Gabriela Carrera | Política y sociedad / FÍJESE USTED
Sobradas razones para enojarnos hay hoy en día. No alienta abrir los periódicos de mi país y leer la sección de nacionales, ni tampoco anima la suma de problemas que hemos visto en los últimos meses. Imágenes de muerte en fronteras, de comunidades enteras desalojadas y obligadas a vivir en condiciones indignas. Líderes asesinados, la canasta básica que aumenta y las condiciones salariales que se mantienen inmóviles. Siempre pobreza, violencia, racismo. Tiene razón, hay que enojarse.
Lo que quiero decir hoy debería de escribirse en otras condiciones, no en medio de una crisis de democracia, de abuso de poder, de irrespeto a los valores políticos más básicos. No en medio de una lucha desenfrenada por mantener la impunidad, de impedir que la justicia sea una realidad en Guatemala. De los intentos más absurdos de querer negarnos vivir en paz. Se habla de dictadura y de totalitarismo, y se siente como si estuviéramos a dos pasos de cambiar la definición de nuestro sistema político.
Es una crisis política que vivimos en lo cotidiano, desde nuestro cuerpo, desde adentro, donde se palpita y donde se respira. Hay preocupación, incertidumbre, un ambiente pesado. Un poco de insomnio, cansancio. Preguntas, muchas. Una sensación de siempre estar al borde del abismo. Vuelvo a decirlo, hay más razones de las necesarias para enojarse. Y debe ser un enojo profundo, intenso, de la clase de enojo que nos mueve a hablarle a otro, a contarle por qué estamos como estamos, que nos arroja a las calles y nos hace vernos a los ojos con los otros.
Pero también quiero hablarle de ese encuentro, me rehúso a negármelo. Este país puede doler mucho, pero con contadas excepciones le niega una sonrisa. Intente ese ejercicio, cuide su esperanza y su alegría: mientras vaya por la calle, al mercado, cuando esté en el tráfico, y de ventana a ventana se tope con otro conductor, sonríale a alguien más. Al estar en un café y a quien se lo despache, si le toca tardar unos minutos en una sala de espera, mientras camina hacia el bus, vuelva a sonreír. Sonría las veces que sea necesario para recordarse que esa esa sonrisa es lo que nadie nos puede quitar y es la que defendemos cada vez que nos enojamos por cómo están las cosas en el país en el que vivimos. No rechace ese derecho, no lo deje de lado.
Hoy, eso es todo.
P. D.: si fuera en otro momento, escribiría que mi papá fue quien me dijo que debía sonreír mucho, que abría puertas, que abría corazones. Tenía razón. Desde ahí me ha maravillado la sonrisa: la de mi sobrino cuando saluda a su abuelo, la de mi amiga que está encontrándose a sí misma y me cuenta, la de mi madre cuando la encuentro haciendo una fechoría ingenua, la del señor que nos vendió las naranjas y nos encaminó a la manifestación antes de tomar el últimos bus para su hogar. Esas sonrisas, las diarias, a las que me aferro, son las que me recuerdan porque sigo creyendo en que otra Guatemala es posible, una más digna, siempre más digna.
Gabriela Carrera

Creo firmemente que la política y el poder son realidades diarias de todos y todas. Por eso escogí la Ciencia Política para acercarme a entender el mundo. Intento no desesperanzarme, por lo que echo mano de otros recursos de observación como los libros y las salas de cine. Me emocionan los proyectos colectivos que dejan ver lo mejor de las personas y donde el interés es construir mundos más humanos.
Un Commentario
Excelente consejo, y es muy saludable. Felicitaciones Gabriela.
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