Erótica en la ciudad: un portafolio desobediente

Bobby Recinos | Política y sociedad / ÍNDIGO ESENCIAL

En tiempos de regresismo intelectual, cuando la corrección moralista, el puritanismo conservador y la moderación política saturan el sentido común de los guatemaltecos, la obra de Mildred Hernández —Erótica en la ciudad— es una grata rareza: nos invita a explorar nuestro impulso erótico y la excitación de nuestros sentidos, sin tapujos, mientras nos llama a contemplar a la mujer, antes que nada, como una criatura en busca de su plena emancipación.

Leí la historia de Erótica el personaje y me flechó Erótica la persona, la mujer. Me gustó tanto la experiencia que compartí la lectura con algunos amigos, desde luego, de mente abierta, progresistas, respetuosos de las libertades de otros. Para empezar, pensé yo, si les gusta, se lo comparto a personas más tradicionalistas. Para mi sorpresa, uno de ellos (sí el progre, feminista, de mente despejada) se escandalizó y yo me escandalicé por su escándalo. ¿Qué tiene de anatema la naturaleza humana, como para que nos desgarremos las vestiduras? No me queda duda, pensé por reflejo, hay que hablar más abiertamente de sexo y sensualidad, para que no se nos olvide que nacimos calientes y diseñados para coger. Sí, debemos expresarnos con llana autonomía para contrarrestar lo grotesco de una coyuntura represiva y ultrareaccionaria, que predica la vileza del rock sueco, el rugby venezolano y la homosexualidad, mientras hace el absurdo en el edificio de las Naciones Unidas, defendiendo el Estado corrupto e impune de derecho. En ese sentido, todos ustedes —lectores— son profundamente revolucionarios, pues desafían con su interpretación de estas letras al poder incumbente que les pretende silenciar.

Por ello, mis queridos amigos, les admiro y felicito. Nunca se rindan.

Recuerden. Nos pueden cercar las plazas, cerrar las fronteras, suspender los perfiles virtuales y hasta legalizar la Biblia, pero no pueden ni podrán —nunca jamás y jamás nunca— cerrar nuestras esperanzas y contener nuestras almas libres.

¡Que viva la resistencia! ¡Que mueran los tiranos!

Erótica en la ciudad de Guatemala

El libro cuenta la historia de una mujer que se llama Erótica, expresada en cortas cápsulas narrativas autocontenidas y autosuficientes, que parecen puestas allí al azar, aparentemente desconectadas unas de otras. Pero no, cada diálogo corto representa un momento de la vida de Erótica, en donde ella entra en contacto con algún aspecto de su sensualidad o sexualidad y que, vistos en conjunto, revelan importantes significados de la vida de la protagonista.

Una de esas contraseñas es la ambigüedad moral de la condición humana, expresada a través del deseo sexual y el apetito de placer que nos penetra y nos atraviesa a todos y a todas por igual. ¿Ernesto es un macho o es apenas un hombre cualquiera? ¿Marcela es puta o simplemente es mujer? ¿Dónde empieza el chauvinismo y termina la esencia del ser? En ese sentido, la indeterminación moral es un derecho humano, pues nos es inherente, nos es irresistible, nos es inescapable, tal y como son todos los derechos humanos fundamentales.

El segundo signo evidente es el espíritu feminista, ese que busca tanto la independencia de la mujer en relación a su propia consciencia, como la absolución de todas las mujeres en relación a su contexto, aún hoy opresor. «Vas a ser mi novia», le dice él a Erótica, más que le pregunta; «no vayas a decir nada»; «abrí las piernas, te va a gustar»; «no seas llorona, niña, no duele tanto»; o más allá aún, cuando Erótica le dice al Hombre «es que no quiero» y él le contesta, «pero yo sí» y, con ello, da por cerrada la discusión, previo a la satisfacción de su deseo carnal de cada viernes en la tarde.

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Erótica nos enseña que aquel deseo de emanciparse puede ser abordado, en principio, a partir de lo íntimo y personal, pero que lo personal se vive —siempre o casi siempre— desde la significancia política. Por eso, el compendio de Hernández es también un manifiesto eminentemente político y sumamente relevante para nosotros todos, en tiempos de posverdad y fertilidad autocrática.

Ella se llama Erótica y no Ana, Isabel o Marcela, pues Ana es Ana, Isabel es Isabel y Marcela es Marcela, pero Erótica somos todos y todos somos eros, entendido, por un lado, como el espíritu de deseo y de placer sexual, y, por el otro, como aquel ente que se encuentra a sí vulnerable frente al espíritu de deseo y de placer sexual del Otro o la Otra que le considera el objeto de sus fantasías y dominación. Erótica en el río soy yo en el río, Erótica en la palangana de un picop eres tú en la palangana de un picop, Erótica en la pila de la abuela, en el recreo del colegio, en el país lejano donde nadie le habla en un idioma que pueda descifrar, en el museo donde extraños le lanzan una mirada pícara, en el bar, en el taxi, en la cama. Sus primeras mariposas en el estómago y su primer fuego en medio de las piernas, son aleteos y llamas que sentimos nosotros mismos en algún momento de nuestras vidas. El susto de su primer caricia, los nervios de su primer baile, el terremoto de su primer beso, la imposición de su primera relación sexual, podrían fácilmente ser —y de hecho lo son al leerla y acompañarla en su aventura—nuestro susto, nuestro nervio, nuestro terremoto, nuestra indignación ante tanta imposición.

Pero si me quedara allí no estaría hablando del trabajo de Mildred Hernández, sino de otra cosa más pesimista, pues Erótica en la ciudad no se queda en deseo de liberación. No, nos ofrece esperanza, nos muestra un camino hacia la transgresión y nos inspira a pensar que la autodeterminación del ser —de su cuerpo, de su razón— no es tan utópica como algunos quisieran que fuera.

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Desde el punto de vista puramente literario, vale rescatar la importancia de Erótica en la ciudad como la primera obra narrativa en el país que trata de la sexualidad de una mujer desde la página uno hasta la página última. Desde Poemas de la izquierda erótica de Ana María Rodas, en 1973, me parece, no hemos visto una labor así.

No soy una degenerada, ustedes disculpen,
solo soy una mujer que siente y que,
pese a sus miradas acusatorias pero cómplices,
se atreve a decirlo.

Mildred Hernández, Diario de cuerpos, 1998.


Fotografías tomadas de Pixabay.

Bobby Recinos

En otras vidas fui abogado, cantante y jugador de básquet. Me gradué de derecho en la UFM y de ciencias políticas en Kyudai, Japón. Soy crítico porque estoy vivo y soy un idealista necio.

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