Jacobo Vargas-Foronda | Política y sociedad / BÚHO DE OCOTE
No es un disparate relatar unas anécdotas previas y durante mi primer viaje a Moscú, para realizar estudios universitarios en la Universidad de la Amistad de los Pueblos Patricio Lumumba (UAP-PL). El relato contiene aspectos significativos, en lo político y cultural. En algún momento he de escribir sobre mi experiencia estudiantil en la UAP-PL. Solo dejaré escrito que, como vivencia humana y formativa, fue maravillosa. Tener la posibilidad de conocer al pueblo soviético, constituido en aquella época por personas procedentes de las quince repúblicas que formaron la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, URSS, y más de 105 nacionalidades de las 16 repúblicas autónomas de la Rusia imperial, que previo a la URSS conformaron la República Socialista Federativa de Rusia, RSFSR, en 1920.
Como lo dije en mi escrito, Experiencias I, siendo estudiante en el Instituto Técnico Industrial Georg Kerschensteiner, ITIGK, Mazatenango, tuve que salir como asilado político el 11 de enero de 1971, con rumbo a Quito, Ecuador. Ya en Ecuador, tuve la enorme afortunada noticia de que en Quito existía el Instituto Técnico Ecuatoriano Alemán, ITEA, que, prácticamente, tenía las mismas características del ITIKG de Mazatenango, en Guatemala. Gracias a esa curiosa casualidad, pude cumplir mi sueño de concluir mis estudios técnicos, graduándome como bachiller industrial en Máquinas y Herramientas.

La primera anécdota acaeció en Guatemala. En una oportunidad, acompañando a un amigo de la zona 3, a su instituto nocturno para formarse como perito contador, durante una clase relacionada con temas económicos, al «sabiondo docente» con la mayor «seriedad y saber», se le ocurrió explicar las diferencias entre un país comunista y uno democrático capitalista como Guatemala. Esto lo haría, fue su explicación, para evitar que sus estudiantes cayeran en las garras de los comunistas y subversivos guatemaltecos. En el primer ejemplo, decidió «explicar» lo que ocurría en la Cuba comunista de Fidel Castro.
De acuerdo con tan «ilustrado docente», en Cuba comunista, para sacar de la cabeza de la niñez la idea de la existencia de dios, en las escuelas, los maestros en cada aula hacían lo siguiente: «Niños, cierren los ojos y pídanle a dios una fruta». Luego, pasados unos minutos, decían: «a ver, abran los ojos. Ya vieron, en sus pupitres no hay ninguna fruta». Luego, repetían la misma instrucción de cerrar los ojos, pero a hora tenían que pedirle a Fidel una fruta. Entonces, antes de que abrieran los ojos, para ver el resultado, personal de la escuela se apresuraba a poner una fruta sobre el escritorio, y entonces, cuando la niñez abría sus ojos, el maestro les decía: «Ya vieron, Fidel sí existe, ahí está la fruta».
En el segundo «ilustrador» ejemplo, sobre la «crueldad de los comunistas», puso como ejemplo a Rusia, aseverando lo siguiente: «En ese país, los padres tienen miedo de que sus hijas adolescentes salgan solas a la calle y por eso no pueden estudiar. En Rusia comunista, cualquier hombre, sin importar la edad, las toma por la fuerza, y en la misma calle, las viola». Esas eran las burdas formas de los anticomunistas de hacer propaganda contra Cuba y Rusia. Indiscutiblemente, más de un estudiante creía ciegamente en semejantes absurdos, venían de la boca del «licenciado» que no podía mentir o decir cosas que no fueran ciertas.
La segunda, es realmente fantástica. Apenas terminados mis trámites migratorios en Quito, ya con mi documentación en regla, raudo y veloz, fui al ITEA a solicitar una entrevista con el director. La sorpresa fue, doblemente, enorme. Sin que pasara mucho tiempo, la secretaria del director, luego de ir a hablar con él, me indicó que sería recibido al día siguiente, recuerdo la hora, a las diez de la mañana, indicándome que tenía que tener conmigo mi documentación migratoria. Realmente estaba sorprendido de la aceptación y rapidez para la entrevista.

Ya con el director, le indiqué que el motivo de la entrevista era, tanto para explicarle mi situación en Ecuador, como para pedirle que se me admitiera como estudiante regular para concluir mi formación técnica, solicitándole se me diera un tiempo razonable para obtener desde Guatemala mis documentos de estudio, las constancias de haber terminado mi segundo año en la especialidad de máquinas y herramientas, en el ITIGK, ya que, por las condiciones de mi salida de Guatemala, no tenía mis documentación estudiantil que demostrara lo que le estaba diciendo.
Aparte de la amabilidad que me brindó el director, no salía de la sorpresa de ver su rostro, que, al escucharme, casi mostraba una sonrisa. Sin mucho preámbulo, me dijo, más o menos, lo siguiente: «Todo lo que me ha dicho es verdad. Ya lo sabía, lo estaba esperando. Mientras usted estaba en la embajada de Ecuador en Guatemala, el director alemán del ITIGK, a quien conozco, me habló por teléfono y me comentó su situación y sobre su comportamiento y logros como estudiante. Además, me aseguró que, conociéndolo a usted, él tenía la certeza de que vendría al ITEA con la intención de terminar sus estudios. Es más, no tiene que preocuparse por sus documentos estudiantiles, ya los tenemos en el ITEA, el director alemán en Guatemala, nos los envió oportunamente». A la semana de la entrevista, ya estaba asistiendo como estudiante regular al ITEA. La única diferencia fue que en Ecuador no tenía beca como en Guatemala.
Pasados unos seis meses, volví a solicitar otra entrevista con el director del ITEA. Necesitaba saber si era cierto lo que, ya en Guatemala, los estudiantes de tercer año me habían comentado: «Vos, tu nombre ya está en los favoritos para obtener una beca para que vayas a Alemania y seas un tecnólogo industrial en la especialidad de Máquinas Herramientas». Por tal razón, en mi cabeza rondaba la idea de viajar a estudiar en Europa. La respuesta a la pregunta fue positivamente negativa. Positiva, en el sentido de que era cierto de que sí estaba entre los favoritos para ir a Alemania al concluir mi tercer año en el ITIGK. Pero que eso, desde el Ecuador, ya no era posible. El ITEA también tenía dicha posibilidad becaria, pero era exclusiva para los estudiantes ecuatorianos. El horizonte de viajar a Europa se desvanecía.

La suerte estaba echada sin desaparecer. El Instituto de la Amistad Ruso-Ecuatoriana me brindó una beca, auspiciada por la Unión de Trabajadores de la URSS, para ir a estudiar en la UAP-PL en Moscú. Este hecho, el haber estudiado en la URSS, nunca lo oculté ni en México ni en Guatemala, nunca acepté el criterio guatemalteco de que no debía contarlo por los enormes riesgos políticos y consecuencias para mi seguridad física en Guatemala. Esto trajo como consecuencia que se me viera como un militante activo del Partido Guatemalteco del Trabajo, PGT, partido comunista. Debo honestamente decirlo, nunca tuve el honor de ser miembro militante del PGT, como tampoco el PGT tuvo relación alguna con mi beca para estudiar en la URSS.
Luego del preámbulo anecdotario, veamos cuatro recuerdos directamente relacionados al viaje a la URSS. La primera, recuerdo, fue durante mis trámites para obtener la visa de Francia, ya que el vuelo desde Ecuador hacia Moscú pasaba obligatoriamente por ese país. Tras varias visitas a la embajada de Francia para obtener mi visa de tránsito, logré obtenerla. Sin embargo, más de una vez se intentó persuadirme de que no viajara tras la cortina de hierro. Que hiciera lo posible para ver si otro país europeo me podría brindar una beca para mis estudios universitarios.
La segunda ocurrió en el hotel en París, en el cual hablaban español. Al pedir la habitación, me preguntaron si la quería con baño o sin él. La sorpresa fue enorme, no podía entender una habitación si baño. Rápidamente me explicaron que eso del baño se refería al tiempo que estaría bajo la regadera al bañarme, ya que, por el uso del agua, el precio de la habitación podía incrementarse notablemente. Solo me alcanzó para un duchazo rapidito de cinco minutos. Ya en la década de 1970, París tenía enormes dificultades con el abastecimiento del agua.
La tercera fue en el aeropuerto de París. Al pasar por las autoridades migratorias, para abordar el enorme avión ruso, el policía de migración, al tiempo que me esculcaba todo el cuerpo, me preguntaba, incesantemente en español, «¿Traer bomba, granada, cuchillo, navaja?» Insistentemente le respondía: «No». Por pura suerte, personal de la tripulación del enorme avión ruso, con certeza no recuerdo si fue un Tupolev-134 o un Ilyushin-62, fue a buscarme y logró, de esa manera, que la migración francesa me permitiera continuar mi viaje rumbo a Moscú.
La última, hoy bastante jocosa, me demostró mi elevada ignorancia cultural que tenía en aquel tiempo. Junto a mí –el asiento era tan grande, que mis pies no tocaban el suelo– se sentó un enorme, fortachón ciudadano africano, vestía un elegante tacuche y tenía un enorme, lujoso, maletín de mano. Me miraba, muy seriamente, con su gran rostro color negro intenso escarificado, es decir con profundas cicatrices. Habló con la azafata, quien mostró un rostro de inconformidad, y en unos minutos trajo cuatro enormes vasos de vidrio y una cubeta con hielo.
Recuerdo que me dijo unas tres o cuatro palabras, o frases, en un idioma que me era absolutamente desconocido. Durante todo el vuelo, de cuando en cuando, algo me decía indicándome el significado con sus enormes manos. Más allá de eso, absoluto silencio. Abrió su maletín, repleto con botellas de diferentes licores. En la bandeja que me correspondía, puso dos vasos, uno con hielo y el otro lo llenó con licor, tal como lo hizo en su bandeja. Dos o tres veces, repitió la misma operación, indicándome que bebiera. Realmente, debo reconocerlo, estaba bastante asustado, imposibilitado para negarme. Nunca antes había visto un hombre tan enorme con tan serio rostro lleno de cicatrices. Por suerte, por los tragos, me quedé dormido.

Ya en el Aeropuerto Internacional de Moscú-Sheremétievo, muy suavemente me sacudió el hombro para despertarme. Nuevamente, con su seriedad, se me quedó viendo. Inmediatamente, con una enorme sonrisa, soltó una buena carcajada, y en perfecto español, aparte de desarme éxitos en mis estudios, me aclaró que era embajador de su país en Rusia, y que las marcas de su rostro indicaban su elevada herencia tribal e importancia y mando de sus ancestros. Debo admitirlo, me tomó un buen tiempo entender el sentido del humor de aquel noble ciudadano.
Jacobo Vargas-Foronda

Jurista y sociólogo. Aprendiz de escritor, analista y periodista freelance. Libre pensador y autodefinido como gitano, es decir, ciudadano universal.
Un Commentario
Excelente relato, escrito con fluidez y armonía. Felicitaciones
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