Vinicio Barrientos Carles | Política y sociedad / PARADOXA
La ciudadanía es la respuesta a la pregunta «quién soy» y
«qué debo hacer» cuando se plantea en la esfera pública
Herman van Gunsteren
La educación es un fenómeno complejo, y más en el contexto del ser humano. Básicamente es el proceso por medio del cual aprendemos, aprendizaje que incluye no solo conocimientos, sino también habilidades, valores, hábitos y creencias. Etimológicamente, la palabra educación proviene del latín ēducātiō que se traduce como crianza, y se encuentra estrechamente relacionado con el término dūcō que significa conducción o guía. La educación está íntimamente ligada al concepto de formación, a la acción de formar o dar forma. En este sentido, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura –Unesco (por sus siglas en inglés)– ha enfatizado que la educación para el siglo XXI debe dar un giro hacia aprendizajes orientados por y para la vida, filosofía que se resume en los llamados cuatro pilares de la educación: aprender a conocer, a hacer, a ser y a convivir.
Por otro lado, el concepto de ciudadanía es un poco más difuso y variable, pero innegablemente atado con el estatus de ciudadano, que es el término con el cual se designa a un miembro de un estado o comunidad políticamente organizada, condición con la cual se puede gozar de los derechos y se está obligado al cumplimiento de ciertas atribuciones, ambas consideradas en la legislación del respectivo estado de derecho al cual se pertenece. Estas obligaciones y derechos, considerados cívicos, norman la vida de todos los habitantes de la sociedad. De manera complementaria, la ciudadanía implica una serie de valores y responsabilidades a lo interno de cada ciudadano, valores y principios éticos que propenden el desarrollo y la estabilidad de las naciones que el estado incluye.
Combinando ambos conceptos, la formación ciudadana, también llamada educación cívica, representa el cúmulo de esfuerzos para lograr en todas las personas que serán en su momento parte de la ciudadanía, los valores y la conciencia suficiente para el libre ejercicio de sus derechos y obligaciones, propendiendo al desarrollo del Estado como ente regulador de la voluntad popular. Una correcta formación ciudadana abre la posibilidad de debatir acerca de la realidad en la que vivimos, los aportes que podemos hacer a nuestra comunidad, los puntos de vista en los que estamos de acuerdo y aquellos en los que nuestras ideas difieren, sin que esto último sea motivo de enfrentamiento o confrontación, sino que se consolide en una puerta para el respeto y la tolerancia por las ideas de los demás, así como una manifestación responsable de las nuestras, sin temor, represión o cualquier forma de manipulación. En suma, la formación ciudadana requiere de un tiempo para aprender a vivir en democracia desde la más temprana edad.
Aunque podemos distinguir dos niveles para la formación ciudadana, en cualquiera de los casos existe un área común respecto a los objetivos que tales actividades procuran, por lo que es posible referirse a este tipo de formación de una manera general. La versión profunda está conectada con la construcción de ciudadanía responsable dentro de un marco para la construcción de una democracia participativa efectiva, con las correspondientes acciones orientadas a la toma de decisiones, la auditoría social y, en términos generales, el monitoreo de los distintos actores políticos en la sociedad. De una forma menos honda podemos concebir la formación ciudadana como una serie de acciones orientadas a generar civismo, entendido este como aquellas directrices mínimas para el comportamiento social que nos permiten convivir en colectividad, de una manera sana y pacífica, entendiendo la paz en un sentido positivo, más allá de la ausencia de actos de violencia. En esta segunda acepción el concepto de urbanidad y respeto son bastante descriptivos.
Las nuevas reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos –LEPP– contemplan, en su artículo 21 Bis, inciso a, la obligatoriedad de las distintas organizaciones políticas para destinar 30 % del monto total del financiamiento público a las actividades de formación y capacitación de sus afiliados, lo cual puede ser monitoreado por las instancias del Estado pertinentes. De manera no excluyente, otras organizaciones poseen la libertad de orientar sus actividades a la formación ciudadana apartidaria, sin tinte o color específico en lo que a lineamientos o tendencias ideológicas se refiere, de manera que el grueso de la población pueda resultar beneficiado con estas acciones.
Por otro lado, la educación cívica en la escuela formal fue uno de los cursos más importantes durante muchos años. Lastimosamente fue suprimida de los currículos de la escuela elemental, pero es muy probable que esto sea reconsiderado a la luz de los procesos que nuestro país ha venido viviendo desde el 2015. La formación de los niños y niñas es fundamental para el diseño de un renovado país, en el cual la democracia y la conciencia cívica sean dos pilares ineludibles en cualquier perspectiva sobre un posible diseño de esta envergadura.
La escuela y el hogar son semilleros de actitudes y valores, y es crucial que desde pequeños aprendamos a vivir de manera positiva, promoviendo el pensamiento y los comportamientos de acuerdo a valores morales, ciudadanos y democráticos. De hecho, este espacio escolar conforma en sí mismo una comunidad piloto en la cual se replican todos los comportamientos que las personas tienen en la macrosociedad. En este sentido, la interacción en redes sociales y otros medios digitales de comunicación resultan terrenos idóneos para la formación de todos los integrantes de la comunidad.
Ahora, más que nunca, la formación ciudadana deberá reintegrarse a los nuevos planes de estudios escolares, de una forma práctica y cotidiana, en vista que implica y representa la mejor oportunidad para que los formadores y los estudiantes se enfrenten a las distintas problemáticas relacionadas con la convivencia, la cultura de paz, el respeto por los derechos individuales, propios y ajenos, la conciencia medioambiental, la apertura a la diversidad, a la democracia y a la participación ciudadana, entre tantos otros tópicos tan necesarios para la vida en cualquier sociedad de este mundo globalizado.
Vinicio Barrientos Carles

Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior. Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar. Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.
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