Gadamer y la interpretación de textos

Camilo García Giraldo | Literatura/cultura / REFLEXIONES

En octubre de 1981 tuve la grata experiencia de asistir a la conferencia que dictó Hans-Georg Gadamer, uno de los filósofos más importantes del siglo pasado y fundador con Heidegger de la hermenéutica filosófica, en el auditorio de la Academia Colombiana de la Lengua en Bogotá. Fue una conferencia a la que asistió un nutrido público que rebosó completamente la sala, y en la que Gadamer expuso en una hora algunos aspectos centrales de su pensamiento. Después se abrió una ronda de preguntas a las que contestó con amabilidad y rigor. Una vez terminado el acto salí muy contento por lo que había aprendido, y fui con dos colegas de la universidad donde enseñaba a un bar cercano para conversar sobre lo que habíamos escuchado.

Pero, además, fue una conferencia que me estimuló a leer su obra, en especial su gran libro Verdad y método, que hasta ese momento desconocía. Y al leerlo descubrí con cierta emoción que su contenido me ofrecía un posible camino a seguir en mi vida intelectual: la de darme a la tarea de interpretar textos tanto del pasado como del presente histórico, no solo para comprenderlos sino también para comprender a través de ellos algo del mundo sociocultural moderno; textos no solo filosóficos, literarios y poéticos sino también artísticos. Tarea a la que desde aquellos años he dedicado una parte de mis limitadas y modestas fuerzas intelectuales, y que he plasmado en diversos artículos y ensayos publicados en varios libros.

Fotografía tomada de Asociación de Academias de la Lengua Española.

El problema central que se plantearon desde sus orígenes los exponentes de la hermenéutica es el de determinar cuáles son las condiciones que debe cumplir cada persona o los pasos que tiene que dar para comprender lo que otra u otras dicen por escrito, en un texto o documento que escribieron en el pasado, quienes vivieron en otra época histórica. Pues el hecho de esa distancia temporal-histórica que los separa como autor y lector le engendra a este último necesariamente dificultades reales para lograr comprender el texto. Los alemanes Friedrich Schleiermacher y Wilhem Dilthey, fundadores de la hermenéutica moderna en el siglo XIX, pensaron que el lector puede comprender un texto literario, religioso o jurídico escrito en el pasado, en la medida que comprenda o identifique la intención que el autor tuvo al escribirlo.

Sin embargo, Gadamer, ilustrado por la concepción del ser humano de Heidegger, se percató rápidamente que este criterio o regla establecido por estos dos pensadores no era correcto, porque desconocía el hecho central y significativo de que se trata de un autor que estuvo situado o “arrojado” en un mundo histórico determinado y finito, es decir, que fue autor de un texto que estuvo inscrito en un contexto determinado.

De tal modo que el autor, al estar situado en un contexto histórico determinado, participa de un modo u otro de las ideas centrales que conforman ese contexto histórico, que confieren el horizonte de sentido del mundo que vivió y, que, al mismo tiempo, hace parte de su espíritu. Estas ideas las denomina Gadamer prejuicios, en tanto no son examinadas o tematizadas por el autor de una manera racional, sino simplemente están presentes en su mente como certezas no reflexivas, y que trasmitió de un modo u otro al texto que escribió.

Para comprender, bien y con acierto un texto que abordamos, debemos identificar en él los prejuicios o las ideas preconcebidas de su autor. Pues al hacerlo podemos captar las ideas fundamentales que hacían parte del horizonte espiritual del mundo histórico en que vivió, es decir, de las ideas que una gran parte de sus contemporáneos había hecho también suyas y consideraba válidas. Y esta correspondencia entre el contenido de la mente del autor del texto y del mundo histórico en que lo escribió es la que permite al lector que está situado en otro mundo histórico diferente comprender su significado central; pues comprender algo determinado es por definición integrar siempre ese algo a una totalidad mayor a la que pertenece.

Pero el lector también tiene sus propios prejuicios o ideas preconcebidas que hacen parte del mundo sociocultural e histórico en el que está situado; se encuentra, por lo tanto, en una “historia factual”. De ahí, al leer y tratar de comprender el texto lo hace a partir del horizonte de sus propios prejuicios que son los que pertenecen a su mundo histórico. Es lo que llamó Gadamer “la fusión de horizontes” del autor y el lector de un texto. Al hacerlo, el lector adquiere la posibilidad de percatarse de las semejanzas y las diferencias que existen entre los prejuicios de los dos, es decir, cuáles prejuicios del autor comparte o le son propios y cuáles no. De tal modo que el lector corrobora la validez que da a los prejuicios que comparte con el autor encontrándolos en el texto; y al mismo tiempo, y, por otro lado, adquiere la posibilidad de ensanchar y enriquecer su espíritu incorporando en él los prejuicios del autor que esa ese momento no tenía.

Por eso lo que hace el lector del texto es entablar un diálogo activo con su autor; un diálogo en el que el lector “escucha” lo que le dice el autor con su texto tratando de comprenderlo; y después le “habla”, preguntándole por los prejuicios básicos que forman el horizonte de su espíritu. Y el autor le “contesta” o le aclara esa pregunta, a través de lo que le dice en su texto. De ahí que para Gadamer la tarea del lector no es criticar en ese diálogo los prejuicios del autor presentes en su texto, tratando de mostrar o poner en evidencia su falta de verdad, sino comprenderlos, integrarlos en su propio espíritu, como condición necesaria e ineludible que debe cumplir si quiere comprender bien ese texto. Pues en caso que así lo hiciera, el lector rompería o terminaría abruptamente ese diálogo que ha iniciado con el autor, sin haber comprendido el texto.

Sin embargo, como mostró bien Habermas en la discusión que llevó a cabo con Gadamer en su texto La pretensión de universalidad de la hermenéutica filosófica, la crítica que el lector haga de los prejuicios del autor no impide la posibilidad de comprenderlo, siempre y cuando lo comprenda primero antes de proceder a realizarla. La crítica del lector al texto será, entonces, siempre una posibilidad abierta y válida que tendrá ante sí en la medida que los prejuicios del autor no sean considerados válidos para él o para el mundo sociocultural e histórico en el que vive. Una crítica que ponga en cuestión o muestre la falta de fundamento real de los prejuicios o alguno de los prejuicios del autor. Y esa crítica también será una forma de diálogo entre los dos con la que el lector aspira no tanto a negar la validez de los prejuicios, sino sobre todo delimitar el campo de su validez histórica.

Pero también puede ocurrir el hecho contrario que, sin embargo, Habermas no consideró: que los prejuicios o ideas no fundamentadas del autor en el texto obren de modo crítico en el lector; es decir, que socaven o pongan en cuestión con razón algunos de sus propios prejuicios sobre la vida y el mundo. Y si esto ocurre la “influencia y el efecto” que ejerce el texto sobre el espíritu del lector será tal vez más poderosa y significativa que la que el propio Gadamer supone. Será la de enriquecerle su espíritu de una manera diferente: poniéndole, paradójicamente, en tela de juicio algunas de las ideas preconcebidas que lo forman. En este momento el texto adquiere, entonces, una mayor trascendencia para la vida del lector.

Por eso la crítica que el lector haga del texto y la que el autor le haga al lector a través de ese texto es siempre la manera más adecuada y “verdadera” de reconocer precisamente los límites históricos de su existencia, es decir, de reafirmar su carácter histórico finito, porque precisamente fue escrito por un autor que vivió y estuvo inscrito en un mundo histórico finito y por un lector que también existe en su propio universo histórico.


Fotografía principal tomada de Biografías y vidas.

Camilo García Giraldo

Estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Bogotá en Colombia. Fue profesor universitario en varias universidades de Bogotá. En Suecia ha trabajado en varios proyectos de investigación sobre cultura latinoamericana en la Universidad de Estocolmo. Además ha sido profesor de Literatura y Español en la Universidad Popular. Ha sido asesor del Instituto Sueco de Cooperación Internacional (SIDA) en asuntos colombianos. Es colaborador habitual de varias revistas culturales y académicas colombianas y españolas, y de las páginas culturales de varios periódicos colombianos. Ha escrito 7 libros de ensayos y reflexiones sobre temas filosóficos y culturales y sobre ética y religión. Es miembro de la Asociación de Escritores Suecos.

Reflexiones

Un Commentario

Luis Pedro 23/07/2018

Magnífico artículo, como siempre!

Dejar un comentario