Ju Fagundes | Cóncavo/convexo / SIN SOSTÉN
La barra estaba más que animada y él parecía no prestar atención más que a su trabajo. Servir aquí, mezclar allá, poniendo en todo ese mirar perdido que lo hacía sexi, aunque casi inmaterial. Iba y venía tras su alta mesa, mostrando apenas la parte superior del cuerpo. No era atlético, ni en exceso varonil, pero tenía una forma de mirar y de extender los brazos que todo mi ser quería atravesar la barra para ser estrechada contra su pecho.
El deseo nace y se acrecienta con solo el juego de las miradas. Muchas veces deseamos a aquel que ni siquiera nos nota, quien no percibe nuestro interés, nuestras ansias por ofrecerle boca, lengua y brazos para recibir de él toda la satisfacción que en ese momento necesitamos. Son momentos cálidos, que nos obligan a cambiar de posición las piernas, estemos de pie o sentadas. Nuestros movimientos son sutiles, a veces imperceptibles, pues nos enseñaron a contenernos, a inhibir nuestros deseos y necesidades. Somos presas de caza, y no cazadoras en acecho.
Si bien nos exponemos y giramos de un lado a otro, danzando, caminando o simplemente mirando, nos está ordenado sacrificar nuestros deseos y ambiciones. Presumir de nuestras gracias es admitido en algunos espacios, sin por ello poder satisfacer plenamente nuestra sensualidad. Como alguna vez dijera Chico Buarque, “detrás de un hombre triste hay siempre una mujer feliz y, detrás de esa mujer, mil hombres, siempre gentiles”, mas no por ello permitida la satisfacción mutua.
Me clavé en la mente y el cuerpo esos ojos penetrantes y sensuales, esa boca dura y carnosa. Decidí aprenderme cada uno de sus gestos, rictus y movimientos. Memoricé sus manos, largas y tersas, frescas siempre por el contacto con el agua y hielo, las que rocé al menos cuando depositó ante mí el largo vaso con la bebida recién combinada con su gracia y estilo. Evité tocarlas por completo, sin demostrar el más mínimo interés en su figura, no fuera a suceder que el resto de la noche mi compañía ennegreciera su semblante y destruyera la alegría. Quise saber el color de sus zapatos, si sus pies eran grandes o pequeños, pero debí dominar mi curiosidad para no destruir el encanto de esos dulces y excitantes momentos.
El hizo mi noche, y debía conservarlo así, sin nombre ni apellido, sin más piel que la de su rostro y manos, sin más cuerpo que el que sobresalía por encima de la barra del bar. Eso era suficiente para ponerlo en mi cama, sobre mi cuerpo y frente a mí. Me lo llevé en mis deseos y ambiciones, y mientras la pareja de siempre me acariciaba, mis labios trataban de reconstruir aquella boca que me pareció deliciosa y especial. Las manos que me recorrían, con tradicional cariño resultaban frías, pero al tener la imagen de las otras recuperaban calor, deseo. Administrarlas esa noche fue fenomenal. No eran las manos de siempre, pues, aunque obedientes a mis gestos y deseos, eran las de aquel otro las que me excitaban, las que conducía con hambre a los puntos sensibles de mi deseo sexual.
Disfrute con ambos, incorporadas las imágenes de aquel en el cuerpo y sexo del otro. Permitirle penetrarme esa noche fue delicioso, magistral, porque si bien era el erguido músculo por infinidad de veces acogido, representaba otro, el desconocido, pero deseado, del que nunca podría saber sus dimensiones, lo que me hacía inventarlas, suponerlas conforme el deseo me lo ordenaba.
No fueron orgasmos comunes, fueron una mezcla de sensaciones y placeres. La satisfacción múltiple y variada, pues a lo conocido y existente agregué dichosa, aunque silenciosa, lo deseado e imaginado. Los dos deleitando mi cuerpo, recorriéndolo, penetrándolo. Los dos acariciando mis más sensibles partes, ambos dispuestos y convencidos a darme placer, uno con todo su furor y naturaleza, el otro con todas las sombras y reflejos que mi deseo le ordenaba.
Imagen principal tomada de Desmotivaciones.
Ju Fagundes

Estudiante universitaria, con carreras sin concluir. Aprendiz permanente. Viajera curiosa. Dueña de mi vida y mi cuerpo. Amante del sol, la playa, el cine y la poesía.
2 Commentarios
Que prosa, tipaza, mente brillante
¡Qué excelente! puso mi mente a volar…
Dejar un comentario