¿Futuro? (I)

-Marcelo Colussi | NARRATIVA

Roberto se consideraba un «nativo digital». En realidad, no sabía con exactitud qué significa eso…, pero le agradaba cómo sonaba la palabra. Vagamente la asociaba con «aborigen», con «primitivo». Los «nativos», según su parecer, eran siempre gente sana, pura. En este caso, esa pureza estaba asociada con el desarrollo. Confusamente, sin mayores disquisiciones, la mezcla en cuestión le parecía fabulosa: alguien «que no contamina el ambiente» pero con «actitud de progreso, que usa inteligencia artificial»

Todo esto lo había ido escuchando por ahí. A su modo –fragmentario por cierto– sabía que todas esas cosas (no contaminar el planeta, respeto hacia los diferentes, desarrollo sostenible, tecnologías de la información y la comunicación), aunque no pudiera explicar bien qué significaban, no podían dejar de mencionarse en un discurso correcto. ¿Esa «corrección» era el progreso? ¿O lo era el uso de las tecnologías de punta? No se lo cuestionaba mucho, en verdad. En realidad, aunque era un fiel representante de la cultura digital que lo envolvía, no hubiera podido jamás dar una definición convincente de «progreso». Ni de «domótica», que era lo que hacía su padre, de la que sólo sabía que implicaba «muchos botones para oprimir…» Es más: mucho de lo que hacía, no sabía por qué lo hacía. Simplemente, «así son las cosas» se decía, y esa explicación le bastaba.

Lo poco que sabía sobre estos temas, muy escasamente lo había extraído de alguna precaria lectura; de hecho, casi no leía. Igual que todos sus compañeros de clase (estudiaba tercer año de Administración de Empresas en esa universidad privada de aquella ciudad de país subdesarrollado), lo más que leía era algún documento digital (corto) y eventualmente fotocopias de partes de capítulos de algunos libros técnicos. Cuando hacía esto, sonreía y nunca dejaba de decir socarronamente: «estas prácticas del pasado». Literatura ni siquiera sabía bien qué era; vagamente, también, la asociaba a aquello de «los molinos de viento, el flaco alto y el gordito simpático» que había visto alguna vez en alguna de sus numerosas pantallas (¿del televisor?, ¿de la computadora familiar?, ¿de su tabla?, ¿en el teléfono celular?, ¿en la agenda electrónica que tenía instalada frente al inodoro de su baño?) La biblioteca de su abuelo (más de tres mil ejemplares) le parecía algo inconcebible. ¿Cómo se podía leer todo eso?

– Abue, ¿y por qué leíste tanto en tu vida?–

– ¿Tanto? Si yo casi no he leído nada, mijo. –

– ¿¡Cómo que no!? ¿Y esa biblioteca gigante?–

– ¡Ojalá fuera gigante! Es una modesta bibliotequita, Roberto. Me voy a morir sin haber leído ni la mitad de lo que hubiera querido. –

– Pero ¿cómo, abue? ¿Me vas a decir que no leíste nada? ¡Si es impresionante la cantidad de libros que hay aquí…! Esto me hace acordar lo que alguna vez papá me contó en comunicación en tiempo real y tres dimensiones sobre esos genios del pasado que pasaban su vida entera leyendo. Por ejemplo, ese escritor uruguayo, o argentino, no recuerdo, tan famoso…. Borgia creo que se llamaba. –

– ¡Borges! Jorge Luis Borges. –

– ¡Ese! Sí… papá me contaba que este Borges, solito, leyendo en su casa, aprendió a hablar chino mandarín. El mismo endemoniado idioma que yo ahora estoy aprendiendo con el nuevo programa de Linux 45, versión 8.0, y que en realidad no me está resultando tan difícil. ¿Cómo habrá hecho este fulano sin computadora?–

– Eran otros tiempos, Robertito. –

– Sí, claro… La verdad que a veces me pregunto cómo haría esa gente. O el tal Freud, el psicólogo ese, judío creo, de Suiza me parece, que aprendió a leer español también solito, con un diccionario. ¿Cómo hacían eso, abue? ¿Eran más inteligentes?–

– ¿Más inteligentes? Mmmm…, no creo. ¿O acaso hoy la gente, o los jóvenes, son más tontos que antes?–

– Bueno…, creo que no. No sé…, no estoy muy seguro. Yo diría que no, porque hoy nadie necesita ponerse a estudiar un idioma extranjero solo, en su casa, luchando con un diccionario. Los programas de e-learning te lo facilitan todo. En tres meses se puede aprender a la perfección cualquier idioma. Y para fabricar esos programas no hay que ser muy tontos que digamos, ¿verdad?…–

– Es cierto, ¿no? Yo, te lo confieso, jamás en la vida usé uno de esos… ¡Soy de otra época! Pero me parece que son útiles, claro que sí. –

– ¡Of course, abue! Yo, que de verdad no me considero ninguna lumbrera, hablo ya siete idiomas gracias a estos programas interactivos. ¡Son buenos! Deberías probarlos. –

– ¿Y para qué a esta altura de mi vida, con más de 70 años?–

– Bueno, no sé…, para no estar out. Pero retomando lo que decíamos: creo que no somos más tontos ahora. No sé si seremos más inteligentes…, pero no veo por qué seríamos más estúpidos solo porque no leímos tanto como ustedes. –

Para el septuagenario lector, connotado intelectual de su medio, militante de izquierda de toda la vida, la lectura era una pasión. Si bien no era refractario a la explosión tecnológica que había visto precipitarse en la segunda mitad de su vida, no se sentía fascinado por ella. Al contrario, guardaba una cierta distancia con todo eso. De todos modos, el audífono de última generación que portaba –tecnología japonesa fabricado en China– le había hecho cambiar bastante su punto de vista sobre estos aspectos. Ahora sí escuchaba…


Continuará.

Marcelo Colussi

Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor.

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