Evocación

-Indiana Torres-Escobar | PUERTAS ABIERTAS

Escribo desde México, en donde vivo hace ya muchos años, sobre mi amigo, sobre mi percepción de aquel jovencito que era, por sobre todo, un extraordinario ser humano. Si no lo hubiera sido, no lo seguiríamos recordando cuarenta años después.

Para mí, con más de sesenta años de vida, evocar al muchacho, al compañero, al amigo es complicado. Trasladarse a ese entonces con la misma mirada es complejo, porque el paso de los años hace que las valoraciones se revistan de todos esos años que uno mismo va viviendo. Lo que no cambia son mis recuerdos, recuerdos que de alguna manera definen a esa maravillosa personas: recuerdo cómo se sobrepuso al dolor que tenía por la muerte de su pequeño sobrino para apoyar a su hermano, su cuñada y a los abuelos tremendamente afectados; evoco al amigo solidario que, junto a Marcel Arévalo, se quedó toda la noche del velorio de mi abuelita en silencio, pero ahí; al amigo que quiso compartir su viaje a la Unión Soviética con música y souvenirs rusos; al compañero que cuando, en una protesta por el aumento del costo del pasaje urbano, apenas pudiendo respirar, luchaba por sacar de la escena a quienes estuvieran en mal estado después que el Pelotón Modelo nos paralizó con gases lacrimógenos en uno de los enfrentamientos entre ellos y la población de la colonia El Milagro, a donde habían solicitado la mediación de Oliverio. Y como esas, muchas remembranzas de su sensibilidad y solidaridad.

Confieso que este es un tema difícil: porque no estoy acostumbrada a escribir, porque sigue doliendo su muerte, que en aquel momento la indignación, la rabia y la incredulidad no permitieron llorar y, sobre todo, porque habiendo pasado todos estos años la visión cambia: si ya antes consideraba cobarde el asesinar con toda impunidad a plena luz del día y en medio de cientos de personas a un dirigente estudiantil para silenciarlo, creyendo que al eliminarlo físicamente eliminaban sus ideas, ahora que mi hijo ha pasado por la edad que él tenía al momento de su muerte, considero que haber matado a un muchacho que apenas nacía la vida es simplemente inadmisible, oprobioso, vil y, como lo juzgó el Dr. Castañeda, padre de Oliverio: ABSURDO.

La historia del dirigente ha sido abordada muchas veces, las circunstancias históricas y políticas que dominaban el año 1978 también han sido mostradas y analizadas a lo largo de los años, pero el ser joven, soñador y enamorado ha sido menos mencionado.

Un chico que nació y creció en una acomodada familia tradicional, de alguna manera renunció a todo para comprometerse, para entregarse y asumir la posición de clase de obreros y campesinos distante a la de sus orígenes. Sumó a los pocos amigos que le quedaban del Colegio Americano a los muchos amigos y amigas de la Universidad, del teatro huelguero y de la JPT.

Apenas 8 días antes de que le cegaran la vida había cumplido 23 años. Recuerdo que fuimos a la Finca Florencia a celebrar, junto con Iduvina Hernández, que también cumplía años ese día y estaba bajo la misma inmisericorde batalla por la supervivencia. A doña Chusita y a don Gustavo, sus padres, apenas los había saludado ese día al ir a su casa a cambiarse, ya que por seguridad no permanecía ahí. La celebración era simplemente tener un momento de sosiego en el campo, lejos de las presiones que esos días estaban implicando, de las tremendas responsabilidades que recaían en una persona tan joven y sobre todo de la persecución que habían montado en su contra. Ya desde días antes había percibido que lo vigilaban.

En ese día de campo, por supuesto, la conversación giró en torno a lo que estaba sucediendo en el país, pero también en torno a la música que le gustaba, de como hacía tiempo que no había podido leer una buena novela, de sus recuerdos de Inglaterra, contando como ese fue un viaje determinante en su vida al haber convivido ahí con un dirigente sindical. Totalmente decidido a vivir y a no irse de Guatemala, también conversamos largamente de los planes y proyectos que teníamos, que Oliverio tenía para su vida. En esos proyectos incluía enamorarse, tener una pareja y poder disfrutar de las bellezas de la vida.

En su adolescencia, él decía, tuvo muchas amigas, pero ninguna «novia oficial», nunca aprendió a bailar y en lugar de ir a fiestas prefería estudiar. La edad, la universidad y la militancia no cambiaron el hecho de ser un estudioso, no saber bailar y tener muchas amigas. Aunque no lo confesaba muy íntima y tímidamente sabía que era todo un conquistador.

Aun bajo la presión de los últimos días, entre la dirección de la AEU, las reuniones de coordinación del CNUS, el paro de la universidad, entre otras delicadas tareas, tuvo Oliverio tiempo para sus amigas, para tomar un café, conversar, departir soñar y amar.

En pocos meses antes de su vil asesinato, féminas con y sin compromiso, de distintas edades, educación y clases -no solo sociales- compartieron de distinta forma la vida del galán, sus sueños y sus fantasías.

A su muerte, María Alejos, no sin razón, señaló como habían proliferado las «viudas vírgenes», jóvenes mujeres de enseñanza media y de distintas facultades de la USAC reclamaron ser «la amada» del joven dirigente. No dudo que a todas las quiso profundamente, sin falsas seducciones. Sin engaños.

Y cómo no se iba a dar ese fenómeno si de ser un chico que, como él mismo reconocía, había sido muy consentido, y más bien introvertido; en pocos meses creció y se convirtió en un joven que además de carismático era guapo, muy educado, sensible, dulce e inteligente. Continuó siendo serio, ordenado, bien peinado, y aunque austero, bien vestido. Todo un prospecto que en medio de la crisis fue creciendo, haciéndose famoso por buen orador, claro en sus análisis y sobre todo valiente y decidido.

¿Cómo se puede matar a un chico así? ¿Cómo se puede ser tan criminal? Para todas aquellas jóvenes compañeras que lo amaron, que lo quisieron, que lo soñaron, que lo desearon, estas son preguntas que se quedaron ahogadas en el dolor de lo inconcluso.

40 años después, escuchar el himno de Guatemala hace que me siga conmoviendo profundamente al trasladarme al Cementerio General, en donde, al momento de depositar su ataúd, en medio del llanto colectivo, se entonó el himno como único homenaje a aquel grande. Grande porque con muy poco tiempo de vida pública, por todas las características personales aquí descritas hizo que, aun sin conocerlo personalmente, cientos de pobladores lo lloraran y estudiantes de muchas generaciones lo sigan reivindicando.

Oliverio es un grande que sigue estando presente, porque sigue habiendo pueblo y porque la firmeza de su voz exigiendo el cumplimiento de las demandas básicas para la vida de ese pueblo no han sido satisfechas.


Fotografía principal por Mauro Calanchina.

Indiana Torres-Escobar

Médica y profesora universitaria dedicada los últimos 24 años al VIH/SIDA desde la clínica, la investigación, la docencia, la gestión y la defensa de los derechos reproductivos. En trabajo permanente con la sociedad civil.

Puertas abiertas

4 Commentarios

Erick Ruiz 31/03/2020

Bella semblanza de ese guatemalteco que inspiro a toda una generacion..de igual forma usted una jovencita valiente para los años ochenta…con todas las vivencias de esa generacion deberia escribir un libro…que hay muchos detalles que las generaciones guatemaltecas de hoy desconocen..y por eso son apaticas..pero sin una generacion valiente como la suya nunca se hubiera podido hablar de libertades en Guatemala…mi mas profunda admiracion.

Byron Titus 25/10/2018

Indiana, Gracias por tus palabras y recuerdos. Duele leer, recordar y escribir…
Una vez mas, en mi deber a la memoria y dignidad de nuestros martires, alzo la voz para demandar, la investigacion del cobarde asesinato de Oliverio. El arresto y juicio de sus asesinos materiales e intelectuales. Asi como de los multiples crimenes contra otros, incluyendo el secuestro, la desaparicion y asesinato de: Sonia Calderon, Flavio Quezada, Juan Zea, Antonio Ciani, Conrado Leal, Aura Marina Vides, y cientos mas. NUNCA olvidaremos, NUNCA permitiremos que queden impunes!!! NUNCA les daremos tregua a los cobardes. Solidariamente desde Boston, Byron R. Titus Guerra. 38603

Carlos Castro 23/10/2018

Indiana, tantos años sin saber de vos, me recuerdo que la últimavez que nos encontramos fue en la Nicaragua de los años 80. Un fraternal abrazo desde la distancia. Yo actualmente vivo en Toronto, Canada. Tu amigo «Cebolla»

Rafael Cuevas Molina 21/10/2018

Un abrazo Indiana.

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