Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL
¡Y llegamos a otro diciembre! Último mes del año y la excusa perfecta para una extraña explosión de religiosidad, algo de espiritualidad y placeres sin límite. Convivios, regalos, parabienes –sinceros o no– arbolitos, ponche, tamales, pavo, pierna de cerdo y tragos –con todo y su Guadalupe Reyes– suelen danzar en estos días con inusitado frenesí.
Admito que no soy muy espiritual que digamos, y mucho menos religioso, por lo tanto, no puedo darme el lujo de eludir alguno de los placeres arriba insinuados, aunque sí me dejo acariciar y sin duda alguna en exceso, por uno que reúne toda la magia, mundana y celestial, que caracterizan esta temporada singular: la música navideña.
Y es que poseo en mi colección una sección más o menos respetable, dedicada a este género que suele escucharse únicamente en esta época del año: villancicos, conciertos clásicos, oratorios, ballets, baladas, rock, country, tradicionales latinoamericanas y hasta una que otra ranchera refinada, ocupan ese segmento especial de mi pequeño universo musical.
Siendo la música navideña una expresión de la cultura humana, el género no está exento de curiosidades. Si bien la sublimidad es una característica general en la mayoría de obras, también las hay algunas populacheras y ramplonas, que ni siquiera son piezas inspiradas en la Navidad.
Un ejemplo: el monótono y fastidioso pero alegre Burrito sabanero, que va camino de Belén. Aparte de aludir al sitio donde se supone que nació Jesús, nada en la canción la relaciona con la festividad y, mucho menos, con el advenimiento del hijo de María. Tampoco la ultra famosa Jingle Bells, una de las rolitas emblemáticas de este período.
En efecto, probablemente algunos se desencanten pero el estribillo «Cascabel, cascabel lindo cascabel» no fue inspirado en la época navideña sino en la festividad gringa de Acción de Gracias. Se cree que su primera versión se remonta a 1850, cuando James Lord Pierpont, su autor, la publicó con el título One horse open sleigh (Trineo de un solo caballo), aunque estos animalitos jamás fueron considerados parte de la parafernalia pascual. A la fecha, hay tres ciudades norteamericanas que se disputan el honor de ser la cuna de este cántico universal.
Algo parecido ocurre con otra clásica de temporada: Winter Wonderland (Tierra maravillosa en invierno), la cual ha sido popularizada por más de 200 cantantes, incluidos entre ellos: Johnny Mathis, Frank Sinatra, Elvis Presley y Radiohead. Sin embargo, su lírica en ningún momento hace referencias a la temporada navideña y se dedica a describir un paisaje invernal cualquiera, junto a las bellezas que la nieve le obsequia a los habitantes de los países anglosajones.
Sin embargo, muchísimo antes de que la música navideña se adaptara a los modelos musicales populares, y en un mundo dominado por el descomunal poder político de la Iglesia católica, ya en el siglo V, los evangelizadores adoptaron las buenas nuevas que transmitían a la clase pobre analfabeta, como un método pedagógico para recordar el Advenimiento por medio de canciones (los villanus, en alusión a los moradores de las villas). Puer natus est nobis (El niño nos ha nacido) es una de los más antiguos villancicos en forma de canto gregoriano, dedicado a la Navidad.
Durante el período barroco (siglo XVII y mitad del XVIII) destacó el compositor italiano Arcangelo Corelli al escribir conciertos navideños, cuya característica esencial eran los movimientos pastorales, en referencia a los pastores que acudieron a adorar al Niño Jesús. Tiempo después, en 1734, el genio Johann Sebastian Bach, escribió las cantatas que le dan forma al Oratorio de Navidad y otro genial compositor, Georg Friedrich Händel, escribió el conocido oratorio El Mesías (1741) que solo en su primera parte está dedicado a la Navidad porque su fase cumbre, El Aleluya, en realidad celebra la Resurrección de Cristo.
En el período Clásico (1750–1820) fue el tiempo y la hora de los grandes maestros románticos. El francés Héctor Berlioz escribió La Infancia de Cristo, una conmovedora descripción de la Virgen María mientras contempla a su hijo. Tampoco puede dejarse de mencionar al genio ruso, Piotr Ilich Tchaikovsky y su maravilloso ballet El Cascanueces, aunque esta obra no tiene contenido espiritual sino alude a la Nochebuena en tanto fiesta que desata la fantasía infantil.
Al concluir el período clásico, Jules Massenet se atrevió a romper los moldes pacifistas inherentes a las obras navideñas, con Werther, su ópera estrenada en 1892, con base en la célebre novela de Goethe. Ni siquiera se inmutó para describir la escena terrífica en la que el joven artista y de temple sensible, se convence de lo imposible de su amor por Charlotte y se suicida en plena Nochebuena, mientras al fondo, el tono melifluo de un coro infantil musita un villancico.
En Latinoamérica, los villancicos vinieron como una de las tantas herencias del catolicismo español, aunque inicialmente se les consideraba profanos, pero poco a poco se les incluyó en las eucaristías y entre los siglos XV y XVIII alcanzaron enorme popularidad en España y Portugal, especialmente en la forma pastorela, que solía terminar con un villancico.
Se atribuye al marqués de Santillana la autoría de los primeros villancicos, por haber creado varias canciones para celebrar junto a sus hijos el misterio de la Navidad, empero, hay documentos que demuestran que el rey Alfonso X el Sabio, rey de Castilla, escribió Las Cantigas de Santa María entre 1251 y 1284. De Santillana vivió entre 1398 y 1458.
En el siglo XX, el villancico adoptó formas a la cultura americana, retratando el costumbrismo de Nochebuena en estas tierras (las posadas, el ponche, los tamales, los cohetillos) hasta convertirse en las canciones navideñas que hoy conocemos y que suelen conectarnos, aún a nosotros, los adultos, con aquellos ensueños de las navidades infantiles: Noche de paz, Alegría para el mundo, Navidades blancas, Los peces en el río o La Virgen lava pañales, han recogido maravillosamente esta época de tradiciones, ahora dominada abrumadoramente por el espíritu pero del consumismo.
Y así, mientras desde el iPod se dejan escuchar las notas de O Little Town of Betlehem por el Coro de la Iglesia de la Trinidad, de Nueva York, le envío mis mejores deseos porque, sin importar cómo festeje o, incluso, si el Grinch habita en usted, estas festividades sean una fiesta del corazón y del espíritu. Además, para agradecer por la deferencia hacia mis escritos durante el año que finaliza, enviando mis mejores augurios para el que está por llegar.
¡Felices fiestas de fin de año, con esa entrañable música del alma!
Imagen tomada de Napster.
Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.
2 Commentarios
Edgar felíz navidad me parece un excelente artículo para conocer aspectos de la música de esta temporada bastante ilustrativa. Saludes con un ponche y tamal
Me encantó el comentario de la entrañable música de temporada
Un abrazo y feliz navidad.
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