Vinicio Barrientos Carles | Política y sociedad / PARADOXA
La educación ayuda a la persona a aprender a ser lo que es capaz de ser.
Hesiodo
El modelo educativo magistral, instaurado en la edad contemporánea bajo el esquema napoleónico, tiene la grave dolencia de no responder ágilmente a los cambios cualitativos y cuantitativos que el mismo sistema requiere, lo cual es ciertamente preocupante ante las crecientes demandas que los nuevos modos de vida del siglo XXI están impulsando. Un punto innegable a tomar en cuenta para los análisis correspondientes es el hecho que los intereses y las necesidades educativas de los distintos actores en la sociedad han cambiado notablemente a lo largo de los dos últimos siglos, por lo que se requiere de metodologías antes desconocidas, y probablemente no tratables con los diseños que los modelos educativos del siglo pasado incluían. Esto implica, en otras palabras, una profunda revisión del concepto de educación de manera que la nueva acepción nos conduzca de manera estable en los próximos tres siglos, y esta revisión de los sistemas educativos debe ir con toda seguridad mucho más allá de una mera reforma del currículo vigente.
De manera complementaria, es importante reparar cómo los modelos educativos napoleónico y prusiano sentaron profundas raíces en la noción hegemónica de la escolaridad como el parámetro fundamental de la educación, de forma que la escuela ha sobrevivido década tras década constituyéndose en el elemento clave para la funcionalidad de todos los sistemas educativos postmodernos, aún vigentes y activos en la mayoría de regiones del mundo. Sin embargo, de manera emergente, las últimas décadas indican poca efectividad de la escuela tradicional, generando una crisis sistémica de grandes proporciones. Este es, con toda seguridad, un tema extenso y complejo, que nunca podrá ser agotado y reducido a unas cuantas líneas, por lo que seguramente estaremos retornando a los análisis de esta temática a lo largo de posteriores publicaciones, dada la importancia y la urgencia que reviste tal abordaje, a nivel global, pero más relevante aun, dentro de nuestro contexto regional y a nivel de país.
En este mismo sentido, se percibe a la escuela, en un primer vistazo, como un centro de enseñanza estático, casi perene e inmutable, en donde los principios y las tendencias dictadas por el caeteris paribus son aplicadas sin el menor riesgo; empero, si se observa desde una perspectiva analítica mucho más cuidadosa, la realidad es totalmente contraria. En efecto, la estructura y la forma de la escuela reciente (en la edad contemporánea) ha sufrido desde sus comienzos un sinnúmero de cambios, puesto que la institucionalidad escolar se ha visto forzada a ir evolucionando conforme los imperativos que las sociedades demandan se van evidenciando y, en particular, estas evidencias no muestran precedente alguno en lo referido a las exigencias manifiestas en la últimas décadas, justo en los albores del siglo XXI. Pareciera así que el modelo escolar ha llegado a sus últimas posibilidades de adaptación, y el sistema educativo deberá ser reformado radicalmente. Una de estas profundas modificaciones deriva del uso del internet como medio educativo, así como del amplio uso de las redes sociales como mecanismo basal para la interacción social.
Puede concluirse que si el inicio del siglo XX se caracterizó por la caída de todos los imperios provenientes del mundo moderno, también es cierto que durante los últimos cien años la visión sociopolítica caracterizada por la figura de la autoridad, presente en el ministro o en el magister, ha ido en un paulatino descenso, de manera que el imaginario de las grandes mayorías se encuentra fundamentado ahora en un modelo de relaciones mucho más horizontal, tanto para el ejercicio del poder como en la construcción de los íconos representativos de una autoridad de cualquier naturaleza. El cambio se da desde de una política centralizada en la figura imperial, substituyéndola gradualmente por otra mucho más democrática y plural, bajo un principio participativo basado en la igualdad en derechos y centralizada en la figura del participante o miembro de la comunidad.
Aunque este movimiento gradual y permanente ha sido de naturaleza generalizada para las diferentes instituciones que conforman y moldean la sociedad humana, debe reconocerse que estas modificaciones se han desarrollado de una forma particularmente lenta en una institución que se ha desarrollado de una manera excepcionalmente inercial y, por ende, resistente a todo tipo de cambios. Esta institución inercial es el sistema educativo y, de manera determinante, léase la institución educativa por excelencia, la escuela, y con ella, de igual manera, en lo referente a sus elementos constitutivos fundamentales: el maestro y los alumnos. Por ello vale revisar en este momento algo referido a las bases sobre las que se sustenta la escuela moderna, bases que han permanecido sin mayores cambios durante más de un siglo, pero que, sin embargo, hoy por hoy se encuentran en una crisis generalizada innegable y a todo nivel.
Para comprender la escuela de mediados del siglo XX, debe observarse que la universidad napoleónica se proyecta como una heredad trascendente de las universidades antiguas, principalmente de la del Reino de España, donde la exigencia se hacía paulatinamente mayor. Analizando más de cerca, nos damos cuenta que el papel de las universidades es cambiante en las diferentes épocas y que asume un grado de evolución a medida que el tiempo pasa. Vemos también como la presencia de personajes históricos involucrados en el desarrollo de las instituciones juega un papel relevante para la producción y elaboración de los métodos a seguir, construyendo así buenas misiones y visiones en el desarrollo superior educativo.
Entonces, cabe tomar nota sobre la figura de Napoleón Bonaparte, quien ha sido considerado como uno de los mayores genios militares de toda la historia, habiendo comandado campañas bélicas muy exitosas, aunque también sufriendo algunas derrotas igualmente estrepitosas. Sus agresivas guerras de conquista pasaron a la posteridad como las mayores guerras conocidas en la Europa del siglo XIX, involucrando a un número de soldados jamás visto en los ejércitos hasta entonces. En términos generales, se le considera un dictador tiránico, cuyas guerras provocaron la muerte de millones de personas, siendo a su vez uno de los personajes más megalómanos y nefastos de todos los tiempos. En resumen, es el personaje clave que marcó el inicio del siglo XIX y el ícono para la posterior evolución de toda la Europa contemporánea, y dentro de esta evolución, el sistema educativo por él impulsado.
Un detalle no por muchos conocido es que Napoleón Bonaparte era un asiduo aficionado a la Matemática, a quien se le atribuye el planteamiento de un problema epónimo y del cual se desconoce a ciencia cierta si fue él quien realmente lo planteo, o lo resolvió. De igual manera, un teorema de la geometría lleva su nombre, lo que hace alusión a la influencia que desempeñó en el ámbito académico. Sin embargo, lo que acá atañe en los análisis orientados a una redefinición para el siglo XXI, es que fue el emperador responsable de impulsar una visión bastante diferente de la universidad como institución de la correspondiente al modelo renacentista, concentrando los esfuerzos de la escuela en la transmisión de los conocimientos, y de la aplicación práctica de lo que otros, quizá más talentosos, producían.
Por lo anterior, el magister (catedrático) se desempeñará en la actividad central de la docencia, y el dicente iniciará un proceso evolutivo que lo llevará a ser el ulterior captador de las ideas y las sapiencias que desde lo alto de una cátedra eran, casi piadosamente, impartidas. Esto terminó generando el modelo del aprendizaje pasivo, de la cultura de la educación bancaria tan críticamente señalada por Paulo Freire, y de un paradigma en el cual implícitamente se defiende la idea que el aprendizaje es sufrido, más que gozado. No importa cuán difícil pueda resultar el proceso, esa es la orientación fundamental de cualquier estudio escolar. En la Matemática, pieza fundamental de la formación básica, estas modificaciones son emblemáticas, notorias y ampliamente significativas. El aprendiz o alumno debe dedicarse a la aplicación de los algoritmos y los teoremas, no a la construcción o reflexión racional sobre los mismos. Los procesos educativos son básicamente formativos, no constructivos. Esta automatización, por decirlo de una forma muy simple, llegará a fines del siglo XX con consecuencias visibles y cuestionadas por los teóricos más serios de los procesos y los sistemas orientados a la educación.
Por otro lado, los procesos evolutivos de la universidad, y con ella del modelo educativo en general, se fueron acelerando conforme el fin del milenio se avecinaba. Para medir el estado del arte hace un par de siglos, tómese nota que fue hasta mediados del siglo XVIII (1740) que se comenzó a abandonar la idea de que no podían adquirirse conocimientos nuevos más allá de Aristóteles, y esto cuando ya las bases de la modernidad y de la ciencia estaban más que montadas. Desde aquel entonces, una lentísima reacción del sistema educacional se ha mantenido, de manera que los cambios en la ciencia van llegado con mucho tiempo de rezago a la escuela. Por ejemplo, la física cuántica lleva más de un siglo de existencia, y aún no llega a la escuela. El quehacer matemático escolar usa conocimientos de la antigüedad, haciendo caso omiso de los avances de los últimos tres siglos, y creando una brecha insalvable entre la sociedad que consume conocimientos y los especialistas que lo producen. Todo ello propende a un cuestionamiento sistemático sobre la finalidad y las prioridades educativas básicas, pero con mayor trascendencia, sobre el diseño arquetípico que deberá asumirse para el futuro mediato.
En el plano político, la iglesia del siglo XIX estableció una estrecha vinculación con el Estado y las universidades que fueron creadas en terrenos episcopales se convirtieron paulatinamente en universidades del Estado, destinadas a la formación de funcionarios a cuyo núcleo pertenecían los clérigos cada vez más sujetos a los fines estatales. Con este proceso, la función educadora fue final y completamente trasladada al Estado, y con el vertiginoso desarrollo de las ciencias, se fue imponiendo una manera de entender el cultivo del saber, pero siempre desde un modelo verticalista. La estructura de esta universidad fue muy diferente a la tradicional. Las viejas tendencias a la especulación teórica, a la retórica y al intelectualismo fueron sustituidas por una orientación pragmática y profesionalizante, al constituirse la universidad como un organismo estatal, centralizado y burocrático. Como sus consecuentes variantes, la universidad napoleónica se transformó prácticamente en un conjunto de escuelas profesionales del Estado, autoritaria en sus cátedras y atomizadas en sus facultades, creadas y desarrolladas en una visión segregacionista y especializante, con catastróficas consecuencias ya evidentes en la actualidad. De todo esto, la formación cultural y los estudios literarios fueron, en gran medida, relegados a las academias o simplemente abandonados al esfuerzo individual.
Básicamente, el modelo napoleónico es uno de los ejemplos más antiguos de utilización por el Estado de la universidad como herramienta para la modernización de la sociedad, a través de un control estricto del financiamiento de la institución y de la designación del personal académico y de una legislación que garantice una repartición equitativa de los recursos nacionales en todo el territorio. En su forma clásica, la universidad napoleónica fue el instrumento de la afirmación de una identidad nacional propia, basada en los principios del reconocimiento del mérito y de una igualdad formal, principios que se apoyan a su vez en una administración poderosa. En Guatemala, el modelo napoleónico derivó en una universidad centralista basada en un concepto universitario estrictamente profesional, mismo que serviría especialmente para formar la clase alta de los funcionarios públicos. Así, una consecuencia que se mantiene en la actualidad es el sistema de promoción por mérito, el cual sustituye al ascenso social por privilegios especiales de otra naturaleza.
Cómo atar este desarrollo histórico con las evidentes necesidades que el mundo actual requiere es una problemática abierta y compleja, y aunque algunas propuestas se han realizado, ninguna de ellas goza del impacto suficiente para consolidar el modelo para la posteridad de este siglo XXI. Una de estas propuestas se basa en un nuevo modelo curricular basado en competencias, y en esta línea de ideas se encuentran los llamados cuatro pilares de la educación, impulsados por la Unesco, tratados ejemplarmente en el informe oficial de la institución internacional: La educación encierra un tesoro, de Jacques Delors, lectura ampliamente recomendada para el análisis y la discusión.
Imagen principal por Vinicio Barrientos Carles, con imágenes de Conectados. y Concepto definición.
Segunda imagen tomada de La Estrella de Panamá.
Tercera imagen tomada de Wikipedia.
Cuarta imagen tomada de Wikipedia.
Vinicio Barrientos Carles

Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior. Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar. Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.
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