El último vuelo de Ángel (a 35 años de la tragedia)

-Jaime Barrios Carrillo | ENSAYO

Todo el mundo, es un decir, recordará que fue en el municipio de Mejorada del Campo, en las afueras de Madrid, donde se estrelló aparatosamente en el año de 1983 el vuelo 011 de Avianca procedente de París. Fue terriblemente aparatoso, como todo avionazo, la nave chocó tres veces con colinas y árboles antes de convertirse en un infierno de chatarra en llamas. Era un jumbo Boeing 747 que había sido bautizado como El Olafo, en alusión a que había sido comprado o alquilado, no me queda claro, a la empresa SAS de Escandinavia. Acorde a las rigorosas investigaciones del siniestro, la causa del accidente fue una falla humana, un garrafal error de los pilotos combinado con cierta mala comunicación con el personal de tierra a cargo de radares. Cegó la vida de 181 personas y hubo, milagrosamente, 11 sobrevivientes.

Dentro de la lista trágica de fallecidos estaban cuatro nombres destacados de literatura latinoamericana: Ángel Rama, crítico uruguayo, su esposa la también crítica de Arte Marta Traba y dos novelistas: el peruano Manuel Scorza y el mexicano Jorge Ibargüengoitia, todos con destino a Bogotá donde participarían en un Encuentro de la Cultura Hispanoamericana, convocado por Belisario Betancourt Cuartas, presidente de Colombia. También perdieron la vida en el siniestro aéreo dos pintores colombianos residentes en Paris, Jairo Téllez y Tiberio Vanegas así como la pianista catalana Rosa Sabater.

La noticia de la tragedia conmovió al mundo artístico e intelectual de toda Latinoamérica. Se perdía un par de brillantes críticos que habían hecho época y marcado diferencia. Además de la erudición, capacidad analítica y literaria, eran ambos, Rama y Traba, dos representantes de los anhelos democráticos del continente, marcado entonces todavía por el fierro tánico de las dictaduras militares.

El diario español El País daba la información sobre el encuentro de esta manera: «Más de 150 intelectuales hispanohablantes han participado en el I Encuentro de la Cultura Hispanoamericana, que se clausura esta madrugada en Bogotá. Se rindió homenaje a los poetas españoles que formaron el grupo conocido como la generación del 27 y se recordó a los cinco intelectuales que fallecieron en Madrid, camino del Encuentro, en el accidente del jumbo de Avianca.»

Se perdían dos novelistas de gran originalidad. Manuel Scorza y Jorge Ibargüengoitia, ambos de 55 años, que no habían alcanzado sus máximas posibilidades y plenitud como escritores.

Scorza había retomado el legado de José María Arguedas (intensidad poética e interculturalidad) integrando en sus novelas Redoble por Rancas (1970), Historia de Garabombo el Invisible (1972), El jinete insomne (1977), Cantar de Agapito Robles (1977) y La tumba del relámpago (1979), mezclaba elementos del realismo mágico con mitos precolombinos, dentro de contextos histórico y sociales. Pero en su última novela, La danza inmóvil (1983) rompía con el ciclo de novelas relacionadas con las luchas campesinas y realizaba una inmersión urbana y cosmopolita en París fusionando un péndulo argumental con la vida amazónica. La crítica norteamericana Marcy E. Schwartz considera que La danza inmóvil es un ejemplo de novela latinoamericana producida internacionalmente. Scorza revela el papel de París como parte de una red comercial de centros de publicación que se apropia de la narrativa latinoamericana. «La novela satiriza con desdén la dependencia de los escritores con respecto a París, exponiendo sus mecanismos de control literario. La trama de la novela incluye la historia de su propia producción dentro de una meta narrativa innovadora que irónicamente critica la producción transnacional de una gran parte de la narrativa contemporánea latinoamericana.»

El otro escritor es Jorge Ibargüengoitia quien vivía un exilio voluntario en París, con su esposa inglesa Helene Joy Laville Perren, desde donde bombardeaba periódicos y revistas con artículos críticos e informativos donde no faltaba el humor y la ironía. Ibargüengoitia era un verdadero francotirador que usaba bazucas textuales cargadas de proyectiles de explosiva sátira. Ya en su primera novela Los relámpagos de agosto (1964) había disecado el oficialismo y la revolución institucionalizada de México. Siguieron las novelas Maten al león (1969), Estas ruinas que ves (1975), Las muertas (1977), Dos crímenes (1979) y Los pasos de López (1982).

Durante los últimos cuatro años antes de la tragedia área, Ibargüengoitia se había concentrado en una gran proyecto narrativo, una novela sobre Maximiliano y Carlota la Loca. Este manuscrito lo llevaba consigo en el avión de Avianca para seguir trabajándolo en los momentos libres que le quedaran en Bogotá. Se había resistido un poco al principio de hacer el viaje pero Marta Traba, entusiasmada ahora con su reivindicación colombiana y consciente de la apertura que ofrecía el Encuentro convocado por el presidente Betancourt, lo había parado convenciendo. Ibargüengoitia perdió además de la vida la novela inédita que llevaba. El tema, sin embargo, lo recogería otro novelista mexicano, Fernando del Paso, que residiría en París entre 1985 y 1988 y quien publica la reputada novela Noticias del Imperio en 1987.

A los nombres de escritores y críticos se suma los dos artistas plásticos colombianos. El joven y animoso pintor Jairo Téllez, que vivía en una buhardilla a inmediaciones del Boulevard de la Chapelle y llevaba una vida de bohemio y artista trashumante en París con su pareja la artista alemana Chantal Kreutzer. Pasaba penurias a pesar de que era hijo de un pudiente ganadero, las cuales paleaba vendiendo el mismo sus pinturas y dibujos a amigos y conocidos. Téllez había decido viajar a Colombia con el propósito de participar en una producción cinematográfica. Las fechas de filmación se adelantaron y el joven artista colombiano decidió viajar antes y solo, su novia alemana llegaría semanas después pues tenía compromisos inevitables. Y el algo más consagrado artista y también escultor Tiberio Vanegas que también vivía en París. Vanegas traía consigo casi toda su producción hecha en Francia que para desgracia del arte latinoamericano despareció con el artista entre las llamas.

Tras el accidente no faltaron rumores exagerados y especulaciones infundadas, que fueron desde una supuesta bomba terrorista hasta la inclusión de Ernesto Sábato entre las víctimas, debido seguramente a la confusión con el apellido Sabater de la pianista barcelonesa que falleció en la tragedia. En algún momento se mencionó, falsamente también, al escritor español Fernando Savater. Otro escritor erróneamente incluido al principio fue Alfredo Bryce Echenique. Además del rumor de que Augusto Monterroso providencialmente había perdido el vuelo. Pero Monterroso se encontraba en ese momento a más de diez mil kilómetros de distancia en México.

Lo que si sucedió en la realidad fue la extraña manera de cómo el cadáver del escritor Manuel Scorza fue reconocido por sus hijos Ana María y Manuelito que viajaron a Madrid. Manuelito reconoció el antifaz que usaba su padre para dormir y también una hoja de papel bond escrita a máquina que se había pegado al cuerpo semicalcinado y que estaba corregida con la letra del novelista.

Es preciso anotar algo sobre la relevancia de la pareja Rama/Traba. El errante par se había conocido en un congreso en Caracas en 1966 y desde entonces habían vivido en cinco diferentes países. Rama fue proscrito por la dictadura militar en su propia patria y no podía retornar. La pareja se la pasaba desde 1974 dando cátedras entre Estados Unidos, Europa y Latinoamérica. Ángel Rama se había confrontado al gobierno de Reagan, lo que condujo a que no se le renovara el permiso de residencia. Marta Traba había vivido en diferentes ciudades, Caracas, París, Montevideo, San Juan, Princeton, Barcelona, México D.F. y Washington, desde su expulsión de Colombia en 1968 después por haber hecho declaraciones críticas de la represión del ejército colombiano en la toma de la Universidad Nacional. El régimen de Lleras Restrepo la acuso de «intervenir en los asuntos internos del país». Pero en 1982, el gobierno de Belisario Betancourt la había reivindicada y otorgado la ciudadanía colombiana. En 1983 vivían en París gracias a una beca Guggenheim y Rama planeaba y estructuraba una obra de gran aliento en que revisaría históricamente la literatura latinoamericana.

Ángel Rama llegó a ser el gran crítico latinoamericano de tres cuartos de siglo. Valga decir que del Uruguay se han proyectado a todo el continente una estirpe de críticos y de periodistas culturales: Carlos Quijano, Emir Rodríguez Monegal, José Pedro Díaz, Carlos Real de Azúa, Eduardo Galeano, Miguel Ángel Campodónic, Ida Vitale, Homero Alsina Thevenet y Jorge Ruffinelli. Ángel Rama fue, como otros, marcado por una publicación histórica y emblemática, la revista Marcha editada en Montevideo por Quijano. Rama desarrolló una crítica multidisciplinaria en donde el contexto histórico, social y cultural se connubió con análisis enjundiosos y agudas observaciones objetivas de obras y creadores. Sus conceptos de ciudad letrada (plasmado en un libro póstumo) y el de transculturación narrativa presentado en Transculturación narrativa en América Latina (1982) se convirtieron en claves que cambiaron la faz de la crítica literaria en el continente. Rama dirigía el gran proyecto latinoamericano Biblioteca Ayacucho impulsado en Venezuela.

Marta Traba era en el momento de su trágica desaparición en Mejorada del Campo, una de las voces más prístinas, más aceradas, más convincentes de la crítica artística y la estética de América. Con su libro Dos décadas vulnerables en las artes plásticas latinoamericana había puesto sobre la meza la discusión y análisis de la contemporaneidad del arte latinoamericano. Traba había también abierto brecha para la compresión y estima del arte abstracto y conceptual.

Ambos se sentían cómodos en París. Marta Traba se recuperaba admirablemente de un cáncer de seno descubierto tres años antes. Ángel Rama estructuraba un trabajo de gran aliento sobre la literatura continental. Decidieron comprar una gata, acaso como símbolo de que la estancia parisina sería prolongada. Alquilaban un confortable apartamento, tenían lazos intelectuales y académicos de primer orden y la base económica estaba asegurada con la beca. Ángel Rama cinco años antes dejó escrito en su diario: «Difícil pensar mi vida sin Marta. Me acostumbraría, como a tantos estados ásperos, pero sólo externamente. Estoy hecho con ella y sólo con ella me entiendo.»

La fatídica noche cenaron algo ligero y cada uno hizo algunas llamadas de despedida o para hacer algún encargo. Habían dejado a alguien encargado de regar las plantas, ver que la gata tuviera lo que necesitaba y recoger y ordenar el correo. El mundo parecía ordenado y apacible. Unos veinte minutos después de las diez de aquel 27 de noviembre de 1983, en el aeropuerto Charles de Gaulle, tomaron juntos el vuelo hacia la muerte.


Imagen tomada de Entre Letras.

Jaime Barrios Carrillo

Columnista, escritor, investigador, periodista nacido en 1954 y residente en Suecia desde 1981, donde trabajó como coordinador de proyectos de Forum Syd y consultor de varias municipalidades. Excatedrático de la Universidad de San Carlos, licenciado en Filosofía y en Antropología de las universidades de Costa Rica y Estocolmo.

2 Commentarios

José 25/04/2021

Usted sabe el nombre del unico guatemalteco en la lista de ese fatidico vuelo 011 de avianca en Madrid en 1983??

Luis Pedro 20/11/2018

Muy buen artículo sobre un hecho históridco que afectó y conmovió a la cultura latinoamericana.

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