Gabriela Carrera | Política y sociedad / FÍJESE USTED
La discusión sobre el aborto en Guatemala se ha mantenido en los últimos días. Candente como es, en una sociedad conservadora y con poca práctica para debatir y escuchar. En un contexto donde los políticos y los representantes del pueblo solo generan desconfianza, en donde las iglesias gozan de ellas pero no siempre permiten disentir, y en donde no estamos acostumbrados a ponernos en la piel de otros. Una ciudadanía desinformada, llena de prejuicios y de argumentos pocas veces serios.
Por eso creo importante contextualizar la discusión en la que nos encontramos en la actualidad. La propuesta de Ley de Protección de las Niñas, iniciativa 5376, nace de la realidad innegable que muchas niñas guatemaltecas viven hoy. Son violadas por cercanos y se les obliga a ser mamás de otra persona que necesitará toda su atención, todos los esfuerzos de su cuerpo para poder vivir, toda su concentración emocional. Ser mamá, me lo han dicho quiénes hoy gozan a sus hijos, te cambia la vida. Nunca vuelve a ser igual. ¿Cómo te puede cambiar la vida tan radicalmente a los treces años? ¿Alguien te devuelve los sueños?
Soy una mujer católica. Creo en la vida como un don de Dios, y la concibo también como un motivo de alegría y celebración cuando es fruto de la unión amorosa de quiénes quieren concebir. Creo en esa vida, creo que es la vida de la que habla la religión que profeso. También soy una mujer que ha encontrado en el feminismo una trinchera de ideas y de propuestas que buscan crear una mejor sociedad. Como católica agradezco y respeto la vida y como feminista no cierro los ojos a la realidad de opresión que muchas mujeres vivimos y viven en Guatemala: violaciones, acoso, violencia psicológica, física, económica, entre muchas otras. La vida que nace de la violencia no deja de ser vida, es cierto. Pero no podemos decir que será una vida que venga del amor, de la conciencia plena de amar a alguien, de la decisión digna y libre que es también regalo de Dios.
En el caso de las niñas, se les niega la posibilidad de la plenitud de la vida. Las pone en riesgo de su propia vida, les recuerda a los hombres que abusaron de ellas, las hace ser madre cuando solo deberían ser hijas. La vida es también el futuro de esas niñas.
Y aun así, nos negamos a escucharnos. Pienso que la defensa de la vida que muchos creyentes hacen hoy, no se puede cerrar a esta realidad. Una realidad tan ajena a la voluntad de Dios. No pueden dejar de escuchar a las niñas que sufren e intentar protegerlas. La propuesta de la iniciativa 5376 busca defenderlas, cuidarlas, no más. Es no aceptar la violación y hacer cómo si nada hubiera pasado. ¿Acaso no tenemos ahí una razón para, por lo menos, sentarnos a escucharnos? ¿Acaso no es tan importante la niña que será mamá? ¿Acaso no somos todos sensibles a esa realidad?
Hace muchos años me sorprendió leer el Esperando a Godot de Samuel Beckett. Mientras pasaban las páginas, repletas de un diálogo propio del teatro, solo no se entendía nada. Los personajes se dirigían la palabra con incoherencia, sin realmente darse a entender y sin voluntad de hacerlo. A veces me parece que el supuesto diálogo sobre el aborto en mi país es una escena entre Vladimir y Estragón, uno que no habla de lo mismo. Recordemos: este debate concreto se trata de las niñas violadas, las mamás treceañeras de trillizos.
Tal vez, con un corazón abierto a quien sufre, podríamos pensar lo mejor para las niñas. No las olvidemos, por favor, no las olvidemos.
Gabriela Carrera

Creo firmemente que la política y el poder son realidades diarias de todos y todas. Por eso escogí la Ciencia Política para acercarme a entender el mundo. Intento no desesperanzarme, por lo que echo mano de otros recursos de observación como los libros y las salas de cine. Me emocionan los proyectos colectivos que dejan ver lo mejor de las personas y donde el interés es construir mundos más humanos.
Un Commentario
Asunto de leyes y sus penalizaciones. Si un violador abusa de una niña se debe fusilar, a ver si así ocurren casos como el planteado. Somos componentes de una sociedad inconsciente aún y que no madurará hasta que no suframos un sometimiento que nos enseñe hasta por la fuerza a valorar nuestra condición de humanos. Ese es el trabajo de las religiones, sensibilizar a las personas, pero no han hecho su trabajo como debe ser.
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