Bobby Recinos | Política y sociedad / ÍNDIGO ESENCIAL
La libertad de conciencia es el derecho más humano y más fundamental, la piedra filosofal de donde brotan las demás libertades. Pero cuando confundimos consciencia con religión, le abrimos las puertas a la demagogia y al control indebido de las masas.
Quienes conocen a Cash Luna saben que él casi no da entrevistas, pero en lo que va del año ha comido con la BBC y se ha dejado ver por El Faro. Yo también quise buscarlo para hablar un poco sobre la teología de la prosperidad, propia de su enfoque neopentecostal. Una isla ideológica en medio de un gran océano de desigualdad. ¿Qué dice? Esencialmente, que Dios bendice con dinero y bienestar material a sus hijos, quienes le rinden ofrendas, pues, de dinero. Fondos para su obra, su cruzada, su yihad neoliberal. Desde luego, fondos administrados por sus mandatarios financieros en la tierra. “Imagínate si cobrara IVA sobre el diezmo”, me dice Cash con cierta satisfacción, ante mi pregunta cajonera sobre privilegios fiscales. “Les queda el noventa por ciento para ellos, Dios solo pide el diez. Además, nosotros no nos podemos repartir dividendos.”
Pero no solo es el diez por ciento del salario. También están las promesas de fe, las donaciones extraordinarias, las ofrendas especiales, el servicio voluntario. Como en los bancos, ya no saben ni cómo llamarle a transmisión de valores para que se vea todo muy consensuado, en el libre mercado de la fe -o en el libre albedrío del capitalismo financiero-, vea usted. Quise moverme entonces hacia temas de poder y desigualdad, pero él se desmarcó: “los líderes religiosos no nos ocupamos con la política”, me dijo, “nuestro trabajo es pastorear el alma”.
Le creería si no fuera porque las evidencias dicen todo lo contrario. ¿Hacemos un repaso?
En Costa Rica, el predicador evangélico Fabricio Alvarado casi gana la primera magistratura de la nación declarándole la guerra a la educación laica, por considerarla anticristiana. En El Salvador, se espera que el proceso de canonización del monseñor Óscar Romero sea utilizado como carta electoral. En Guatemala, el presidente evangélico “puesto en eminencia”, Jimmy Morales, cierra todas sus intervenciones oficiales con un “bendiciones”, como si fuera el sumo sacerdote de una confesión particular y no el presidente de una república laica.
¿Y cómo olvidar las célebres incursiones de los pastores Ríos Montt, Serrano Elías, Francisco Bianchi y Harold Caballeros en la politiquería nacional, enarbolando la “palabra de Dios” como argumentos de Estado?
Del sionismo evangélico y las políticas del gobierno en Oriente Medio, se ha escrito en otros lados.
Lo cierto es que la religión, y en particular la Iglesia Cristiana –la católica primero y la evangélica después- ha sido usada por las elites económicas y políticas del país como instrumento de dominación desde el gobierno conservador de Rafael Carrera. En colusión con obispos y apóstoles -y bien asociadas al Estado militar- han invocado desde arriba una imagen torcida de Jesucristo como eslogan para justificar cualquier tipo de imposición sobre los grupos desprotegidos o distraídos por la necesidad. Específicamente, la derecha guatemalteca ha sabido utilizar a la religión dominante para darle contenido a sus propias filosofías políticas. En el siglo XIX, adoptaron el conservadurismo católico como activo propio, en el XX le anexaron una capa de anticomunismo protestante y, finalmente, incorporaron las máximas del neoliberalismo evangélico de Reagan y Thatcher a su consenso ideológico, a finales de la última centuria.
Desde que en 1852 se unificara a Iglesia y Estado, de iure, a través de un pacto con la Santa Sede -conocido como el Concordato- Guatemala no ha disfrutado de una atmosfera laica, de genuina libertad de consciencia, salvo por un brevísimo período posrevolución liberal (1871-1882) y la década de los gobiernos de centroizquierda de Arévalo y Árbenz (1944-1954). El caso es que con la ratificación del Concordato en 1854, se instauró la educación confesional católica en todos los centros de instrucción del país, se estableció el diezmo obligatorio, se creó el fuero eclesiástico y –vean esto- se obtuvo la “bendición” del Vaticano para mantener el orden jerárquico interno y proteger la propiedad privada de la Iglesia y la aristocracia a través de las armas, el Ejército y la lógica militar. Cualquiera diría que el Concordato se firmó ayer, solo que sustituyendo “católico” por “evangélico”.
No obstante, la transición de la confesión ortodoxa a la protestante como artefacto predilecto de control social no fue fluida, pues sufrió dos interrupciones históricas: la mencionada revolución liberal de 1871, y sobre todo, la articulación de la teología de la liberación de finales de los años sesenta. Me explico. Desde la Conferencia de Medellín, en 1968, la Iglesia Católica latinoamericana quiso examinar su postura crítica ante la enorme desigualdad socioeconómica que azotaba una región en permanente guerra civil. Sin el visto bueno de la Santa Sede, la Iglesia formuló su doctrina de la liberación, interesada en la defensa del territorio y en la redefinición de los pobres como seres pensantes y dignos de emancipación económica, política y científica. Para los grupos de poder local, esto constituía un improperio demasiado peligroso, y, bajo los auspicios de un Washington en plena guerra fría, denunciaron la teología de la liberación como “peligrosa para el capitalismo productivo” y “una aliada natural del marxismo-comunismo”. Intercambiaron el conservadurismo católico por un evangelismo pentecostal made in USA y, después de limpiar el camino de monseñores bulliciosos, siguieron a por las suyas. Vemos entonces que el Estado semi-confesional evangélico que tenemos hoy surgió –al menos en parte- como una reacción de las elites a ese cambio de espíritu y orientación de la Iglesia Católica, con la cual ya no podían contar para proteger el sistema de privilegios.
Actualmente, muy a pesar de supuestas revoluciones new age o de la adopción por parte de los millenials urbanos del humanismo secular, aquella confusión de facto entre conciencia y Estado sigue muy presente: la res publica christiana y su ética protestante como imperativo moral y administrativo. Y es que existe un seductor punto de intersección entre el evangelio de la prosperidad de Cash Luna, la pursuit of happiness republicana y el neoliberalismo à la Universidad Francisco Marroquín. Se resume en la máxima, “ser rico es señal de ser moral”. Cash me lo traduce: “Dios bendice al que se esfuerza y recompensa al que sigue sus mandamientos”.
Las implicaciones de este paradigma son serias. La religión, el civismo, y la ciencia son esferas esenciales de la vida en sociedad y hoy parecieran estar todas cooptadas por historias de un tal dios monoteísta judeocristiano y una reducidísima cultura de amor al dinero. De allí emanan imposiciones arbitrarias desde lo alto, como la discriminación institucional y sistémica implícita de quienes desafían los pactos de la cristiandad, el traslado de la embajada de Guatemala de Tel Aviv a Jerusalén, o la legislación moralista de los presupuestos penales, por mencionar algunos ejemplos.
El Concordato de 1852 ya no se encuentra vigente, pero debemos aún confrontarnos con la pregunta: ¿hemos superado la ambigüedad entre lo íntimo y lo conocido? La intromisión de la religión en asuntos de sociedad –educación, salud o infraestructura, por ejemplo- y de Estado –actos públicos, régimen de derecho y tal- no es un tema de espiritualidad, sino un tema de poder y control. Observemos. Cada vez que se erige una arremetida de fuerzas progresistas o se asoma algún proyecto de bases desde abajo, la maquinaria de restauración conservadora echa mano de sus dos grandes instrumentos ideológicos de sumisión: más neoliberalismo –para someter al cuerpo, y más fundamentalismo cristocéntrico -para someter al alma.
¿La Iglesia? Que se quede en su sitio. Que nosotros lleguemos a ella –si queremos- y no ella a nosotros.
No impugno la religión como tal, estaría de alguna manera negando la libertad de consciencia. En cambio, nos llamo a que desterremos toda superstición y todo pensamiento mágico del manejo de la cosa pública. Amigos: precisamos construir espacios de comunión y comunidad dignos, autónomos y neutros que nos proyecten hacia un Estado laico, social, tecnocientífico e incluyente.
Entonces sí, de derecho.
Fotografías de Bobby Recinos.
Bobby Recinos

En otras vidas fui abogado, cantante y jugador de básquet. Me gradué de derecho en la UFM y de ciencias políticas en Kyudai, Japón. Soy crítico porque estoy vivo y soy un idealista necio.
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