Esta piel

Ju Fagundes | Cóncavo/convexo / SIN SOSTÉN

El deseo surge con el roce suave, con la caricia tenue pero sensual, con la amenaza de la aproximación profunda que será el final, la conclusión del encuentro. La piel es el origen e inicio del deseo, puerta que, al abrirse, permite que otras manos, otros labios, otra piel, la recorran.

El deseo y el placer están en todo el cuerpo. La caricia suave de las manos, o el beso intenso que nos hace convertir otra lengua en la nuestra, son estímulos que, ofrecidos y recibidos con pasión, constituyen el anticipo a la entrega final, al placer que hace que nuestro dorso se eleve y nos impulse en un intento por ser parte del cuerpo de quien nos penetra vívidamente.

Cuando el deseo nos invade, el simple contacto de la otra piel nos eriza, abriendo todo nuestro ser a la necesidad intensa de la consumación del placer. No es amor, no es cariño, el toque excitante es simplemente de deseo, parte inicial o intermedia de algo que esperamos nos conduzca al clímax.

Son las manos, los labios, la lengua, los instrumentos que el otro puede utilizar para recorrernos y estimularnos. No hay, en realidad, una parte más o menos sensible de nuestro cuerpo, es solo cuestión de hacer los toques y caricias con la debida intensidad y pasión para que nos desbordemos de deseo, en el inexplicable proceso de pedir más y de mejor modo, hasta consentir que nuestras entrañas permitan el acceso del músculo que, acalorado y tenso, nos conduzca al placer por minutos deseado.

Nuestra piel se multiplica en ansias cuando alguna parte está siendo estimulada. Las caricias en lóbulos o nuca despiertan el deseo en los glúteos, que reclaman trato suave pero con movimientos que manifiesten deseo. El beso hambriento en nuestro cuello hace que pecho y pezones exijan también ser acariciados.

Excitadas, esperamos que la pareja tenga cien bocas y mil manos para acariciar milímetro a milímetro nuestro cuerpo. Desde sus partes más expuestas a las íntimas y cubiertas. No hay momento más sensual y erótico que aquel en el que, de pies a cabeza, deseamos ser tocadas con manifiesto deseo. Son muchas las veces en que nos vemos obligadas a dirigir esas caricias, a orientar el movimiento de manos y boca, porque nuestro cuerpo, siendo un torbellino de deseos, es exigente y meticuloso en la prolongación e intensidad de las caricias.

Torpes, muestras parejas confunden muchas veces la intensidad con la fuerza, la dureza con la violencia, mordiendo en exceso, apretando con furor. Y nuestro cuerpo está, en esos momentos, extraordinariamente sensible, expectante, por lo que una caricia mal dada, un toque convertido en golpe puede traerse al suelo ese proceso que, íntimo y profundo, puede aceptar dureza o fuerza, pero nunca agresión.

No hay mejor final o inicio de día que las caricias eróticas que nos trasladan del mundo de los sufrimientos a la gloria de los placeres, caricias que, si bien pueden ser preámbulo del orgasmo completo, pueden ¡y deben! ser también parte importante del proceso de retorno a la sensibilidad común y corriente. Volver a tierra, luego de un orgasmo intenso y completo, es mucho más calmo y hermoso cuando esa boca que nos colmó de ansias nos acompaña en el regreso.


Fotografías de Claudia Mejía.

Ju Fagundes

Estudiante universitaria, con carreras sin concluir. Aprendiz permanente. Viajera curiosa. Dueña de mi vida y mi cuerpo. Amante del sol, la playa, el cine y la poesía.

Sin sostén

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