Fornicando con el enemigo

-Bobby Recinos / MEDITACIONES EN ÍNDIGO

Se puede tener sexo sin amor ni propósito, tal y como hacen los reformistas light de derechas e izquierdas moderadas. Cogen, fornican, pero no hacen el amor. ¿Cómo puede haber amor en relaciones por conveniencia, entre hipócritas?

La semana pasada asistí a una charla muy interesante del autor canadiense Adam Kahane, en donde explicaba su nuevo libro, Colaborando con el enemigo. A través de su experiencia como consultor en diferentes países, Kahane ha descubierto que se puede trabajar en concierto con personas con quienes no estamos de acuerdo, en quienes no confiamos y con cuya cosmovisión no nos identificamos. Él mismo lo comprobó participando en importantes procesos de negociación política en Colombia, Guatemala, Sudáfrica, Inglaterra o Indonesia.

Pero lo que me interesa contarles es lo siguiente: ante la pregunta de cómo puede uno colaborar con un adversario que se rehúsa a ceder cuotas de privilegio en contextos de máxima inequidad, Kahane respondió: “en asuntos fundamentales, a veces no se puede llegar a consensos. En esos casos encuentro legitimidad moral en tres alternativas: dejar de intentarlo y adaptarse a una realidad adversa (darse por vencido), salirse de la situación (como renunciar a un trabajo, divorciarse o dejar el país) o imponer los cambios por la vía de la lucha y de la fuerza (guerra o revolución)” [1].

La pregunta central sigue intacta: ¿cómo armonizar aquellas dos fuerzas contrapuestas? Por un lado, la creciente necesidad de colaboración entre disidentes para resolver problemas estructurales urgentes y, por el otro, la creciente dificultad de colaboración entre grupos no solo disímiles entre sí, sino poco dispuestos a acercar posturas ante quienes perciben como indignos de confianza.

Ciertamente, yo no conozco a nadie que niegue la necesidad de reunir lo separado. Cabeza y corazón, naturaleza y tecnología, Estado y sociedad, derechas e izquierdas, lo campesino y lo urbano, etcétera. Ese no es el punto. El punto es que los llamados a la moderación, la reflexión y el diálogo, tan de moda ahora, son parte de una estrategia de reacción hegemónica. No son deseos sinceros de democratizar el poder y la oportunidad.

Es deber ciudadano mantenernos vigilantes ante este fraude.

Permítanme que les cuente una historia rápida: en una tierra no tan lejana, en un tiempo de grandes cambios y urgencias, el presidente prometido se dio a la tarea de construir posibilidad de futuro para todos. Su misión principal era prevenir choques entre fuerzas opuestas y proponer una vía moderada, un nuevo pacto, que aplacara con éxito las demandas populares sin comprometer la infraestructura de explotación capitalista. Su mantra era ¿para qué revolución, si con reformas basta? ¿Para qué reemplazar el capitalismo, si con parches basta?

Su nombre era Franklin Delano Roosevelt, su reto era la gran depresión económica y su camino era el New Deal. En este universo particular, no solo se crearon las condiciones para una guerra global horrífica, sino que fue sencillo para los intereses oligárquicos impulsar a Truman –perro faldero- sobre Wallace –humanista radical- en la Convención Nacional del partido Demócrata de 1944. El manifiesto socialdemócrata se adheriría para siempre al estamento neoliberal y la justicia social sufriría un revés del que no se ha podido recuperar. Todo ello por defender la moderación y rechazar la revolución.

Décadas después, el pensamiento estratégico del New Deal volvería a renacer en forma de tercera vía bajo los mandatos moderados de Bill Clinton en Estados Unidos (supuesto demócrata) y Tony Blair en el Reino Unido (supuesto laborista), traicionando a sus bases. Estos tres ejemplos (representativos entre muchos otros) ilustran con escala histórica cómo esos llamados a la moderación, al diálogo y a la reflexión que provienen de los poderes económico-políticos firmemente en lugar, son siempre contrarios a los procesos de emancipación, la madre de todos los derechos humanos.

Resulta que cuando uno se modera, inmerso en esta era neoliberal, en donde la infraestructura ideológica e institucional está constituida al servicio del gran capital, lo que realmente hace es desactivar toda posibilidad de desafío contrapolítico al pensamiento antidemocrático y proelitista. Uno se vende, efectivamente, a la idea de que el lucro es más importante que las personas.

Hoy, los Roosevelts, Clintons y Blairs de este mundo insisten en apelar al centro-humanismo. Sin embargo, su versión de moderación tiene dos características elementales que carecen del más mínimo rastro de humanismo: primero, callan respecto a las grandes injusticias y se abonan al discurso excluyente (como criminalizar a Codeca por el tema de la electricidad o los bloqueos, por ejemplo, sin acudir a la historia y al contexto). Por el otro lado, nutren y se aprovechan del sistema capitalista sin querer incomodar la gran narrativa política neoliberal o cuestionar el análisis económico neoclásico.

Es decir, abogan por cambios cosméticos sin que cambien los sistemas de explotación. Esos llamados con guión, moralistas y simplistas, a reaccionar ante una crisis económica o a luchar en contra de la corrupción, son, normalmente, los trompetazos de salida de una agenda política reaccionaria que no piensa, ni por medio segundo, permitir que las mayorías vivan con autonomía y dignidad.

En Guatemala, lo más parecido a una socialdemocracia de tercera vía, new deal, es representada principalmente por el Movimiento Semilla y sus camaradas Somos y Justicia Ya. Lo de sus partners de derechas (Cacifundesa, Enade y todo lo que tiene que ver con Dionisio Gutiérrez) no es moderación. Eso es un vulgar descaro.

¿Qué quieren Semilla, Somos y compañía? No queda claro. Lo que sí queda claro es que no son ni radicales ni revolucionarios. Y que son promiscuos. Pero, ¿quién es la prostituta en esta orgía de indiferencia y decadencia moral? ¿Las derechas dominantes que se disfrazan de pueblo mientras lo matan de hambre? ¿O las falsas izquierdas que traicionaron sus causas originarias por migajas de papel?

Dijo el presidente venezolano, Rafael Caldera, hace un cuarto de siglo: “¿cómo creer en la democracia y la libertad si estas no dan de comer?” Igualmente, ¿cómo pedirle a un pueblo hambriento, enfermo y desesperado que se modere, que dialogue, que reflexione y que preserve el orden?

¿De qué jodido orden hablan?


[1] Los paréntesis son míos.

Fotografía tomada de Pixabay.

Bobby Recinos

En otras vidas fui abogado, cantante y jugador de básquet. Me gradué de derecho en la UFM y de ciencias políticas en Kyudai, Japón. Soy crítico porque estoy vivo y soy un idealista necio.

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