-Carlos Castro Furlán / PERSIGUIENDO EL HORIZONTE–
En este inicio de milenio domina la idea de haber entrado a una nueva era histórica, a la cual se le ha denominado globalización. Este fenómeno no es un nuevo concepto desprovisto de sentido o una simple ilusión de intelectual. La globalización es una concepción que pretende describir la realidad actual, como una sociedad mundial, más allá de las fronteras, barreras arancelarias, etnias, religiones, ideologías políticas y condiciones socioeconómicas o culturales, entre otros.
El movimiento de unificación del mundo por medios comerciales y financieros es un fenómeno que tiene sus orígenes en un pasado bastante lejano, sin embargo, en los últimos años este ha tomado un ritmo muy acelerado y extendido, lo cual nos hace pensar que es un fenómeno reciente. El mundo global es el resultado de una profunda reorganización reciente de la economía y de la sociedad que busca abarcar a la vez a los países capitalistas desarrollados, los países que fueron comunistas y los países en desarrollo. Pretende ser una nueva configuración que caracteriza la actual geoeconomía de nuestro planeta.
Irreversible, inevitable y a marcha de tambor batiente avanza la globalización; estas son las ideas que durante más de una década nos han querido imponer los apólogos del neoliberalismo: periodistas, economistas, profesores universitarios, ensayistas y escritores de todo género y en especial las transnacionales, las instituciones multilaterales y los gobiernos de los países beneficiados por este fenómeno de comercialización a nivel mundial.
El Banco Mundial en su Informe sobre el Desarrollo Mundial ha reconocido el fracaso de sus programas de ajuste estructural en su pretendida lucha contra la pobreza. Por su parte, el antiguo director adjunto del Fondo Monetario Internacional (FMI) admitió en un seminario anual de la Reserva Federal que la «mayoría de ataques de los adversarios de la globalización en contra de los gobiernos, las grandes compañías transnacionales y las instituciones financieras internacionales son justificables».[1]
Se le atribuye al proceso de globalización la capacidad de dar pauta a la emergencia de nuevas fuerzas anónimas e incontrolables, las cuales contribuyen a subir o a bajar los precios de los productos en los mercados, especulan sobre el capital, desata las crisis económicas, determina la moda y la opinión, en pocas palabras es un suceso que determina la dirección que el mundo toma.
A su manera, el proceso de colonización representó una primera forma de uniformización del mundo, ya sea que esta haya sido llevada a cabo bajo el estandarte del oro, de Cristo, de la Biblia o de la civilización. Que el poderoso de ayer haya sido el banquero o el noble cuyos descendientes residen en la actualidad en las ciudades de New York, Bruselas o Zúrich no cambia nada, ya que para las víctimas de este proceso los efectos siguen siendo los mismos. Lo que realmente es innovador en este proceso llamado globalización, es que toca los últimos rincones del planeta, ignorando de hecho la independencia y la soberanía de los pueblos, así como la diversidad de los regímenes políticos.
Existe una diferencia importante entre el proceso de colonización y el de globalización. Al principio del siglo pasado, para las víctimas de las grandes transformaciones sociales o víctimas de la persecución política o religiosa, existía una salida: bien fuera el emigrar hacia países desarrollados o bien la preparación de una Revolución.
Pero desde los años 2000, con el agrandamiento de la brecha social en los países desarrollados, la emigración hacia los Estados Unidos, Canadá o Europa no es tan posible como antaño. Por otro lado, la atracción que ejercían los procesos revolucionarios para los «condenados de la tierra» ha dejado de existir en la actualidad.
El fracaso del modelo soviético ha desacreditado las ideas sobre las que se fundamentaba todo proceso de cambio a favor de las masas desposeídas, a la vez que este modelo de sociedad las pervirtió.
Más allá de occidente, los dramas que sufren poblaciones enteras desposeídas (ya sea en África, Bangladesh o Guatemala) son testigos mudos de que un posible mejoramiento de su nivel de vida no es posible en el corto o mediano plazo y de que esta demanda es nada más que una ilusión.
Por una parte, se amplía la brecha entre las sociedades más ricas y las más pobres; por otra parte, al seno de cada una de ellas se engrandece la brecha entre aquellos que son ricos y los desposeídos.
Estas situaciones son efectos que nadie imaginaba al final de los años ochenta. En Rusia y su exconfederación de naciones, por ejemplo, el fin del régimen soviético, el cual fue acogido por occidente como el renacimiento de la libertad, se ha convertido en la vitrina de una serie de catástrofes.
La transición hacia un «régimen de libertad» ha estado marcada por un desempleo en masa y por una inflación galopante, que ha reducido a la nada las economías de cientos de millones de ciudadanos rusos, conduciéndolos a la miseria y reduciendo sus esperanzas de vida. Este choque sin precedentes en la historia ha golpeado sin piedad a millones de seres humanos, no solo en Rusia sino que en todo el mundo, quienes han visto destruido su proyecto de vida a través de la desaparición de la relación que ellos tenían con la instancia institucional (empresa, gobierno, universidad, servicio público) que les garantizaba su seguridad.
Cabe mencionar que los efectos que han conocido las sociedades de las naciones industrializadas (G-7) a causa del proceso de globalización han sido menos dramáticos que los que han sufrido las naciones en vías de desarrollo.
Continuará.
[1] Informe Sobre el Desarrollo Mundial. Banco Mundial: Estados Unidos, julio 2001.
Imagen principal tomada de Diario ecología.
Carlos Castro Furlán

Ciudadano de Guatemala y del mundo. Sociólogo, economista, internacionalista y libre pensador. Exprofesor de la Universidad de San Carlos. Amante de la música, de los libros y de todo lo bueno. Mi pasión han sido el futbol, la carrera de larga distancia (maratón), los libros, las revoluciones y los procesos sociales en donde la organización popular ejerce cambios en favor de las mayorías.
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