-Rosa Tock Quiñónez / PERISCOPIO–
En un reciente seminario sobre comunicación política en España, Manuel Castells, renombrado sociólogo español, explicaba a su audiencia que en una era en que las plataformas político-partidistas tradicionales parecieran ya no ser las más determinantes en el actuar de los políticos y la ciudadanía, la comunicación emocional se impone para llevar a cabo cambios sociales mayores. Al estudioso le interesan las relaciones de poder, no solo desde la esfera de las instituciones y del Estado, sino particularmente el poder como capacidad de influencia y persuasión.
La influencia y persuasión son del dominio del Estado, pero claramente cada vez más de aquellos que luchan por el cambio de una hegemonía por otra hegemonía, citando a Antonio Gramsci. Como indica Castells, allí donde hay dominación, hay una resistencia que se manifiesta en la construcción de alternativas en las mentes de las personas. Es decir, transformar la narrativa dominante, cuya fuente son los movimientos sociales que producen nuevos proyectos sociales y cambian la cultura.
Castells parte de la base que estudios de neurociencia han confirmado que los humanos nos regimos primeramente por las emociones y que estas construyen nuestros pensamientos. Acorde a la ciencia y en contraposición con la arraigada tradición de la razón cartesiana, indica que primero sentimos y luego pensamos en función de lo que sentimos, lo cual es clave en la comunicación política. Y enuncia las principales emociones negativas que llevan al cambio social o cultural: el miedo y la rabia; y una positiva: la esperanza. Esta última es el motor de la rabia, al ofrecer una suerte de luz al final del túnel que llama a una acción colectiva.
A la luz de estas categorías, resulta oportuno analizar las últimas manifestaciones cívicas contra el denominado Pacto de Impunidad en Guatemala, cuyo punto más tenso se produjo en las vísperas del 15 de septiembre y ese mismo día frente al Congreso de la República. Es indiscutible que la rabia ha estado a flor de piel y es la que ha energizado la movilización ciudadana aunque, similar a las jornadas cívicas del 2015, predominantemente en los cascos urbanos. Los ciudadanos, indignados contra el presidente que equivocadamente eligieron, han utilizado una serie de medios audiovisuales por medio de las redes sociales para persuadir y agitar a la ciudadanía y encauzar la transformación de una cultura de corrupción e impunidad, por una de honestidad y rendición de cuentas.
Así, los centenares de pancartas en las calles, los memes y hashtags por las redes sociales, los microrrelatos de los testigos frente al Congreso, los videoreportajes de medios de comunicación alternativos, la espontaneidad de jóvenes artistas que acompañan con canciones la protesta, todas estas expresiones tienen como fin empezar a transformar el ethos de un país subsumido en la narcocorrupción, en uno que sea éticamente viable para las próximas generaciones. Alguien algún día tendrá que darse a (o continuar con) la tarea de hacer una curaduría de todos los relatos colectivos y el cambio de narrativas que se están produciendo, incluyendo el de la las contranarrativas que desean reproducir el poder de la vieja política, incluso usando viejas tácticas de desinformación desfasadas.
Ahora bien, de la emoción se debe pasar a acciones más concretas. La esperanza debiera transformarse en viabilidad política que no tire al traste con la ilusión de tantos ciudadanos que no encuentran puerto a sus demandas. Hoy es el #ParoNacional20S con tres demandas mínimas: renuncia de diputados implicados en el pacto de corruptos y de Jimmy Morales, y reforma de la Ley Electoral y de Partidos Políticos. Pero el proyecto político nacional todavía necesita construirse, advierte Virgilio Álvarez, cuando indica que otra batalla, “la de la de la clarificación política, la de la construcción de una cultura democrática responsable, no se inicia.” Y esta debe ser incluyente, como opina Rigoberto Quemé Chay al recordarnos que “la resistencia indígena debe valorarse como un importante elemento sociopolítico de ejercicio de auténtica ciudadanía”.
Siendo que, como dice Castells, la ley principal de la sociedad es la tensión entre poder y contrapoder, resta ver cómo las nuevas narrativas dominantes o hegemónicas de la coyuntura ceden o no a aquellas que se resisten a morir, y aquellas que también consideran convivir en igualdad de oportunidades en ese anhelado país de la decencia.
Fotografía por Rosa Tock.
Rosa Tock Quiñónez

Politóloga y especialista en políticas públicas. Nací en Guatemala y ahora vivo en Minnesota, Estados Unidos. Desde hace varios años trabajo en el sector público, dedicada a la tarea de estudiar, analizar y proponer políticas públicas con el propósito de que la labor del gobierno sea más incluyente, democrática, y fomente una ciudadanía participativa.
2 Commentarios
Interesante análisis que resalta la dialéctica entre poder y contrapoder yla relación con la hegemonia.
¡Gracias por leer y comentar!
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