de dos y tres niños durmiendo en un tapexco que eufemísticamente llaman de cama. Es el de las aguas negras recorriendo a flor de tierra de callejuelas tristes, la de hospitales venidos a menos luego de corruptas construcciones y pésimos manejos financieros. La Guatemala de verdad es la de niños expulsados de los espacios escolares porque no existen condiciones decentes para incluirles, donde se prefiere gastar en lujosas viandas para gobernantes en vez de invertir en infraestructura escolar y alimento para todos los niños. Donde los generales se multiplican por decenas y reciben exorbitantes ingresos sin tropa que los justifique, pero los maestros se compran con infames bonos miserables.

Fotografía por Mauro Calanchina.

La Guatemala de verdad, la que mata, es la de madres abandonadas por hombres frustrados que en la imposibilidad de encontrar un empleo se aferran a la enfermedad del alcoholismo, como única salida al fracaso que fueron condenados por el simple hecho de nacer pobres. Guatemala, la que mata, es el país de más de cinco millones de hambrientos, subempleados o bulliciosos vendedores que esconden la tristeza y la desilusión en bulliciosos pleitos callejeros. Es el país del abandono, de la falta de la más mínima y simple solidaridad. El continente del sálvese quien pueda, del pisar sobre el otro para alcanzar una gota de oxígeno que dé unos minutos más de vida. Guatemala, la que mata, es la zona de la frustración y desencanto juvenil, al no existir espacios para el trabajo justo y ordenado, mucho menos decente, donde se regatea el pago a las horas de trabajo pero no se escatima el precio de artículos de lujo cuando se pagan con recursos públicos o habidos bajo su protección corrupta.

Guatemala, esa que sangra, hiere y mata, es el país del abusivo que se convierte en poderoso a través de las trampas, del contubernio con el poder público, del que abarrota calles y avenidas con sus autos modernos, bocinando a diestra y siniestra para que se le deje pasar aunque la luz roja le diga que ya no puede. El del que se atraviesa en la bocacalle porque quiere ser el astuto que pasa cuando ya no le está permitido. El del imponente y autoritario que con su auto de lujo asesina a la joven estudiante que demandaba una mejor educación, para luego afirmar, con sonrisa cínica, que «Dios es bueno». Es el país donde el comportamiento criminal de los niños consentidos se usa como amenaza contra los que, desesperados, se animan a expresar su descontento cuando el poder económico no ha dado su autorización para manifestar.

Guatemala, la que mata, es ese país del hipócrita que golpea a «su amada» y hace cualquier trampa para ganar unos quetzales extra, de esos que no quieren pagar impuestos pero exigen que se les brinden carreteras y calles expeditas, aeropuertos de primera aunque los miles de kilómetros de caminos vecinales sean de terracería y en descuido. Es el país donde la violación es una práctica consuetudinaria, sucedida corrientemente en el lecho nupcial porque el macho es el dueño del cuerpo y pensamiento de la compañera, o ejecutada contra la hija, sobrina, nieta, vecina, menor de edad y casi niña, posteriormente prohibida de abortar porque toda violación se santifica con la llegada de niños no deseados y precozmente desnutridos.

Es el país donde todos reparten bendiciones y agradecimientos al Altísimo pero no consideran al vecino merecedor del más mínimo apoyo y solidaridad. Donde a los que les va bien es porque los «planes del Señor son perfectos», y a los que les va mal es porque ese mismo dios, supuestamente misericordioso en su infinita sabiduría y discriminación, les castiga y tortura para pagar culpas propias y ajenas, presentes, pasadas y por venir. Es el país de milagros millonarios, realizados por profetas que saben de grandes negocios pero que no soportan el más mínimo control fiscal, mucho menos verificación científica de sus prodigios. Guatemala, la que mata, es el territorio donde todos se dicen salvos y benditos, y por ello mismo agreden e insultan al que no piensa como ellos.

Guatemata es ese país donde se estimulan rituales de recién creadas espiritualidades ancestrales, pero se niega a los niños y niñas indígenas el derecho a su idioma y la interculturalidad. Es el país de la grandilocuencia maya pero de la humillación diaria del indígena empobrecido luego de siglos de explotación y violencia. Donde se defienden con los dientes vestimentas impuestas por el conquistador, pero se aborrece la insurrección rebelde del insumiso trabajador.

Guatemata es ese puñado de seres humanos donde el que encierra a sus hijas para protegerlas del mal se divierte patanamente en los burdeles, promoviendo y consolidando la trata de personas. Donde los hijos hombres aprender a copular con prostitutas, creyendo desde entonces que la mujer es cosa, objeto de satisfacción y simple reproductora de sus lacras, prejuicios y falsas creencias. Donde el padre responsable tiene hijos con mujeres pobres que no se digna en alimentar y sostener.

Guatemata es la misma guateámala, en la que los que dicen amarla se deslumbran con las luces y paisajes, pero corrompen por donde pasan y deambulan. Donde los que nacen en la miseria aprenden a besar la mano del que les sojuzga y viola, imaginando que al vivir agachados encontrarán algunos bienes en el subsuelo. Guatemala es, pues, la guatemata de los guateámala.


Fotografía por Mauro Calanchina.

Virgilio Álvarez Aragón

Sociólogo, interesado en los problemas de la educación y la juventud. Apasionado por las obras de Mangoré y Villa-Lobos. Enemigo acérrimo de las fronteras y los prejuicios. Amante del silencio y la paz.

4 Commentarios

Oziel 08/02/2018

Me gusta ese comentario, ya pase el portón de la tercera edad, pero que hacemos, estaría dispuesto poner el pecho por dejar un mejor país a los
Nietos tuyos y míos de todos,

Richie 06/02/2018

Me parece atinadicimo el texto, y desde la conciencia también comenzar a pinchar al de al lado para hacerle reaccionar.
Saludos !’

Jacobo Vargas Foronda 04/02/2018

Toda una Triste, Asquerosa Realidad!!!

Fernando González Davison 04/02/2018

Fue alegre el primero de mayo del 72. Puse allí mi granito de arena con esta frase: «El camino es uno, dos si te hacés el loco».

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