Luis Melgar Carrillo | Política y sociedad / PUNTADAS SIN DEDAL
Guatemala, hace un poco más de medio siglo, era una ciudad apacible, de gente amable y risueña. La gente saludaba cuando pasaba enfrente. Los conductores de vehículos se detenían para darle paso al peatón. Se manejaba más despacio. Se respetaban los pocos semáforos que había y en general se sentía paz, en medio de las comodidades de las grandes ciudades. Se percibía, de muchas maneras, las actitudes de una población amorosa y desinteresada. Sin embargo, algunas de esas características poco a poco han ido cambiando.
Cada vez aumenta más la tensión. Con el devenir del desarrollo, parece como que se ha estado acercando al modelo de las grandes ciudades. En las metrópolis se vive en una jungla, en la cual las otras personas son los principales enemigos y agresores. Los gestos y las palabras de mucha gente y, en general, las actitudes que se observan en las grandes urbes demuestran que allí, verdaderamente, el hombre es el lobo del hombre.
Lo triste que se ha comenzado a vivir en la llamada tacita de plata, es que con el crecimiento, Guatemala se está alejando a pasos acelerados de la tranquilidad de hace algún tiempo. Una manera de confirmar esta aseveración es haciendo una pequeña encuesta de actitud. Fácilmente se podrá confirmar que hoy día de cien personas desconocidas que se cruza en la calle, quizás una o dos saludan o brindan una actitud de aprecio. La mayoría quita la cara cuando se les mira de frente. Tal vez veinte devuelven un saludo que se les haga. Pero muy pocas toman la iniciativa de hacerlo.
Poco a poco esta capital se está acercando a lo que sucede en otras capitales, en las que si se le pide la hora a un desconocido, se recibe una mirada de recelo Posiblemente lo haga pensando que quien pregunta le puede tratar de quitar su celular o su reloj.
A medida que pasa el tiempo, se ve a más y más personas ensimismadas pensando cada una en su propia situación. Concentradas en su celular. Sin importarle un comino lo que le suceda a los demás. Las expresiones de mucha gente denotan cada vez más la angustia, el estrés, la pena y, en muchos casos, el dolor. Da la apariencia de que un porcentaje cada vez mayor de personas está dejando la felicidad que se notaba hace pocos años. Algunas hasta demuestran amargura con sus actitudes. A simple vista pareciera que desaparece poco a poco el paraíso que fue esta bella ciudad.
Uno de los índices de evaluación de estos cambios se puede tomar cuando se va al trabajo durante lo que se llama horas pico. En el calor del tráfico se tiene la oportunidad de conocer la tensión acumulada que proyectan muchos conductores.
Mucha gente, en el afán por llegar temprano, comienza a mostrar la agresividad que ha venido acumulando. Una persona aparentemente calmada, equilibrada y socialmente adaptada, de pronto, al sentirse con el poder que representa ir detrás de un volante, se vuelve malcriada, abusiva y hasta agresiva. A veces basta con que se cometa un error leve cuando se maneja un automóvil, para que reciba un estridente bocinazo, un insulto y hasta una amenaza.
Cantinflas definió un segundo como la medida del tiempo que transcurre entre que el semáforo cambia a verde, y la persona que va manejando atrás suena la bocina. Las bocinas a veces son verdaderas alarmas con las que se equipan a los automóviles para asustar a otros choferes y peatones. Las luces altas son cada vez más potentes y se usan como una nueva manera agresiva de imponerse. Se dice que hay casos en los que por un bocinazo se ha llegado a matar.
Actualmente es raro que un conductor ceda el paso cuando otro trata de entrar a una avenida. Ya no digamos los taxistas o conductores de autobuses quienes, por su forma de manejar, dan la apariencia de haber sacado su licencia de conducir en la caja de hojuelas de maíz de Kellogg’s. Quien tiene un automóvil pequeño debe viajar a la defensiva, pues los autobuses, los camiones y en general los carros grandes se le echan encima en un alarde de fuerza y de potencia.
Sin embargo, lo que se observa en el tránsito es solamente la punta del iceberg. Lo que se proyecta al el volante es una ebullición que, a manera de válvula de escape, refleja el infierno interior que vive el dueño del estrés. Gran parte de las tensiones tienen su origen en las frustraciones que se tuvieron siendo niños. Haber recibido golpes y castigos por falta de logros fue un método de enseñanza en el pasado. El azote que recibieron muchos pequeños por sus bajas calificaciones trae un recuerdo que quedó profundamente grabado.
Hoy día, por la influencia de los medios de comunicación, principalmente de la televisión, la mayoría de las personas desea vivir el confort de los personajes de Hollywood. Para poder hacerlo, la gente se esfuerza tratando de hacer más cosas en menos tiempo. El esfuerzo por realizar en poco tiempo muchas cosas es a lo que se le llama vivir bajo presión. La dinámica de la vida presenta obstáculos. La presión trae consigo la posibilidad de generar tensión ante estos obstáculos. La tensión se deriva de la amenaza inconsciente de volver a ser castigado ante la frustración. La consecuencia final: estrés.
¿A qué se debe el estrés de las personas extrañas con que se cruza diariamente en la calle? ¿Cuál es la causa del aparente enojo? ¿Por qué se mira tanto dolor? Las respuestas no son fáciles. Pero se puede afirmar que si no se produce un cambio, muy pronto se va a vivir la experiencia de otras grandes ciudades. En Estadios Unidos, algunos asesinos sentenciados a muerte han manifestado que su agresividad fue un deseo de vengarse por dolores sufridos en la infancia.
Resentido es la expresión que califica a alguien que vuelve a sentir. Re-sentir es volver a sentir. Se le llama resentido al que proyecta agresividad. Eso sucede cuando se toca un timbre en el cerebro que activa un dolor que se haya sentido en el pasado. Un resentido es, pues, un amargado. La amargura se puede detectar por sus síntomas: quejarse, murmurar, agredir y deprimirse son algunas formas de hacerlo, y quizás haya muchas más. El extremo de la agresión es el homicidio. El de la depresión, el suicidio. Pero no son los síntomas los que se deben aliviar, sino la raíz que los produce y esta es la amargura.
En Guatemala se ha comenzado a vivir ese mundo estresante cargado de posibilidades de recibir golpes y agresiones. ¿Sus habitantes se van a dejar contagiar por esa vorágine? ¿Se va a continuar estresando la población? ¿Se va aceptar que el estrés sea parte del precio que se tiene que pagar por el progreso y por el desarrollo? ¿Podrá cada ciudadano hacer algo por sí mismo? La decisión es personal. El infierno que cada uno viva, también es personal.
Cargar con el estrés es como cargar un muerto, con la diferencia de que el muerto va en el interior de quien lo permite. Por el estrés no se le puede echar la culpa a los políticos, cada quien deberá tomar conciencia de su situación. Si se comienza a pasar por alto las impertinencias de los demás, se está contribuyendo con un grano de arena para conformar un ambiente mejor. Que Dios nos ayude y enseñe el camino para que esta bella gente de Guatemala aprenda a ignorar todo aquello que la irrita. Que nos ayude también para aprender a olvidar los dolores asimilados. Que Dios nos dé la gracia para que aprendamos a tener paciencia, sobre todo cuando estamos en el tránsito.
Imagen tomada de Soy502.
Luis Melgar Carrillo

Ingeniero Industrial, Colombia 1972. Máster en Administración de Empresas, INCAE 1976. Autor de 9 libros (tres aparecen en Google). Autor de 50 artículos (24 en gAZeta, Guatemala 2018; 20 en revista Gerencia, Guatemala 1994-95). Director de Capacitación (Asociación de Azucareros de Guatemala). Director de Recursos Humanos (Polymer-Guatemala). Excatedrático en universidades de Costa Rica, Guatemala y Tepic, México. Residencia en Tepic.
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