-Francisco Cabrera Romero / CASETA DE VIGÍA–
Mucho se ha dicho sobre si Guatemala es un Estado «fallido» o no. Otro tanto se ha señalado sobre si es un país «cooptado» o no. Pero en lo que creo que no debe caber duda es que es cada vez más loco. Propondré algunos pocos casos solo para ejemplificar este extremo.
El primero de los casos tiene nombre y apellido: Dionisio Gutiérrez y todo lo que representa. Quién iba a decir que resultaría con un discurso más incendiario que cualquiera. Juro que si alguien leyera ese discurso, sin conocer al autor, podría especular que esas líneas fueron producidas por la mente de uno de los notables revolucionarios del 44. El propio Juan José Arévalo pronunciaba discursos mucho más conservadores que esta versión de Dionisio quien (arrastrando una estela de dudas) afirma que «(…) Los ciudadanos nos sentimos íntimamente humillados, despreciados y violentados…» Y critica el sistema de justicia, poniéndose en la posición de un ciudadano cualquiera. Se corre de la posición de sus iguales del Cacif para tomar una bandera de protesta y paga espacios en medios para que el resto del país se entere de su postura. ¡Tal vez te lo creo! Se diría en mi adolescencia. ¡Este es un país loco!
Por otro lado y desde hace ya varios años, se ha constituido como el principal aliado de la lucha por la legalidad, ni más ni menos que el Gobierno de los Estados Unidos. Justo el país que hizo abortar el experimento revolucionario de mediados del siglo XX, que apoyó a tanto gobierno militar-dictatorial y apoyó la contrainsurgencia que mató tanto inocente. Ahora es el aliado clave, cuya posición es determinante en el futuro de la lucha contra la corrupción. ¡Loco, loco!
Y si faltaran hechos para confirmar la hipótesis de que la locura se ha apoderado de nuestra realidad, basta mirar la trayectoria que han dibujado las sobrevivientes organizaciones sindicales. Aliadas sin más de los gobiernos de turno. Con un discurso que de revolucionario pasó a reaccionario. Los primeros sindicalistas revolucionarios (siglo XIX) desearían morir mil veces más antes de ver esto. El propio Víctor Manuel Gutiérrez (militante del PGT en la era revolucionaria) tendría calificativos no gratos para estos restos de sindicalismo, con menos perspectiva que en cualquier etapa del sindicalismo nacional. ¡Toda una locura que el sindicalismo apoye las posturas más conservadoras!
Pero la desubicación ideológica nos ha hecho, como país, aún más vulnerables. Eso de que las ideologías ya murieron o no importan es la idea más absurda, pero con una efectividad comprobada. Nuestro país, plagado de ingenuidad, es fácil presa de los discursos que apuntan que como todos somos guatemaltecos es deber superar la separación ideológica. Lo que permite que las líneas, antes éticamente impasables, ahora se crucen con una facilidad asombrosa.
Como apuntó Joaquín Sabina a inicios de los noventa «Y uno no sabe si reír o si llorar viendo a Trotsky en Wall Street fumar la pipa de la paz». Esa desubicación hace que los netcenteros tengan resultados cuando «exigen» (las comillas están porque para exigir hay que tener un derecho ganado, no es solo cuestión de moda) que se persiga a los gobiernos de izquierda. Eso, ni más ni menos, significaría perseguir a Arévalo, Árbenz y quienes con ellos hicieron gobierno, que son los únicos de nuestra historia que quizá puedan considerarse dentro del ámbito de la izquierda, en el nivel moderado, si fuera el caso.
Pero sirve eso para dejar claro que la locura está en el día a día. ¡«Exigen» perseguir a los gobiernos de izquierda que no han existido! ¡Loco, loco, loco! ¡Este país, esta gente, perdieron la razón!
Imagen principal tomada de Bien, gracias, y usted?
Francisco Cabrera Romero

Educador y consultor. Comprometido con la educación como práctica de la libertad, los derechos humanos y los procesos transformadores. Aprendiente constante de las ideas de Paulo Freire y de la educación crítica. Me entusiasman Nietszche y Marx. No por perfectos, sino por provocadores de ideas.
Un Commentario
Muy cierto, mejor no pudo ser expuesto, explicado y oportuno. Gracias.
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