Jorge Solares | Política y sociedad / PIDO LA PALABRA …
Si alguna gesta libertaria en Guatemala tiene color y sabor a juventud, esa es la de las jornadas patrióticas de marzo y abril de 1962. Protagonistas indiscutibles fueron jóvenes estudiantes, unos casi adultos, otros casi niños, que anónimamente hicieron historia de libertad. Predominaron los hombres en el estudiantado universitario, inicialmente aglutinado en torno a la Asociación de Estudiantes Universitarios –AEU–, y su Junta Directiva. Y por su parte, casi por igual, hombres y mujeres de posprimaria conformaron las fuerzas del resonante Frente Unido del Estudiantado Guatemalteco Organizado –FUEGO–. Estas jornadas constituyen el primer levantamiento popular plural después de la invasión y el derrocamiento del régimen democrático del presidente Árbenz en 1954 y se convierten en la tercera de las tres grandes rebeliones cívico juveniles por la dignidad en la Guatemala del siglo XX.
La primera rebelión contra la agobiante tiranía de veintidós años de Estrada Cabrera, inicialmente cívica y luego armada, también en marzo y abril pero de 1920, fue protagonizada por obreros, artesanos, profesionales y líderes de mediana o madura edad, de heterogéneo nivel socioeconómico y cultural. El contexto político internacional estuvo dominado por la Primera Guerra Mundial de 1914-1918 que enfrentó a imperialismos existentes y emergentes (Estados Unidos y sus no menos de quince invasiones a su «Patio Trasero»: Centro América, el Caribe, México).
La segunda gesta libertadora fueron las jornadas cívicas de junio y octubre de 1944 contra la dictadura de catorce años del militar Jorge Ubico y de Federico Ponce, jornadas que derrumbaron el despotismo liberal no ilustrado de casi tres cuartos de siglo. El contexto político internacional estuvo dominado por la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), continuación de la Primera, proclamando preceptos antifascistas y democratizadores. Aparece como otra potencia internacional, la Unión Soviética. Y la Guerra Fría.
La tercera gesta rebelde en la Guatemala del siglo XX, las jornadas de marzo y abril de 1962, movimiento esta vez estudiantil, se nos presenta como el estallido de la presión sociopolítica acumulada desde la invasión estadounidense de 1954 impulsada por Estados Unidos mediante el Departamento de Estado y la CIA; en Guatemala, por sectores ultraconservadores, la cúpula del Ejército y el agitador de masas el arzobispo Mariano Rossell Arellano. Con Castillo Armas como «presidente», renace un sistema represor que revierte gran parte de las conquistas sociales anteriormente logradas, anulando las libertades civiles y para lo cual reprimió con prisión, exilio y muerte. Los estudiantes universitarios se rebelaron mediante actividades, por ejemplo, publicaciones desafiantes como el apetecido semanario El Estudiante desde abril de 1955, así como protestas cívicas, por caso la de 1957, que dejó estudiantes muertos. Con el asesinato de Castillo Armas ese año, asciende su homólogo ideológico, el militar Miguel Ydígoras Fuentes.
Y con ello entramos al antecedente inmediato de las gestas de marzo y abril de 1962, verdadero estallido estudiantil en contra del statu quo imperante, el desgobierno, supresión de libertades, entrega del país para complacer intereses de Estados Unidos, por ejemplo invadir Cuba, desfachatada corrupción gubernamental, todo enmascarado con frecuentes y calculados actos risibles y pseudocómicos del presidente, personaje astuto, calculador, no inculto. Y la gota final: la entronización de un Congreso espurio. La protesta cívica y pacífica del estudiantado universitario fue violentamente respondida por el Gobierno, lo que desató desde marzo la desobediencia civil sumando fuerzas, en primer lugar, el estudiantado de posprimaria. Progresivamente se incorporaron otros sectores cívicos como maestros e incluso pequeños y medianos comerciantes. La Policía Nacional, la temible Policía Judicial y unidades del Ejército (que en 1954 no quisieron combatir a los invasores), ahora sí atacaron a compatriotas estudiantes desarmados. Estos, armados de idealismo, respondieron con estrategias de dispersión y sorpresa, bloqueando diferentes calles de la capital y subsecuentemente de otras ciudades del país. Dirigentes anónimos, cuyo nombre hoy casi nadie recuerda, hicieron temblar al régimen militarizado con una única arma: la desobediencia civil. Tal fue el escenario de marzo y abril de 1962.
El lanzarse a las calles, hombres y mujeres por igual, y conquistarlas con sus cuerpos, significó crear espacios de libertad y dignidad. La movilidad y la sorpresa coordinada fueron las armas de la estrategia inteligente y desarmada. Una calle obstaculizada frente a las balas era una calle libre. Un edificio protegido contra el asalto policial era un territorio libre. Cada minuto tenía su escenario y cada escenario tenía su momento. Todo cambiaba vertiginosamente. No valieron argucias del calculador gobernante para transar y esquivar así el peligro. Por la fuerza demostrada, se adquirió la certeza de que espacio libre solamente es el espacio conquistado. Un espacio otorgado se distingue muy poco de la trampa. En cada día, en cada esquina, en cada aula, estaba formándose escuela de defensa de libertades aplastadas. Elocuentes las fotografías de estudiantes, unos casi adultos, otros casi niños, plantándose inermes frente a los matones o corriendo para trasladar el escenario de una calle a otra, inoculando a las fuerzas represivas, a los feroces policías judiciales, durante dos largos meses con una ansiedad no disimulada. Porque en todo grito desafiante percibían un tiro triunfal.
Se aceptaron alianzas coyunturales, tal vez más espontáneas que planificadas, sin la cuales el triunfo no era posible. Pero había una condición: ser genuino. Pudo aprenderse que la rebelión necesita actividad pero no ansiedad. Esta distrae, perturba y hace ver espejismos. No por jadear se respira mejor. Y a los estudiantes les falló aquella alianza fundamental que fue vital en 1944, la de sectores altos del Ejército a quienes se dio la oportunidad de reivindicarse de la ignominia de 1954.
Ydígoras, astutamente, quiso jugar con la derecha y los Estados Unidos (persiguiendo «comunistas» o dando regiones para invadir Cuba, por ejemplo) y con la izquierda democrática (por ejemplo, tratando inicialmente de hacer aproximaciones con la AEU, o abriendo una puerta para futura candidatura del expresidente revolucionario el Dr. Arévalo). Empantanó su subsuelo, su territorio. Los liberacionistas descontentos por lo de Arévalo y por falta de más mano dura, y los democráticos de Octubre también por su papel en 1954, su pasado ubiquista y la sumisión al interés estadounidense. Aderezos de la vianda eran desestabilización y desorden, corrupción, desencanto. Se necesitaba una catarsis y eso fue la AEU con la cual se aliaron sectores políticos antagónicos como la socialdemocracia, ex «liberacionistas» y sectores revolucionarios. La AEU dio el primer paso, tenía el prestigio para darlo y catalizó todas las energías. Al fin se atisbaba una conglomeración popular en su torno. Y factor indispensable: el estudiantado del FUEGO.
No nos enaltece el que muchos de esos héroes sean hoy anónimos. Casi no se recuerda a aquellas legiones juveniles de estudiantes que en el fragor de marzo y abril de 1962 dieron lo mejor y más grande de sí mismos, hasta la vida. De igual manera, las jornadas de 1920 están totalmente olvidadas por esta nación que ha sido domesticada para no recordar ni soñar con lo trascendental, la historia, ignorando que el pasado es lección para el futuro. «Quien no recuerda el pasado está condenado a repetirlo» (Jorge Santayana).
Así, este patriótico e idealista movimiento social no fue tanto de figuras grandes cuanto de figuras en crecimiento. El ideal de estos jóvenes buscaba recuperar la dignidad nacional. Para tal fin, todos los sectores indignados se sumaron a una excitativa de la Asociación de Estudiantes Universitarios. Porque en aquellas épocas, la Universidad de San Carlos y la AEU eran instituciones escuchadas y respetadas por la ciudadanía guatemalteca y hasta en el escenario universitario internacional. Las conformaban dirigentes genuinos. Había una cultura política necesaria para poder entender estos antecedentes, constituía el aire para aquellos organismos que trascendían lo biológico, lo cotidiano, lo superfluo. Tenían algo que desde hace un tiempo fue perdiéndose. No se vendían a factores ni poderes externos. No buscaban lo fácil sino lo digno.
El espacio concedido resulta cómodo pero vale poco y es volátil. El espacio conquistado resulta difícil y de alto precio pero es perdurable y sobre todo, decoroso. Como una lección de los procesos: es bella la libertad, y más el proceso de buscarla y descubrirla.
Jorge Solares

Evocando un desarrollo humano integral con justicia social dentro de una democracia culta, participativa, equitativa, en esta sociedad étnicamente plural, económicamente desigual, políticamente golpeada. El camino, una Ciencia con Conciencia como docente, investigador y editor, integrando Humanidades, Ciencias Sociales y Ciencias de la Salud.
2 Commentarios
Muy buena síntesis.
Muchas gracias por el estimulante comentario. Y viniendo de quien viene…
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