¡Engarrótenseme ahí: la Cicig ya no se irá!

Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL

Cuando el presidente Jimmy Morales, el 7 de enero pasado, anunció la finalización anticipada y unilateral del mandato de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (Cicig), sin duda volvió a respirar tranquilo, en vista de los beneficios personales que, según supone, este acto le traería consigo.

Y junto al presidente, y llevando la emoción al paroxismo, no se hicieron esperar los gritos de ciertos beneficiarios de la corrupción que cerraron filas para gritar, con singular descaro, su plena complacencia ante la posibilidad del retorno del clima de impunidad que tanto añoran.

«Ese experimento fallido de la ONU, es historia», dijo el alelado presidente del Congreso, Álvaro Arzú hijo, emulando a su padre en cuanto a confirmar esa ignorancia enciclopédica que en alguna ocasión le increpara Francisco Pérez de Antón, y que el difunto confirmó con creces en cuanta ocasión le fue posible durante su vida.

Con manifestaciones de esa índole y abundantes réplicas irreflexivas en las redes sociales, quedó muy claro que quienes urdieron la trama anti Cicig, mantenida durante tres años y a costos inconmensurables, tenían una razón poderosa para ello y que esta iba más allá de la defenestración del comisionado Iván Velásquez o el cese de las funciones de la Cicig, por ello la defensa cerril del esquema de corrupción construido desde hace más tres décadas y que por primera vez se vio amenazado.

Sin embargo, ¡engarrótenseme ahí, se están moviendo mucho!, como diría en cierta ocasión López Obrador. Lamento decirles que la Cicig no se va y que, al contrario, llegó para quedarse entre nosotros.

A ver. A la Cicig se le recordará siempre por haber desvelado la inmensa red mafiosa que marcará por siempre al gobierno de Pérez Molina como el más corrupto de la historia. Y aunque las capturas relacionadas con los diversos casos en que se involucra al exmandatario y muchos de sus funcionarios imputados aún no tienen sentencias firmes, los modos de operación puestos al descubierto, los montos defraudados y los variados métodos para sustraer los recursos institucionales, sí resultan incuestionables.

Además, todo lo señalado era un secreto a voces, pero hasta cinco años atrás era impensable que se conocieran públicamente al detalle. Y sin embargo, no es este el mayor logro por el cual será recordada la Comisión.

Luego, la Cicig puso en evidencia toda la podredumbre del sistema político nacional y de paso comprometió seriamente la credibilidad, por un lado, de los jóvenes aspirantes a emelenistas del siglo XXI que se vendían al estilo de «ni corruptos, ni ladrones», y por otro, de empresarios que utilizaron su posición para financiar de manera clandestina la campaña del presidente Morales.

Eso también se sabía. Incluso, desde muchos años atrás se comentaba, y en voz alta, que el tal por cual magnate del pollo le dio dinero a Arzú, Portillo, Berger y a todos los presidentes habidos y por haber, e incluso a diputados, como el caso de una congresista, conocida popularmente como diputada Campero.

De esa manera, la Cicig hizo posible que los mecanismos de semejante estructura fuesen conocidos públicamente y se comprobase, no sin asombro, que en estos casos la realidad superó a la ficción. Y sin embargo, no es este el mayor logro por el cual será recordada la Comisión.

Sin duda, el mayor aporte de la Cicig, y por el cual permanecerá indefinidamente entre nosotros, es el haberle devuelto a la ciudadanía la confianza de que se pueden resolver los graves problemas estructurales que padece esta sociedad, y por supuesto, estos no se circunscriben al de la corrupción.

En ese proceso, la Cicig ha logrado que los políticos mafiosos calculen mejor sus pasos antes de cometer ilícitos que hasta hace un lustro eran imposibles de perseguir, tanto así que en muchos de estos círculos se llegó a considerar que para tener éxito político era imprescindible contar con dinero y nada importaba su procedencia. Obtener financiamiento del crimen organizado o de contratistas mañosos llegó a ser asunto «normal» (sí, el concepto de ninguna manera es propiedad intelectual del mandatario; tan solo fue quien se atrevió a admitirlo sin rubor).

Y, por supuesto, si vamos a ser objetivos, también es justo señalar que no todo lo realizado por la Cicig fue correcto. Se cometieron yerros injustificables, se ejercieron presiones deshonestas sobre juzgadores y a todos nos tocó padecer el egocentrismo desbocado de Iván Velásquez, al caer en el error de creerse el gran componedor del país.

Y sin embargo, de estos actos cuestionables también se benefició la sociedad y debe contemplarse como otro de los aportes de la Comisión, que justifican su permanencia indefinida entre nosotros.

Gracias a tales excesos, hoy, la ciudadanía comprende mucho mejor las características del debido proceso, los límites y posibilidades de la acción penal, y la necesidad de que los entes investigadores y juzgadores puedan operar dentro de un marco de total independencia.

Por supuesto, hay que señalar la inviabilidad del retorno de Velásquez. Con el desgaste que arrastró, jamás volverá a actuar con la libertad y credibilidad que tuvo y su presencia perjudicaría el futuro desempeño de la Cicig.

Y aunque en el papel pareciera que Morales sigue en su desbocado plan de hacer añicos la institucionalidad, el asunto de la Cicig aún no está resuelto. Por el lado jurídico, está pendiente que el Ejecutivo cumpla, sí o sí, las resoluciones de la CC que amparan a la Comisión, y en lo político, no deben echarse en saco roto las presiones de la Casa Blanca manifestadas en voz de Mike Pence al proponer una Cicig renovada y, más recientemente, la ratificación del compromiso del Departamento de Estado en la lucha contra la corrupción y la impunidad. Por supuesto, falta esperar el incremento de las acciones locales en contra del Gobierno.

Así que… ¡engarrótenseme ahí! Lo acepte o no la ultraderecha, se ha sacudido el inconsciente colectivo de este país y, gracias a ello, ahí se quedará la Cicig para rato.

Imagen tomada de 123RF.

Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.

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Un Commentario

arturo ponce 25/01/2019

Ojalá pueda ser así, aunque como dijo Sto. Tomás, hasta no ver no creer; y así se termina ese pulso entre Velásquez y Moralejas y si estoy de acuerdo que continúe con mucho mayor rigidez y otros cinco años mas por lo menos.

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