Existencia inauténica

Brenda Lara Markus | En la voz de los actores / ¿QUIÉN, QUÉ Y POR QUÉ?

Lo que ocurrió el pasado jueves en la carretera Interamericana me ha tenido muy… ahhh, es difícil encontrar palabras que expresen en realidad lo que se siente, pero digamos que me ha hecho crecer en autenticidad. La muerte para mí siempre ha sido agradable, es decir, he buscado convivir con ella placenteramente, pues sé que llega cuando le da la gana. Excepto cuando murieron mis abuelos y mi hermana; entonces la muerte realmente me dio un somatón, dejamos de tomar café y tomamos hiel. Sin embargo, nunca he podido reclamarle: ella es y por tanto hace lo que es, ella sí es auténtica y nos ensaña a serlo.

Heidegger describe la existencia inauténtica como la no aceptación de la muerte, siendo el Dasein (hombre o mujer) un ser-para-la-muerte como la primera realidad que se debe aceptar, pero que tratamos de evitar porque genera angustia, luego viene la revelación de la nada y después de la muerte y esa no aceptación nos lleva a la superficialidad, a seguir la corriente, a no querer ver, no querer analizarnos como seres y nuestras verdaderas capacidades, motivos, sentimientos y entonces somos lo que el mundo quiere que seamos: UNO O UNA MÁS.

Esto, por supuesto, en esta época (que no sé si en nuestra periferia deba ser llamada posmoderna), se traduce en una estúpida negación a afrontar nuestras condiciones de vida, que podrían llevarnos a la muerte antes de lo que quisiéramos, condiciones que un país entero debería examinar, pero se prefiere ir y comentar el concierto de algún artista (con letras de canciones igual de superficiales, para que haga juego con todo el contorno), las promociones de las redes sociales o tal vez utilizar las redes mismas para solamente lamentar la muerte, verla desde una pantalla y no en nosotros mismos. La muerte no solo está en una carretera, está en la contaminación del agua por arsénico, la carencia del líquido, la contaminación de ecosistemas con el cultivo de plantas dañinas, la basura y un sinfín de motivos. Entonces indiferentemente decimos «de algo hay que morir», «todos vamos a morir en algún momento», pero no se dice con real conciencia. Si fuera así se trataría de, al menos, tener una muerte digna, evitando que el desgaste sea más lento, que el Dasein llegue a su punto «importante» con normalidad.

Si vamos a las creencias religiosas o espirituales, escucharemos a la gente decir, cuando alguien muere: «Dios lo tenga en su gloria», «era la voluntad de Dios» y un sinfín de frases conformistas, como una forma de consuelo, volviendo a negar la responsabilidad humana en al muerte. Dios no quiere el sufrimiento, somos para la muerte, sí, pero antes hay una vida en la que se debe procurar hacer bien las cosas y en eso entra la conservación de nuestro hábitat, de la protección a los nuestros. Y entonces podríamos pensar: «en 30 años no habrá agua en los chorros» ¿y nuestros hijos, nietos y siguientes generaciones? ¿Hemos imaginado esa muerte indigna por nuestra superficialidad, por negarnos a ver lo que somos o por nuestra cobardía para defender nuestros derechos?

Hoy, movimientos que vienen de lo profundo de países del sur de América, desde sus habitantes herederos del conocimiento originario de tierras ricas en minerales y fertilidad, así como los de Centroamérica, difunden un cambio de conciencia, de vida, con respecto a la forma de ver y tratar a la Madre Naturaleza, sobre todo con una clara oposición a la industria extractiva, hidroeléctricas sin estudios ambientales y cuyos efectos son nefastos para comunidades aledañas (sobre todo cuando estas nunca han probado el lujo del servicio de energía eléctrica), el cultivo de palma africana y varios daños más, irreversibles para la vida humana. Cambios que en las ciudades no podrán notarse, sino hasta que sea demasiado tarde.

Estos movimientos llevan una propuesta política coherente con la humanidad, tratando de dejar atrás el concepto de «derechos humanos», que ya bastante ha sido tergiversado por quienes necesitan que las cosas continúen igual, asesinando y encarcelando injustamente a quienes dedican su vida a defender recursos y sus derechos. Dicha propuesta reconoce las diferentes necesidades de vida de las comunidades, de los muchísimos territorios que conforman estas tierras que también poseen una diversidad de suelos y climas, una diversidad que no ha sido respetada y por lo tanto, no solamente la igualdad ha sido eliminada del vocabulario de los gobiernos saqueadores, también la equidad que nos hace ver estas diferentes necesidades si ubicamos adecuadamente a cada grupo, a cada persona con su ser completo, su «otredad», su forma de vida y su dignidad. La propuesta es llamada Estado Plurinacional y podría ser el momento para que Guatemala ponga sus ojos en ese concepto y lo visualice como una buena oportunidad para salir de ese hartazgo, esa decepción crónica en la que se vive, un pesimismo que nos ha perseguido desde hace décadas a causa de una casi imposibilidad de «levantar cabeza».

Es necesario que vayamos considerando esas nuevas formas que ya funcionan en otros países y que podemos adaptar al nuestro. Es necesario llamar la atención de quienes nos rodean para concentrarnos en lo que nos atañe como habitantes o ciudadanos, no solamente como seres humanos, sino como seres políticos que, inevitablemente, somos, porque también es necesario reconocer nuestra responsabilidad en cada movimiento, pues cada acción o no acción repercute en toda la humanidad, ya que como en efecto cascada nuestra vida interviene en todas las demás. Es por eso que un voto cada cuatro años no es suficiente, se debe buscar nuevas formas y no conformarnos con lo que nos ponen sobre la mesa, que viene siendo lo mismo desde hace décadas en las que vemos el retroceso en todos los aspectos importantes, pues quienes nos gobiernan basan toda su fuerza solamente en economía, pero una economía que beneficia al «más vivo» o al «más cabrón», siendo así una de las sociedades más desiguales que existen en el mundo, porque cada quien mira por su propio bien, aún pasando por encima de todos. Y no hace falta hacer un análisis muy profundo para ver todo lo anterior, salir a la calle, en ese mar de carros en la ciudad capital, nos da un pequeño ejemplo de cómo se relacionan las personas y el poco respeto que hay por el «otro». Eso es solo un reflejo de lo que nos tiene en una histeria colectiva.

Es deber entonces dedicar un momento del día a analizar las situaciones y buscar soluciones que abarquen a muchos, formando nuestros grupos para, como esos habitantes originarios, ir encontrando formas de respeto, tanto para convivir y trabajar en equipos, como para considerar los efectos del desmedido uso de la naturaleza. Un momento para buscar los beneficios que ha generado esa forma de gobierno que pueda dar valor y paridad a otras culturas, a los géneros, a las capacidades, a las formas de vida, porque de todo y de todos hay que aprender, pero sobre todo, a vivir en comunidad y notar nuestra finitud, para saber que la vida es solo un cúmulo de posibilidades que terminan y, al aceptarlo, buscar la manera de vivir lo más conscientemente posible para llegar a nuestro destino con dignidad, llegar a una muerte auténtica.


Brenda Lara Markus

Mujer y madre guatemalteca. Estudiante de Filosofía, actriz y locutora.

¿Quién, qué y por qué?


2 Commentarios

Ruben 29/03/2018

Me encantó tu columna! Y mucho más el incentivar y promover el pensamiento colectivo!
Felicidades

    Brenda Lara Markus 05/04/2018

    ¡Gracias!

Dejar un comentario