Marcelo Colussi | Política y sociedad / ALGUNAS PREGUNTAS…
Las diferencias sexuales anatómicas conllevan diferencias psicológicas; pero esto no explica, mucho menos justifica, la posición social del género femenino. Ninguna conducta humana puede concebirse solamente en términos biológicos.
Como una constante en diversas civilizaciones, las mujeres se ven sometidas a un papel sumiso ante la imposición varonil. No significa «papel secundario», pues su quehacer es básico al mantenimiento del todo social, pero sí ausente en la toma de decisiones. Hasta ahora, las mujeres, como género, han estado excluidas del ejercicio del poder. Los trabajos femeninos, en esta concepción patriarcal, se consideran secundarios, poco «importantes».
En el ámbito humano, el horizonte desde donde se estructuran las conductas está regido por algo no exclusivamente biológico, y que en términos de ordenamiento macho-hembra no responde a realidades anatómicas sino a posicionamientos subjetivos, propios del campo simbólico. El machismo, como posibilidad de relaciones entre hombres y mujeres, no tiene ningún fundamento genético.
En otros términos: en lo humano no hay correspondencias biológico-instintivas entre machos y hembras sino ordenaciones entre «damas» y «caballeros». El acoplamiento no está determinado/asegurado instintivamente. Tiene lugar, pero no siempre (hay relaciones homosexuales, hay voto de castidad, hay psicopatología en esto); y no necesariamente está al servicio de la reproducción (eso es, antes bien, una eventualidad; la mayoría de los contactos sexuales no buscan la procreación). Masculinidad y femineidad son construcciones simbólicas, arraigadas en la psicología de los humanos y no en sus órganos sexuales externos. La cuestión de géneros se desenvuelve en el campo social.
En las distintas culturas, los estereotipos de género se repiten: masculino = poderoso; femenino = sumiso. El poder es masculino. El papel de las mujeres es hacer hijos y ocuparse de los quehaceres domésticos. Las cosas «importantes» son varoniles; la historia se cuenta en términos de gestas viriles: conquistas, descubrimientos, invenciones.
La cultura machista dominante no es responsabilidad directa de ningún varón concreto en tanto «malvado». Es un producto colectivo; incluso las mujeres contribuyen a sostenerlo, reproduciendo –sin saberlo– los seculares patrones de género. He ahí un problema de la totalidad del colectivo social.
No se trata de hacer un masculino mea culpa histórico, sino de propiciar, con la amplitud del caso, una nueva actitud de reconocimiento de esta exclusión.
Igualar los derechos de las mujeres con los de los hombres no significa «masculinizar» la situación de aquellas. Hay cierta tendencia a identificar las reivindicaciones de género con una lucha por la equiparación en todo sentido (y de allí a la peyorización de la misma, un paso; conclusión inmediata: el movimiento feminista es un movimiento de lesbianas). Los derechos de las mujeres son derechos específicos en cuanto género, distintos y con particularidades propias por su condición diferente en relación a los hombres. En esto se incluye su carácter particular de madre, de lo que se siguen derechos específicos relacionados a salud reproductiva, punto medular que sostiene al machismo: los hijos son «de» las mujeres, el varón es el semental, aunque luego deben llevar el apellido –marca de propiedad– masculino. Ellas se encargan de parirlos y criarlos; los hombres están en cosas «más importantes».
El mundo no es un paraíso precisamente; son muchas y muy variadas las cosas que deberían cambiarse para mejorar las condiciones de vida. Evidentemente las económicas son relevantes. Pero esto solo no alcanza. Los países prósperos del Norte han superado problemas que en el Sur todavía son alarmantes. A partir del capitalismo, sistema hoy absolutamente hegemónico dada la globalización de la vida humana, el impulso que ha ido tomando el desarrollo científico-técnico y económico en los últimos años es realmente espectacular; en un par de siglos la humanidad «avanzó» lo que no había hecho en milenios. Pero cabe una pregunta: ese modelo masculino de desarrollo, heredero de una tradición beligerante y conquistadora de la que no ha renegado, ¿ha solucionado problemas ancestrales? La distribución de poderes entre géneros está aún muy lejos de ser equitativa. Conquistamos todo: planetas, ciencia. ¿Varón conquistando mujeres?
El género es social, no se apuntala en ninguna base anatomofisiológica. Apunta, ante todo, a fijar las relaciones culturales y jurídicas de los sujetos que detentan un determinado sexo biológico pero que, como seres históricos, tienen una determinada identidad que no responde automáticamente a una realidad orgánica. No hay nada que justifique las diferencias de poder entre los géneros.
Mientras no se considere seriamente el tema de las exclusiones –todas, no solo las económicas, también la de género al igual que las étnicas– no habrá posibilidades de construir un mundo más equilibrado. Dicho en otros términos: el machismo patriarcal del que todos somos representantes, el modelo de desarrollo social que en torno a él se ha edificado –bélico, autoritario, centrado en el ganador y marginador del perdedor– no ofrece mayores posibilidades de justicia. Trabajar en pro de los derechos de género es una forma de apuntalar la construcción de la equidad, de la justicia. Y sin justicia no puede haber paz ni desarrollo, aunque se ganen guerras y se conquiste la naturaleza.
No se trata de los poderes, sino de terminar con todas las opresiones.
Imagen tomada de Consorcio de universidades del estado de Chile.
Marcelo Colussi

Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor.
Correo: mmcolussi@gmail.com
Un Commentario
Muy buen análisis amigo.
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