-gAZeta | RESEÑAS–
El título de esta novela podría traducirse como «La sombra de los exiliados». Su temática es cómo justifican su retorno a Guatemala algunos exiliados en México. La acción empieza el 1 de enero de 1994, cuando el FZLN tomó varios pueblos de Chiapas, incluyendo San Cristóbal las Casas, donde el protagonista se encontraba preso por armar bronca con unos fulanos después de que salió bien borracho de la casa de su nueva y guapísima amante a comprar más trago.
Sebastián Tánchez, exiliado guatemalteco y profesor universitario en México, desarrolla el esbozo de un alfabeto basado en piezas y jugadas de ajedrez, para crear un lenguaje que le permita entender al país que dejó atrás. Trata de perfeccionarlo mediante un viaje a Guatemala, siguiendo las huellas de Antonio de Remesal. Vuelve a México no del todo convencido de la validez de su empresa y luego de cerrar el gestalt de su relación con una chica de nombre Carmela, regresa a Guatemala, sin pretensiones y como parte de un grupo de repatriados.
Tánchez cae preso en Guatemala por sus afinidades políticas, más que por su activismo. Comparte la misma celda con Estuardo, filósofo y maestro, más comprometido que él. Comparten discusiones y especulaciones filosóficas, dibujando los cuadros del tablero de ajedrez en el piso de la celda y usando trozos de repello de la pared como piezas. Sebastián logra escapar, asilarse en México y conseguir trabajo, para luego tratar de desarrollar ese alfabeto, el cual parece un homenaje al amigo que se quedó atrás.
La novela está narrada en un castellano coloquial guatemalteco. El narrador es el autor, en tercera persona, omnisciente, aunque varias veces se mete en las cabezas de los personajes. La voz narrativa es populachera y la vez erudita, la de un profesional de clase media que adquirió conocimientos filosóficos y semánticos, sin perder su sencillez de barrio. La historia es lineal, desde que Sebastián despierta en la cárcel hasta que se sube al bus para su segundo retorno a Guatemala. Hay flashbacks, sobre todo de sus conversaciones con Estuardo y de un amigo que se llegaba a orinar al mismo árbol cerca de su casa todas las noches. También hay algunas breves digresiones históricas, en especial refiriéndose a trabajos de cronistas y relatores de los tiempos de la Conquista.
Los símiles son sencillos y las metáforas a veces interesantes: «Desbordado escupitajo de promesas. Su cuerpo, una granada con la espoleta descompuesta para un hombre con el mal de Parkinson». Sus imágenes pueden ser agudas y apropiadas. Hay varias escenas sexuales, casi todas poco probables, como si el autor quisiera endulzarle el exilio a Sebastián, haciendo realidad sus fantasías sexuales. Todas las mujeres son guapas y tienen pechos extraordinarios, como la dependiente de una tienda de barrio que vive pendiente de Sebastián, sin importarle sus ausencias y sin conseguir otros amantes.
El encuentro de Sebastián con Carmela es la fantasía más notoria. Ella es una cineasta guapísima y sin amistades, que vive en una linda casa en San Cristóbal, a pesar de encontrarse de paso. Entra a una tienda justo cuando Chabela, la tendera, está agachada dándole sexo oral a Sebastián, quien luego se topa con Carmela en la cola de un banco, de donde agarran para la casa de ella a celebrar el Año Nuevo, bebiendo bailando y teniendo una sesión de sexo como las que un hombre solo puede tener a los veinte años.
La obra tiene varios elementos que devuelven al lector al descreimiento. Ya se habló de los encuentros sexuales. Otra es cuando Sebastián está en la cárcel, se registra las bolsas del saco y encuentra una botella de tequila, como si a sus captores no se les hubiera ocurrido registrarlo. Luego comparte esta botella con unos presos indios que están en la celda de enfrente, pasándosela de reja a reja, para que después sus vecinos le pasen a él una botella de ron. Su liberación de la cárcel por un zapatista, demasiado tranquilo y articulado para las circunstancias, parece demasiado providencial.
La riqueza de esta novela no está en la creación de un microcosmos alternativo, sino en las revelaciones y especulaciones filosóficas; en la idea borgesiana de inventar un alfabeto a partir del ajedrez para crear un lenguaje con el cual expresar a este país, aunque al final Sebastián tire el libro por la ventana y abandone su proyecto, prefiriendo un retorno más simple y natural a su tierra, quedando en el aire la pregunta de cómo habría resultado esa otra novela – poema, narrada en el lenguaje del ajedrez. Otra fuente de riqueza de la obra es la evidente sinceridad y pasión del narrador.
Los personajes principales son Sebastián, Estuardo, Carmela, Laura y Camilo, el hijo de Estuardo, con quien comparte una noche de especulación, discusión y borrachera. También Chabela y otros personajes menores. Omnipresente personaje metafórico es el apelativo tlacuache o tacuacín, que Sebastián usa para referirse a sí mismo, a otros personajes y a su país, por su capacidad y propensión a hacerse los muertos y luego levantarse de las cenizas.
El alma de la obra es encontrar la fórmula para el retorno de un exiliado. Durante casi toda la novela, Sebastián trata de lograrlo a través de ese alfabeto ajedrecista. Sin embargo, al final opta por una solución más sencilla: regresar por el simple y llano deseo de estar en su tierra; como las tortugas regresan a sus sitios de desove y las palomas a sus nidos.
Exul umbra es una novela llena de sentimiento por Guatemala y su gente; con reflexiones filosóficas y espirituales y con una naturalidad en su enfoque a la vida que se refleja en su final. También se caracteriza por las borracheras y proezas sexuales y románticas de Sebastián. Es una novela de amor por Guatemala. La forma en que Laura se entrega a su errante y errático esposo cuando vuelve es una metáfora de que, en el fondo, ese amor es correspondido y que su país lo espera con los brazos abiertos.
Por Eduardo Villagrán
Este libro fue publicado en Guatemala, por Editorial Cultura en 1997.
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