-Rodolfo Alpizar Castillo | NARRATIVA–
Ese día Masha estaba indispuesta.
Es normal que cada cierto tiempo las mujeres estén indispuestas y no puedan satisfacer las exigencias de los maridos. A la mayoría, eso les acarrea determinados contratiempos, pues, como es sabido, los hombres son unos seres especiales, a los cuales la imposibilidad de obtener algo les acucia el apetito por alcanzarlo. Pero, si hacemos omisión de alguna que otra autojustificada infidelidad o salvajina masculina que provoca, tal condición orgánica femenina no implica por lo general repercusiones trascendentes.
Téngase presente, sin embargo, que no todas las mujeres que se indisponen son princesas germánicas ni son la esposa de quien rige uno de los imperios más poderosos del mundo. Eso ya es otro cantar.
Siempre que Masha estaba indispuesta, había un esclavo de palacio que pagaba las consecuencias. Una princesa germánica no es alguien a quien uno puede dar dos empujones y obligar a hacer algo contra su voluntad o su naturaleza. Para eso existen los esclavos. El asunto era tan serio, que a algunos los había conducido al suicidio. Entre ellos, por tanto, era muy bien llevada la cuenta de los ciclos hormonales de Masha, irregularidades mensuales, gestaciones y lactancias incluidas. Y todos rezaban por que no les cayera en suerte (mejor sería decir mala suerte) estar de servicio cerca de su marido cuando se aproximaban los días difíciles de Masha.
Iusuf había logrado hacer trampa en otras ocasiones, pero no pudo sustraerse esta vez, de manera que era inevitable que sobre su cuerpo se descargara el furor del amo.
Mas no en balde Iusuf había ganado desde niño fama de avispado y experto en pillerías. Cuando su amo, bufando, le ordenó, de la manera más grosera y violenta que se le ocurrió, que entrara en su habitación, ya estaba preparado.
«Haga conmigo lo que más gozo le dé, mi señor», dijo con la modulación de voz más serena y sumisa que pudo encontrar, aunque a decir verdad apenas podía controlar su miedo. El amo, que, como todo buen gobernante, tenía debilidad por las expresiones de veneración de sus gobernados, sintió a su pesar que la proporción de rabia que portaba se le diluía un tanto. Un manotazo, dos empujones y un chorro de palabrotas mal pronunciadas que soltó lo ayudaron a restablecer la concentración que la ocasión requería.
Cumpliendo el mandato de su señor, Iusuf comenzó a desnudarse lentamente, y lo hacía como si hallara placer en ello. De repente extrajo un frasco no muy grande de alguna parte de su ropa y, ofreciéndolo con una sonrisa, propuso «¿por qué no prueba al modo de mi tierra, mi señor? Vera que es mucho mejor».
Ya se dijo que el amo era un buen gobernante. Por tanto era hombre que gustaba de escuchar la voz del pueblo. Y él no desconocía que los turcos guardaban secretos y conocían mil pociones mágicas para todas las situaciones de la vida. De modo que sintió la tentación de aceptar la propuesta. «Bebe tú primero», ordenó, pues tampoco era asunto de dejarse envenenar tontamente por un esclavo.
Iusuf bebió un par de sorbos, y su rostro reflejó el disfrute que experimentaba. El amo lo estuvo contemplando un rato, en espera de cualquier reacción sospechosa. Mas la expresión del esclavo era de feliz arrobamiento. Llevó de nuevo el frasco a la boca, pero el amo, sin dejarlo terminar el movimiento, se lo arrebató de las manos. La curiosidad lo mataba. Bebió el primer sorbo lentamente, como conociendo el sabor, que encontró delicioso. En el siguiente trago vació el contenido. «Le puse un poco de azúcar para mi señor, en mi tierra se bebe amargo», aclaró Iusuf.
Poco a poco el amo sintió que su furor se aplacaba y lo embargaba una placidez total. Los músculos se relajaban, las fuerzas lo abandonaban dulcemente, y perdía la voluntad. Había olvidado toda noción de sus responsabilidades de gobernante, su condición de señor de vidas y haciendas, su disgusto con Masha y hasta la furia que lo había poseído minutos antes. La agresiva libido que hasta entonces sentía se había convertido en una sensación tranquila y reposada, pacífica. Era un hombre feliz.
Era el momento que Iusuf esperaba. Con suavidad, lo dirigió hacia la cama y lo hizo acostarse. Lo desnudó. El amo, casi inconsciente, lo dejaba hacer. Apenas estuvo a punto de salir de su abandono al sentir que algo penetraba en su interior y le desgarraba las entrañas. Mas un suave masaje en la nuca y ciertas frases susurradas al oído lo amodorraron nuevamente. Guiada por la mano de Iusuf, la suya procuró su propio sexo. Olvidado del cuerpo extraño que había invadido el suyo, o acaso no sintiéndolo ya extraño aunque continuaba dentro de él, comenzó una caricia que lo transportaba a la lejana adolescencia. Iusuf, en tanto, lo ayudaba haciéndolo mover rítmicamente las caderas.
Entonces el amo lloró.
Iusuf no entendía por qué, habiendo tantas esclavas, e incluso damas aristocráticas en quienes saciar el ardor genital sin gran fatiga, su amo se dedicaba a sodomizar esclavos; por eso se esforzó para que la iniciación le resultara lo más dolorosa posible.
Y el amo aún lloró tres veces más aquella noche.
Los libros de historia registran que a un zar ruso llamado Pablo I lo dominaba cierto esclavo turco, pero no aportan información adicional. Usted y yo sabemos por qué, pero no se lo vamos a decir a nadie.
Febrero 12 de 1999
Nota de verosimilitud, para lectores inquietos:
Que la esposa de Pablo I se llamara Masha y fuera una princesa germánica no me consta, pero es posible que no me equivoque, pues era costumbre que tales fuesen el nombre y la condición de las zarinas. Que tuviera menstruaciones y su marido se pusiera insoportable en esos días, cualquiera puede suponerlo. Pero que Pablo I fuera dominado por un esclavo turco aparece escrito en cualquier enciclopedia.
Texto publicado originalmente en De irreverente Eros. Antología de cuentos eróticos, Editorial José Martí, Cuba, 2011.
Rodolfo Alpizar Castillo

(La Habana,1947). Escritor, lingüista y traductor. Desde hace décadas, es el principal introductor de la literatura africana de expresión portuguesa en Cuba, cuyos escritores más importantes ha dado a conocer.
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