Escribir en domingo: La vida de Consuelo Suncín-Sandoval, más allá de Saint-Exupéry

Mónica Albizúrez | Literatura/cultura / INTERLINEADOS

En The Peculiar Life of Sundays, Stephen Miller se propone efectuar una historiografía cultural del día domingo en la vida anglosajona, para lo cual toma textos diversos: diarios, memorias, discursos públicos, imágenes. ¿Cómo se intersecta lo religioso y lo pagano en ese día? ¿Qué afectos se construyen sobre una serie de significados culturales atribuidos al domingo?, son dos preguntas clave en ese libro, que se inicia con el verso cantado por la potente Billy Holliday «Sunday is gloomy».

En la historia de la literatura centroamericana –literatura también extraterritorial–, la compilación de las cartas de Consuelo Suncín-Sandoval Zeceña (Armenia, El Salvador, 10 de abril de 1901 – Grasse, Francia, 28 de mayo de 1979), bajo el título Lettres du dimanche podrían constituir un inicio para adentrarse en el análisis de los discursos culturales del domingo. En una primera carta, Consuelo Suncín, más conocida como Consuelo de Saint-Exupéry por su matrimonio con el autor de El principito, cuenta cómo en «papeles más transparentes que la luz» decidió escribir cartas dirigidas al esposo ausente y empieza a hacerlo precisamente un domingo, después de misa.

La historia de la ausencia de Antoine de Saint-Exupéry se retrotrae a abril de 1943, cuando, en plena Segunda Guerra Mundial, parte para desempeñarse como piloto en distintas misiones. Por su edad y condición física, no es destinado a labores de combate, pero sirve en Argelia, Marruecos y finalmente en Córcega. El 31 de julio de 1944, Saint-Exupéry despega para hacer unos reconocimientos fotográficos y nunca más vuelve.

En tal sentido, la mayoría de cartas escritas por Consuelo Suncín nunca fueron enviadas y abarcan tanto la etapa cuando Saint-Exupéry ejercía de piloto como los años posteriores a la guerra, cuando su desaparición se asume como muerte. A través de narraciones y confidencias, estas cartas aportan la posibilidad de rastrear los afectos de Suncín en su condición de migrante salvadoreña en Francia y exiliada en Nueva York en un tiempo gepolítico de redefinición del mundo.

Así, los relatos de las cartas se bifurcan en varios sentidos. Por un lado, Suncín resume anécdotas cotidianas, como los cortes de luz en Nueva York o las visitas cada vez más esporádicas de amigos, y paralelamente, las exigencias de adaptación derivadas de su condición de paso: cambiar de casas, estar atenta a los gastos que amenazan las comodidades acostumbradas y, en la vuelta a Francia, la constatación de cómo la guerra ha desalojado para siempre locaciones, afectos y costumbres. Suncín tiene a favor el idioma en esta travesía de extranjera: a diferencia de Saint-Exupéry, reacio a aprender lenguas, su estancia en San Francisco con apenas 18 años le ha otorgado como rédito el inglés y utiliza el francés con bastante solvencia, a pesar de que se autoexamina en sus errores, recordando las correcciones del marido letrado.

Pero también en las cartas, la escribiente atisba, como una presencia perturbadora, la masculinidad de un marido marcada por el abandono. Suncín confiesa cuán segura estaba, desde el reencuentro de los amantes en Nueva York, que la separación estaba dilucidada: «Usted se quería lavar en el río de las balas, tener el contacto de la piel con esta guerra. Sí, desde mi llegada a Nueva York, supe que usted partiría». Y es que el afán de Antoine por tocar la guerra (ir a ella), según Suncín, superaba el deber de servicio a la patria, y más bien le arrojaba los rastros de una historia marital constituida de lejanías tensas, también hirientes. Las aventuras y flirteos de Antoine, los celos mutuos como quiebre, el imperativo del vuelo y la escritura como actos de absoluta evasión, son para Suncín los puntos de una cartografía amorosa signada por extravíos y la desubicación. «Nadie podrá entender verdaderamente nuestro amor» es una oración que justifica la vuelta minada de deseo.

En tal sentido, cobran valor las palabras que le dice a Suncín la esposa de André Maurois a propósito de lo que sería la definición de la esposa de un escritor: «Cuando uno se casa con un escritor, se ingresa en el orden que no tiene nombre y del cual hay que inventar la norma, se necesita construir todo sin que se vea, como una pequeña araña teje su tela y la vuelve a empezar. (…) Esto es la vida de la mujer de un escritor». Casarse con un escritor es, pues, quedarse sin las palabras, mientras aquel trabaja con ellas. Suncín sabe de las reinvenciones que le relatan. Tres matrimonios. El segundo con Enrique Gómez Carrillo, el tercero con Antoine de Saint-Exupéry. Del primero, sentencia: «Él era mi padre». La diferencia de edad cuenta en esa definición lapidaria, pero también el haber aportado a Suncín una presencia en los círculos culturales universales. Su viudez será un pasaporte a la monumentalización del escritor y la conducirá, paradojas de la vida, a conocer a Saint-Exupéry. El inicio de la travesía con él exigirá un pacto: que se olvide ella de promover la obra de Gómez Carrillo, que rompa con sus editores y las regalías. Volver a empezar.

En el transcurso de esa correspondencia al ausente, Suncín es prolija en sus labores literarias y artísticas. En 1945, Suncín publica el relato Oppède, que narra, entre lo autobiográfico y ficcional, sus experiencias con un grupo de artistas en la ciudad de Oppède, donde ella se refugia después del armisticio de 1940, que llevó a establecer las condiciones de la ocupación alemana a Francia. Además, Suncín pinta y esculpe. Logra vender obras, hacer exposiciones, experimentar técnicas. Suncín es más que «la de Saint-Exupéry».

En una de las cartas, Consuelo relata cómo de adolescente había ganado en El Salvador un premio como declamadora. Esto le sirve a Suncín para emplearse durante un año como lectora de un hombre ciego y rico. Aunque venida de una familia cafetalera pudiente, la cárcel del padre lleva a Suncín a tomar este empleo y ayudar a la madre. Y es que relatar y leer son las pasiones de Suncín. Confesará a Saint-Exupéry que lo que le atrajo de él fue la capacidad de contar sobre cualquier tema. Y esa capacidad «era verdaderamente la vida».

Lettres du dimanche perfilan el domingo como un rito, en el que la escritura supone leerse a sí misma y al amado, asumir la extranjería, ejercer la memoria y la muerte. Suncín siempre se sentirá menospreciada en Francia. Empero, nunca volverá a El Salvador. De eso se trata también la vida, de la imposibilidad.


Fotografía principal proporcionada por Mónica Albizúrez.

Mónica Albizúrez

Es doctora en Literatura y abogada. Se dedica a la enseñanza del español y de las literaturas latinoamericanas. Reside en Hamburgo. Vive entre Hamburgo y Guatemala. El movimiento entre territorios, lenguas y disciplinas ha sido una coordenada de su vida.

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Un Commentario

Fernando González Davison 05/05/2018

Pues de doña Consuelo Suncin pueo contar que en 1978 caminando en el cementerio de Pere Lachaise buscando la tumba de M A Asturias encontré la tumba de Gómez Carrillo: había una rosa roja y una tarjeta que decía: «Siempre con amor, Consuelo». Me quedé sorprendido pues Gómez Carrillo, su primer esposo con quien se caso cuando tenía 21 años, quedó viuda a esa edad… O sea habían pasado tantos años y aún lo amaba. Saint Exupery nunca la trató bien y menos su familia de aristócratas. Al morir, al año siguiente, doña Consuelo pidió ser enterrada al lado de Gómez Carrillo y su voluntad se cumplió.

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