-Ruth del Valle Cóbar / HILANDO Y TEJIENDO: MEMORIA Y DERECHOS HUMANOS–
Nebaj, Cotzal y Chajul son tres pueblos enclavados en las montañas al norte del Quiché, en una zona llena de neblina a la que actualmente ya se puede llegar en vehículo que no sea de doble tracción, pero en tiempos de lluvia el trayecto se complica. Cuando se viaja a esa región, hay paradas obligadas para llenarse los pulmones de aire puro, llenarse los ojos de verde que se pierde en la lejanía de la zona reina, para sentir el sol que entibia la piel al tiempo que el aire la tuesta.
En esta región paradisíaca se cometió uno de los más atroces genocidios durante la época del Gobierno de facto del general Efraín Ríos Montt.
El 10 de mayo de 2013 el Tribunal A de Sentencia de Mayor Riesgo condenó al general Efraín Ríos Montt a 80 años de prisión inconmutables por la comisión de genocidio y delitos contra los deberes de humanidad contra población ixil en los años 1982-1983 (su Gobierno de facto). Aunque la Corte de Constitucionalidad suspendió la sentencia y ordenó la repetición de una parte del proceso, las más de cien personas ixiles que se presentaron como testigos, y los sobrevivientes del genocidio, consideran que la justicia guatemalteca les respondió positivamente.
Vimos desfilar a hombres y mujeres doblados por el peso del dolor y la violencia sufrida, pero con los ojos brillando con la esperanza puesta en la justicia. Muchas personas fueron asesinadas en las masacres cometidas por el Ejército, otras murieron “del susto y el dolor”, otras sobrevivieron pero tienen secuelas físicas y emocionales por lo que vivieron.
En el juicio se probó que el genocidio incluyó tortura, violencia sexual, violaciones sexuales, destrucción de cultivos y casas, desplazamiento forzado. Escuchamos la voz que dice “A mis hermanos les quitaron la ropa y los echaron en el fuego”; eran personas que vivían en lugares alejados de la “civilización”, donde no tenían agua, luz, ni otros servicios básicos, donde apenas conseguían qué comer, pero que fueron acusados de colaborar con la guerrilla y por ello fueron considerados “basura ixil” a la que había que exterminar.
Las mujeres fueron llevadas al destacamento militar y fueron violadas sistemáticamente por los soldados, incluyendo violaciones a niños y niñas, mujeres embarazadas y ancianas, con el fin de generar terror en la población y específicamente en las mujeres, causándoles lesiones graves físicas, mentales y emocionales.
La violencia sexual fue masiva y sistemática en contra de mujeres indígenas, utilizada como arma de guerra, como demostró la abogada Paloma Soria durante el juicio. La violencia sexual no afectó solo a las mujeres que fueron violadas, porque destruyó el tejido social comunitario al atacar algo que es sagrado en la cosmovisión maya: la reproducción de la vida, el vínculo con la madre naturaleza, que sirve para la reproducción de la cultura; en algunos casos generó una estigmatización de esas mujeres, como lo documentó la psicóloga Nieves Gómez.
Los niños y niñas también fueron violentados, había que destruir la semilla que podía reproducir a la comunidad y la cultura ixil. “A mi hija le abrieron el pecho y le sacaron el corazón”, cuenta una mujer cuyo dolor se expresa en los surcos de su rostro. Un testigo que era niño cuando las masacres relató “cuando los soldados le cortaron la cabeza a una anciana y luego jugaban con la cabeza, eso no lo puedo borrar de mi mente”.
Los peritajes de los expertos fueron un respaldo para lo declarado por las víctimas sobrevivientes, porque demostraron que el genocidio en Guatemala fue la máxima expresión del racismo, al estigmatizar a los indígenas: “Es cuando el racismo va a operar con una ideología de Estado, como una maquinaria de exterminio contra un grupo, en este caso el ixil”, declaró Marta Elena Casaus Arzú.
El 33 % de las más de 5 800 osamentas recuperadas en las exhumaciones realizadas en el área Ixil por parte de la Fundación de Antropología Forense de Guatemala pertenecía a personas menores de 18 años; el 80 % de las víctimas tenían trauma en la cabeza y señales de violencia por machete y tortura.
No son solo números, datos, porcentajes. Son almas y voces llamándonos a hacer algo para evitar que se vuelva a repetir, para poner fin al dolor de la ausencia y la ignorancia de dónde quedaron los restos de los seres queridos. Quienes sobrevivieron al infierno no buscan venganza, solo quieren justicia, y poder enterrar a seres queridos para que puedan descansar en paz.
Fotografía inicial tomada de Centro de Medios Independientes.
Ruth del Valle Cóbar

Feminista, defensora de derechos humanos, investigadora social, constructora de mundos nuevos. Ha pasado por las aulas universitarias en Ciencia Política, Administración Pública, Psicología Social, Ciencias Sociales. Transitado del activismo social al político, incluyendo movimientos sociales, organizaciones sociales, entidades gubernamentales y del estado.
0 Commentarios
Dejar un comentario