Sindy Hernández Bonilla | Para no extinguirnos / SIMBIOSIS
La sociedad guatemalteca es conservadora, racista, prepotente, desconfiada, y en la mayoría de ocasiones asfixiante. Miguel de Unamuno diría que eso puedes curarlo cuando viajas, yo diría que cuando viajas te das cuenta, lo percibes, pero también observas y valoras cómo, en otros países también diversos étnica y culturalmente, los espacios públicos son un bien preciado al que se le cuida y por el que se debe pagar: ves cómo el Estado invierte, aun endeudándose, por su sociedad.
No obstante, en Guatemala, el temor a la deuda pública es enorme, así como enorme es el mito de que todo lo privado es mejor que lo público o, en otras palabras, que lo público no sirve y hay que recurrir a la privatización. Esto fue lo que sucedió en la década de 1990 y el resultado a la fecha es: un transporte ««público»» en manos del sector privado que no funciona; un enorme incremento del parque vehicular, en diez años creció en más del doble; el correo que dejó de existir en 2016. La corrupción en las terminales portuarias, aeropuerto o en el sector de infraestructura.
Más de veinte años transcurrieron de esta política privatizadora que nos muestra que en realidad ha sido privativa y que lejos de mejorar solo alimentó las arcas de ciertos empresarios y funcionarios públicos que hoy son investigados por casos de corrupción. Su avorazamiento ha limitado y truncado la inversión pública, ha construido el imaginario del miedo y la desconfianza para fomentar la edificación de centros comerciales y espacios cerrados para «recreación» -privativos para muchos- en donde se pueda estar «seguro». Ha generado el empobrecimiento cultural de la sociedad guatemalteca.
¿Por qué no se puede apreciar y aprovechar la riqueza natural y cultural de Guatemala? ¿Por qué no se plantea como un plan de país? ¿Por qué no se puede tomar como ejemplo las experiencias de otros países? De hecho hay miles, sin ir tan lejos, podemos ver ejemplos de inversión pública en países de la misma región centroamericana y mesoamericana como en Costa Rica o en México o en Estados Unidos.
Aquí un solo ejemplo de inversión en recreación, en un espacio abierto, gratuito, y que además es un ejemplo de inversión en salud pública: el Jardín de Esculturas fuera del museo de arte Hirshhorn en Washington D. C., inaugurado en 1974. Muestra esculturas de bronce de Europa y América que datan del siglo XIX. La placa de bienvenida al Jardín invita a que mientras se ve, relaja, estudia, pasea, dibuja o se toman fotografías, no se toquen las esculturas y se explican las razones por las que las obras pueden verse afectadas. Termina indicando a los visitantes que al no tocarlas, se contribuye a preservar las notables obras para las futuras generaciones.
De esta manera, las esculturas se encuentran bajo la intemperie y en perfecto estado, incluso luego de 45 años. Hay una cultura de proteger y conservar este bien que es público.
En este mismo jardín, como parte de la exhibición, se puede escuchar La canción del atardecer de la escocesa Susan Philipsz. Es una obra de arte sonora que se compone de dos pistas de audio, una que presenta un personaje masculino y la otra, un personaje femenino, las cuales se escuchan a través de dos altavoces. Philipsz canta ambas pistas a capella.
Esta idea nació con la intención de hacer del Jardín de Esculturas un recorrido más contemporáneo, involucrando el sentido auditivo de los visitantes, no solo el de la vista. Para la curadora asociada de arte contemporáneo Kristen Hileman fue interesante reintroducir la idea de una narrativa en el arte contemporáneo y ver cómo, al contar una historia, Susan Philipz provoca una respuesta emocional en los espectadores.
Además de esculturas y obras sonoras, en el jardín también se encuentra una obra viviente: el Árbol de los Deseos para Washington D. C. Este es parte de un proyecto de la artista Yoko Ono, quien, en 2007, colgó una hoja de papel en un cornejo japonés (Cornus sp.) ubicado en el Jardín Hirshhorn, con el deseo de que haya paz y amor en el mundo y que busca fomentar la participación pública en el arte. Los visitantes pueden escribir sus deseos en pedazos de papel que serán colgados del árbol.
El deseo de Ono es: Cubrir al planeta con nuestro amor y hagámoslo un mundo de paz para todos nosotros y nuestros descendientes. Otros deseos dejados en el árbol del Hirshhorn fueron la paz en África, el fin de la violencia de las pandillas y el tener un ascenso este año.
Un total de 10 árboles de los deseos han sido plantados en toda la ciudad como parte del programa de arte Escenas callejeras: un proyecto para el distrito de Columbia. Los árboles se encuentran en los escalones del monumento a Jefferson, como parte del Festival Nacional de los Botones de Cerezo, así como en el campus Town Hall para la Educación, Arte y Recreación, así como en el Jardín de Esculturas del Museo Hirshhorn y en eldel Museo Smithsonian, en el Parque Nacional de Washington.
¿Será tan difícil tener espacios como este en Guatemala? No creo, lo que necesitamos son estadistas que piensen y proyecten otro tipo de inversión en el país: que gasten e inviertan en salud pública, en educación, en protección social, pero también en sus servicios públicos como el transporte y la recreación. Necesitamos más áreas verdes, necesitamos caminar para sentirnos vivos.
Fotografía principal del Rey y la reina de Henry Moore (escultura de bronce), por Sindy Hernández.
Sindy Hernández Bonilla

Amo la naturaleza y por ende la vida. Me apasiona trabajar y siempre estoy aprendiendo. Tomo en serio y empeño lo que hago: el trabajo, mis relaciones, mi entorno. Escribir es un ejercicio que además de estimular mi creatividad, permite compartir algunas de mis inquietudes y reflexiones principalmente de la biología o la ecología.
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