Camilo García Giraldo | Arte/cultura / REFLEXIONES
García Márquez vivó con su familia en Barcelona entre 1967 y 1975. Se trasladó a ella poco tiempo después de haber publicado su gran novela Cien años de soledad con la editorial argentina Sudamericana. Fueron 8 años en los que departió con frecuencia con sus amigos escritores y protagonistas como él del llamado boom de la literatura latinoamericana, como Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y Carlos Fuentes, que comenzaba a aparecer en esos años; y en especial con Vargas Llosa que también se había instalado en la ciudad. Estrecha amistad que terminó para siempre después de que el escritor peruano le propinara un violento puñetazo en la cara en el Palacio de Bellas Artes de México en 1976.
Barcelona fue también la ciudad en la que comenzó a disfrutar de la fama y el dinero que le había sido esquivo hasta ese momento gracias a la publicación de Cien años de soledad, en la que dejó atrás la pobreza casi extrema en la que había vivido y en la que su nombre adquirió renombre mundial. Pero sobre todo fue la ciudad en la que desplegó una intensa actividad literaria-creativa. Allí escribió el triste y cruel relato de La increíble y triste historia de la cándida Erendira y su abuela desalmada; El relato de un náufrago, basado en el episodio que vivió el marinero colombiano de la Armada Luis Alejandro Velasco en 1955; Doce cuentos peregrinos, inspirado en lugares y personajes reales catalanes y su gran novela sobre el dictador El otoño del patriarca.
Novela compleja en la que hizo experimentaciones con el lenguaje narrativo, suprimiendo la puntuación y convirtiendo a cada personaje en narrador de los episodios de su vida, y en la que nos presenta la imagen de un anciano dictador mayor de cien años que se aferra al poder por todos los medios posibles, porque siente o cree ilusamente como todos los dictadores que son eternos, que durarán para siempre para ejercer férreamente, sin cortapisas ni restricciones, el poder omnímodo que ostentan. Pues la gran pasión, y tal vez la única, de un dictador es el ejercicio del poder absoluto sobre todos los demás hombres. Por esa razón teme inmensamente no solo perderlo sino también morir porque sabe que perdería ese «bien» tan preciado que adora que sus sucesores usarán en función de una voluntad que no será la suya hasta el punto de que «se volverán a repartir todo entre los curas, los gringos y los ricos, y nada para los pobres… porque estos estarán siempre tan jodidos que el día en que la mierda tenga algún valor los pobres nacerán sin culo».
Pues este anciano dictador que fue puesto en ese cargo por decisión e intervención de los gringos se ufana, ante sus escasos colaboradores, como todo dictador, de lo que en realidad no es: un hombre independiente y justo que garantiza la soberanía de su país y que se ocupa de impedir que imperen en él las injusticias sociales. Sin embargo, esta máscara que se puso para disimular u ocultar de horrible fisonomía no le sirvió para evitar labrarse enemigos hasta en sus más cercanos colaboradores, quienes mataron a Leticia Nazareno, la joven novicia con la que se casó y tuvo un hijo, para morir finalmente absolutamente solo, sin el aprecio o reconocimiento de nadie, tirado en un rincón de su palacio de gobierno desierto, en la sede donde durante tantos años tomó las decisiones que oprimieron a sus gobernados, donde los perros se comieron su cadáver.
Ahora bien, la decisión de García Márquez de trasladarse a vivir a la ciudad condal fue en gran parte tomada por el deseo de estar cerca de la poderosa e importante editora catalana Carmen Barcells -deseo que ella también compartía- que se estaba encargando precisamente de crear ese boom literario, editando y promoviendo a gran escala las obras de estos escritores. Pero también fue una decisión que seguramente obedeció a otro motivo que el propio García Márquez nunca confesó: el de vivir en una sociedad gobernada con mano férrea por un dictador como era la sociedad española de esos años. Vivir y sentir en carne propia la presencia cercana de un dictador era para él una vivencia indispensable para poder crear la imagen literaria de un dictador lo más verosímil posible.
Pues ya tenía en mente el plan de escribir una novela sobre este personaje tan común en la historia de los países americanos, sobre el que otros escritores antes de él habían escrito como guatemalteco Miguel Ángel Asturias El señor presidente, el paraguayo Augusto Roa Bastos Yo, el supremo y como el propio Vargas Llosa en Conversación en la catedral. Y al terminar de escribirla sintió o consideró que su presencia o su vida permanente en Cataluña y España ya no tenía razón de ser que en el fondo la justificará. Por eso en 1975 dejó Barcelona para ir de nuevo a Ciudad de México e instalarse de manera definitiva a vivir ahí.
Pero no se fue realmente, no la abandonó; al contrario, se la llevó consigo, en su corazón y en su memoria para guardarla para siempre ahí con afecto y cariño, para recordarla como la ciudad en la que escribió una parte muy importante de su obra literaria y en la que se consagró universalmente como un gran escritor. Por eso no dejó hasta casi el final de sus días de visitarla con frecuencia para recorrer sus calles, para reencontrar sus librerías, para tomar un café en algún antiguo y querido café cercano a Las Ramblas, para saludar viejos amigos y conocidos o para asistir a algún evento cultural. Y cada nueva visita era un nuevo pequeño tributo que le rendía, y sus habitantes anónimos y personalidades culturales y políticas, al verlo y reconocerlo, le renovaban el reconocimiento que le tenían, le devolvían el mismo fervor y cariño que él siempre sintió por esta gran ciudad.
Fotografías proporcionadas por Camilo García Giraldo.
Camilo García Giraldo

Estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Bogotá en Colombia. Fue profesor universitario en varias universidades de Bogotá. En Suecia ha trabajado en varios proyectos de investigación sobre cultura latinoamericana en la Universidad de Estocolmo. Además ha sido profesor de Literatura y Español en la Universidad Popular. Ha sido asesor del Instituto Sueco de Cooperación Internacional (SIDA) en asuntos colombianos. Es colaborador habitual de varias revistas culturales y académicas colombianas y españolas, y de las páginas culturales de varios periódicos colombianos. Ha escrito 7 libros de ensayos y reflexiones sobre temas filosóficos y culturales y sobre ética y religión. Es miembro de la Asociación de Escritores Suecos.
Un Commentario
Mi estimado Camilo,
Por alguna razón o fenómeno cuántico, vaya usted a saber, los caribeños somos atrapados por ese duende que si no español, menos catalán, al menos da culpar a los aires barceloneses.
Algo así, digo yo, como lo son también las «brisas de Diciembre en Barranquilla, que no por Colombia, menos por Caribe o por ‘corronchos’ nos en-can-tan y enamoran.
Gracias por tu artículo!!
Pilar
Dejar un comentario