Rafael Cuevas Molina | Política y sociedad / AL PIE DEL CAÑÓN
El perro es un animal carnívoro que no come los vegetales del huerto de su amo, pero no deja que otros animales los coman. Ser como el perro del hortelano: que no come ni deja comer.
El espíritu del perro del hortelano es mezquino, pequeño. Tiene el brío del perro guardián que cuida los intereses del amo aunque a él, eventualmente, no le reporte mayores beneficios. Mueve la cola expectante, esperando su recompensa; brinca excitado alrededor de quien a lo mejor le premie con una caricia o le aumente su propia ración cuando, ya encadenado, le pasen su propia comida al final del día.
Hay un perrito del hortelano que en estos días cuida con esmero la huerta de la ignorancia de su patrón gamonal. Se devana la mollera pensando en contribuir a lo ya ha hecho, durante años, por su admirado señor. Pocas opciones le han dejado al perrito lambiscón, porque mucho es lo que su afanoso patrón ha ido haciendo con paciencia y constancia en la finca en donde está la huerta que el perrito cuida con esmero.
Otea el perro su entorno: pocas y malas escuelas; comercio lucrativo con textos escolares; hemiciclo diputadil reduciendo el presupuesto a la universidad; presidente dormilón y cuenta chistes; medios de comunicación embrutecedores. Perrunamente desconsolado, se pasa los días pensando en qué hacer.
No se había dado cuenta, sin embargo, de lo cerca que tenía la respuesta. Es que, muchas veces, la solución a tus males está en tu propia huerta, y por tenerla tan próxima, no la ves. Todos los años florece, en el campo aledaño, un prado; nacen las flores, vuelan las mariposas, corren y se alegran niños y niñas, se elevan barriletes hacia el cielo. ¿Para qué decir más? Una alegría completa.
El perro del hortelano, paciente, ha soportado tanta algarabía, tanta variedad y colorido que hace que la monocroma huerta verde que vigila se vea aburrida. Escruta a quienes llegan; en un descuido olisquea con desconfianza las flores; se alarma cuando los infantes ríen. «Esto no es normal», piensa, «no puede estar dentro de lo planeado, algo hay que hacer».
Lo que hace entonces es ladrar. Ladra y ladra, día y noche, el perro del hortelano; ladra para alejar a todos, para que no florezca el prado, para que no venga nadie, para que haya silencio en torno a su huerta de la ignorancia tan bien cuidada, tan bien mantenida, tan bien vigilada.
Ladra tanto el perro rechoncho, obtuso, lengua de fuera; quiere que lo vuelvan a ver y se hable sobre él. Viene de una estirpe que presume ser de raza fina, nada que ver con los chuchos flacos y pulguientos que pululan por las calles rebuscándose su hueso de cada día.
Desde la huerta privada que vigila urde el plan para prohibir el prado. Vuela su corta imaginación pensándolo sin flores, sin aves ni mariposas, sin infantes alborozados. Tantos colores y tantas voces son un disturbio peligroso en la finca, en donde la voz que debe privar es la de su amo. Con tanto escándalo se difumina la sirena de la fábrica que llama al disciplinado ingreso, al disciplinado almuerzo, a la disciplinada salida. Con tantos colores se evidencia la monotonía de la huerta.
Es en la pelea del perro del hortelano contra el prado florecido en la que estamos ahora. Sin el prado ¡qué tristeza, qué aburrimiento! Cuide el perro la huerta de la ignorancia de su dueño bobalicón, pero no nos meta a todos en el mismo saco. ¡Ojalá que crezca el prado, que florezcan mil prados similares! ¡Amarren al perro del hortelano!
Rafael Cuevas Molina

Profesor-investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Costa Rica. Escritor y pintor.
2 Commentarios
Excelente analogía, desarrollada con gran belleza..
Aunque lo que debí haber dicho es alegoría, no analogía!
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