Marcelo Colussi | Política y sociedad / ALGUNAS PREGUNTAS…
¿Qué es ser de izquierda? Lo que se opone al sistema vigente (campo amplio y difuso, entra de todo). ¿Ser de derecha? Quien lo defiende. En ese campo también entra de todo: el pensamiento neoconservador, visiones fascistas, quien defiende la empresa privada, etcétera. Pero cuando le suenan señales de alarma, la derecha cierra inmediatamente sus filas y actúa como bloque monolítico. En definitiva, cuando vive un ataque, está en juego su supervivencia como sector privilegiado. Eso no admite dudas: o se une o la expropian.
No sucede lo mismo en la izquierda. ¿Por qué? La derecha tiene mucho que perder (sus privilegios de clase justamente), por eso sabe unirse. La izquierda, en tanto expresión de los sectores explotados y excluidos, «no tiene nada que perder, más que sus cadenas», para expresarlo con una frase épica.
¿Por qué la izquierda vive dividiéndose?, ¿qué hacer al respecto? Un pensamiento de izquierda es progresista y no se escandaliza ante ningún cambio positivo; es abierto, tolerante, no racista, no sexista, no discriminatorio, no enfermizamente consumista. Pero sigue estando en juego el tema del poder. No es ninguna novedad que dentro del campo de las izquierdas políticas (que no es lo mismo que las protestas de los pueblos: las movilizaciones espontáneas, las reacciones ante injusticias, la pasión por no dejarse doblegar), los miembros que la componen viven muchas veces peleando entre sí, discutiendo y fragmentándose. En las fuerzas de la derecha esto no sorprende, porque no hay ahí un ideario de solidaridad, de igualdad. Allí, declaradamente, se trata de la supremacía del más fuerte. En la izquierda no: el ideal es la equidad. Pero la experiencia enseña otra cosa: entre los grupos de izquierda se está viendo siempre «quién es más revolucionario» (mientras las transformaciones reales siguen esperando).
¿Por qué? ¿Luchas de poder? También se dan en la izquierda, por supuesto. Entendiendo que estas luchas de reconocimiento son humanas, o «humanas» tal como ha sido entendido esto hasta ahora en la historia de las sociedades basadas en la división de clases y patriarcales donde uno «triunfa» y otro «pierde», entendiendo que, hoy por hoy, esa es una matriz dominante, también están presentes en los que pretenden un cambio. También en la izquierda. ¿Por qué no iba a ser así? ¿No se es también machista o racista en la izquierda muchas veces? Cuando se discute por la «pureza teórica», ¿realmente se discute por eso, o hay más en juego? ¿No hay figuraciones y pavoneos también ahí?
¿Hay «vacuna preventiva»? ¿Por qué vivimos peleándonos por pequeñeces que distraen? Más allá de ser ridículo (igual que quien se pavonea con un automóvil o una joya), la cuestión es que todo ello paraliza como propuesta de cambio real. Pelearse por una palabra en la declaración, por ejemplo, es un puro ejercicio intelectual, académico, no distinto de las discusiones de los teólogos medievales que debatían sobre el sexo de los ángeles. «Izquierdismo» lo llamó Lenin; «enfermedad infantil del comunismo». Quizá no es una enfermedad en sentido estricto; es una condición humana, o una condición de lo que hoy es el ser humano (a veces ridículo espécimen guiado por el fantasma de la lucha de reconocimiento, por imponerse al otro; cuestión que remite finalmente al sentido último del ejercicio del poder: es una aspiración a superar los límites, a la perduración, un desafío a la finitud. El poder nos transforma en dioses).
Es más fácil dividir que sumar, más cómodo criticar (de modo destructivo) que construir. Infinidad de ejemplos ratifican que la izquierda –no siempre, claro, pero sí en muchas ocasiones– cuando tiene que sumar, se fragmenta; cuando tiene que estar con las masas en un momento de calor revolucionario, se queda discutiendo sobre un concepto.
Tragicómica condición: pensar en forma crítica es buenísimo, es un paso adelante en el progreso humano. Pero a veces, puede dar lugar a payasadas inconducentes: el sexo de los ángeles o la palabra «correcta» en la declaración. Tal vez si de vacuna contra todo ello se trata, podríamos decir que… no hay vacuna específica (quizá no es una «patología» como decía Lenin). Lo que debemos abrir es una crítica sobre el poder, y buscarle los antídotos a eso. ¿Por qué es tan fácil que nos fascine? Algunos se pavonean con el automóvil de lujo o la joya de oro; otros, con un principismo que por tan puro puede llevar a lo inconducente.
La izquierda muchas veces se agota en estas discusiones; discutir no es malo. La cuestión es no perder de vista que muchas veces es el puro espejismo del poder el que nos guía –manifestado aquí no con la joya lujosa sino en la posición más «principista», más «revolucionaria»–. Pero, en definitiva, motorizados también por la recurrente cuestión de la imposición sobre el otro.
La derecha es pragmática. Cuando tiene que unirse no se equivoca: se une y le pasa por encima a los intentos de cambio que buscan sacarla de su sitial de privilegio. La izquierda no. Sin caer en un ciego pragmatismo donde el fin justifica los medios, y siendo realistas, si tomamos en serio eso de construir una nueva sociedad, debe partirse por abrir una crítica implacable de nuestra condición y apuntar a poder reírnos sana y productivamente de nuestros propios límites. ¿Interesa cambiar algo o interesa quién lo dice «mejor»?
Imagen principal tomada de Freepik.
Marcelo Colussi

Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor.
Correo: mmcolussi@gmail.com
Un Commentario
No existe una sola izquierda,
hay varios géneros y muchas especies
https://www.youtube.com/watch?v=MFqBDkZwDqs
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