Jorge Solares | Política y sociedad / PIDO LA PALABRA…
Por salud emocional hoy quiero apartarme del pantano nacional y aprovechando el mes de agosto emblemático para esta ciudad capital, decido meterme en un breve paréntesis evocativo, de recuerdos, plataforma de memoria, volutas de imaginación creadora. Acompáñeme. Porque cuando el pasado fue mejor, su memoria se vuelve un proyecto.
En los recientes meses de agosto, alrededor del Centro Histórico apareció una idea, una memoria, un planteamiento, hoy postergado por la epidemia. Un rejuvenecimiento de los que añoran un centro urbano que ya se fue pero que puede retornar. ¡Cuántas remembranzas en el lapso de una sola generación! Aquella, la mía, la nuestra, en mi visión retrospectiva de patojo clasemediero, la que no utilizaba camioneta para trayectos de menos de veinte cuadras, la que no dependía de carro, la que construía tiempo para lustrarse los zapatos en El Peladero a la sombra del Acta de Independencia y viendo pasar el pequeño mundo de su universo entero ante sus ojos, armando palique con gente que iba y regresaba, yendo y viniendo, generación que no conocía ni por asomo el imperio de la jornada única, gente que saboreaba sin afán el quiebre del almuerzo en casa y hasta la respectiva siesta.
El chapín de pura cepa, con tanto modismo propio que cómo se ha perdido por ceder el paso a modas sin arraigo. Fue mi generación de cuartelazo, de toque de queda y estado de sitio, fiesta de feriado para el universo de escueleros que veían de repente el espléndido regalo de un asueto, tanto más gozado cuanto inesperado. Pero en el lapso de una generación se ha esfumado el mundo del comerciante trashumante, del carbonero, del cabrero restallando el disparo de su fusta, del buhonero, del uniformado cartero digno en su oficio, feria cantonal imantando a toda la ciudad, calle de dos vías, «encachuchado» policía de tránsito dándole la vía a carreta de bueyes, carro cada hora, de pie sobre sitial de madera y debajo de la nagua vueluda de simpática sombrilla, cuando a la gorra y quepi se les decía cachucha. Era la época del pan de a centavo y de a seis por cinco. De la ganancia y del ipégüel. Del «lléveselo fiado». En invierno, ríos corriendo por la concavidad central en calles de piedra recubiertas, portátiles puentes de madera como de juego de muñecas para sortear ríos sin nombre y de un día, colegios al alcance de la mano, nada de buses escolares. El sexteo vespertino de rigor, las grandes salas de cine, el Lux «aristocrático» ahora desmantelado su emblemático rótulo vertical, ícono y estandarte en su fachada; el «mediano» Palace enfrentando al feo pero grande Capitol de amplias y estrepitosas galerías; el Maya medio peculiar, medio popular, de medio pelo, con su inmenso pajarraco en el telón y butacas de madera unidas por larga regla que cualquiera movía a voluntad. Época en que la película era «lica», el centavo era «len», el quetzal era «dólar», la policía era «jura» y el policía era «chonte».
Aquel descuidado Cerrito del Carmen y, como espléndida y formidable referencia, el Parque Central (nada de Constitución, ¡qué va!). La itinerante estatua de Cristóbal Colón que lleva ya tres viajes por lo menos. Grandes paréntesis litúrgicos rompiendo el cadencioso sístole y diástole de la metronómica vida de la vieja Guatemala.
Pero el apocalipsis se vino encima, poco a poco o de repente. Crisis, polarización, represión y sismos confluyeron. Ante el desastre y deterioro, cada gobierno se declaró en estado oficial de indiferencia y ante la insidiosa penetración de lo desconcertado y disonante, gentes, casas y calles de postín arreciaron su fuga a un despoblado sur y a un oriente enmontañado, dejando el campo libre a la quinta columna de la anomia. Aquella misma calle se tapona con ventas informales, templetes de miseria y desaliño. Pero resulta lógico: es difícil proponer una ética estética y ambiental a gentes cuya primera prioridad es la comida de mañana. Lo pobre da forma y se transforma en lo vulgar, la convivencia cede el puesto a la violencia. La noche se vuelve tenebrosa; de la obscuridad romántica y picaresca se migra al obscurantismo tétrico; los vecinos se refugian en su muro y el visitante persigue otro derrotero.
Pero viene entonces el germen de un proyecto por todo lo anterior justificado: el proyecto identitario del Centro Histórico (hoy en cuarentena sanitaria), engendrándose en y desde el núcleo citadino para cada mes de agosto. Claras mentes municipales y universitarias le dan forma. Y como egregio símbolo, el omnipresente, entregado e inefable Tasso, venido de las Europas pero, según Manuel José Arce, «más chapín que el tamal del sábado».
La fealdad entonces de lo feo resulta acariciada por el cariño del recuerdo. La belleza de lo hermoso baña de orgullo a esta ciudad que vive a horcajadas entre el joyero colonial de Antigua y la explosión de cemento – acero – vidrio de una urbe. Esta ciudad sin lo antiguo de la Antigua se convierte en lo viejo de cada viejo barrio fundador. Acunado por gente visionaria, el Festival de agosto –hoy en cuarentena sanitaria- emerge como plan de salvamento, imponiendo un compromiso de recuperación erigido sobre cimiento de recuerdo. Recuperación del sabor de antaño, del color perdido, de textura hoy desportillada, del aroma amortiguado por el diésel, del relajamiento de aquella vida sin afán, de la anécdota que da humano caldo al hueso histórico.
Pero, cosa extraña, en la penumbra de un olvido que no sorprende, continúa quedando un personaje que hace ya más de doscientos años inició todo, un gobernante extranjero sin quien no habría hoy nada qué rememorar ni celebrar. Porque tan solo la historia, nunca el recuerdo de la gente común, menciona a Martín de Mayorga (y luego Matías de Gálvez), por cuyas incorrectas y atrabiliarias decisiones paradójicamente coexiste esta Nueva Guatemala de línea simple con una Guatemala Antigua ataviada de barroco. Recordémoslo de todos modos. Porque como en todo, el orden de la memoria no es el orden de la vida.
Jorge Solares

Evocando un desarrollo humano integral con justicia social dentro de una democracia culta, participativa, equitativa, en esta sociedad étnicamente plural, económicamente desigual, políticamente golpeada. El camino, una Ciencia con Conciencia como docente, investigador y editor, integrando Humanidades, Ciencias Sociales y Ciencias de la Salud.
Correo: jorgesolario@gmail.com
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