Marco Vinicio Mejía | Política y sociedad / TRAZOS Y RETAZOS
Hace 215 años, el 21 de marzo de 1804, se promulgó el Código Civil francés o Código Napoleónico para regir las relaciones de los ciudadanos cuando nacen, se casan y mueren, y también cuando se empobrecen o se vuelven acaudalados. Desde su prisión en Santa Helena, Napoleón afirmaba que su gloria no era «haber ganado 40 batallas» ya que su Código Civil «viviría eternamente». El propósito era abolir los privilegios de la nobleza, lograr la igualdad de clases y, entre otros aspectos, proteger la propiedad privada individual. Un grupo de juristas armonizó los ideales de la Revolución francesa con las costumbres y el derecho de varias regiones.
El Código Napoleónico mantiene su influencia como el conjunto de leyes que regulan las relaciones de los ciudadanos entre sí, con base en la familia, la propiedad y el contrato. Con este Código, todos los individuos gozan de derechos y deben obedecer las mismas reglas, con independencia de las normas religiosas. La persona se vio sometida, desde el nacimiento hasta la muerte, a un Estado civil laico, simbolizado por el matrimonio civil. Como primer código moderno, influyó en numerosas legislaciones. En 1877, Guatemala copió el modelo napoleónico.
El Código francés continúa como el ejemplo de una ley clara, comprensible y accesible para todos. Esta codificación se convirtió en exigencia económica, ya que tiene la posibilidad de reducir el costo de tener acceso al derecho, tanto para la administración pública, como para las empresas privadas, con lo cual se incentivan y protegen las inversiones.
El espíritu del Código Civil es una referencia en estos tiempos de globalización, que requiere de un sistema jurídico equilibrado. Este debe responder no solo a las exigencias económicas sino también a valores democráticos. No han perdido actualidad la voluntad reformadora y unificadora, así como los ideales de humanismo, de justicia social, de equidad y de facilidad de acceso al Derecho, propios del Código Napoleónico.
Debe reconocerse a Napoleón, quien, en medio de las guerras, mantuvo el interés de que los ciudadanos tuvieran un marco normativo claro y coherente, algo que no importa en esta época. Hace décadas se perdió la elegantia iuris con la cual se redactaban las leyes en Guatemala. La falta de sindéresis al legislar en muchos temas críticos nos tiene en un caos normativo mayúsculo. Ahora, se impuso la incertidumbre, madre de la injusticia y la impunidad que padecemos.
Marco Vinicio Mejía

Profesor universitario en doctorados y maestrías; amante de la filosofía, aspirante a jurista; sobreviviente del grupo literario La rial academia; lo mejor, padre de familia.
Correo: tzolkin1984@gmail.com
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