María Alejandra Privado | Arte/cultura / LA MAGIA Y LO COTIDIANO
El jueves, olvidé ponerme el reloj por la mañana y me sorprendí a mí misma revisando mi muñeca «desnuda» constantemente, buscando hallar la hora, y encontrándome con una sensación de incertidumbre al no saber exactamente el tiempo que me quedaba para llegar a mi destino, el tiempo que tenía para tomarme el café antes de entrar a impartir mi clase en la USAC o el tiempo restante antes de finalizar el periodo de clase. Casualmente, como parte del curso que imparto, reflexionamos sobre el disciplinamiento del tiempo dentro del capitalismo. Las y los estudiantes participaron activamente y se creó un ambiente de discusión rico e interesante, con los más variados ejemplos cotidianos y vívidas reflexiones sobre el uso del tiempo en la actualidad. No pude evitar sentir en el cuerpo, el peso de ese liviano objeto que llevamos en la muñeca y que poco a poco ha ido siendo sustituido por nuestros teléfonos inteligentes.
El tiempo, que medimos por las agujas del reloj en su implacable marcha. Inevitablemente, hallé el sentido de las palabras de Julio Cortázar (2016:549): «cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire». «No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj». Cortázar expresa muy bien cómo el reloj se ha constituido en la cristalización del control de nuestras vidas, a través del tiempo.
Max Weber, en su Ética protestante y el espíritu del capitalismo, nos narra de forma admirable el modo en que el disciplinamiento de la vida, a partir de cierto ethos protestante, tuvo una interrelación importante en la consolidación del capitalismo no únicamente como modo de producción, sino como práctica de vida y modelo civilizatorio. El tiempo, tan preciado para pensadores como Benjamin Franklin, empezó a concebirse en todo su potencial «productivo»: «Piensa que el tiempo es dinero: quien pudiendo ganar con su trabajo diez chelines al día se va a pasear medio día, o se queda en su habitación, no debe calcular, si sólo se gastara seis peniques en sus diversiones, que sólo se ha gastado eso, sino que tiene que calcular que se ha gastado otros cinco chelines más, o, mejor aún, que los ha derrochado» (Weber, 2001:57) (cursivas añadidas). Esas palabras las he escuchado desde niña: «quien te roba tiempo, te roba dinero», repetía mi mamá citando a mi abuelo. El tiempo entonces, no transcurre, se gasta, y lo mejor es no desperdiciarlo, porque «el tiempo perdido, hasta los santos lo lloran». Sin embargo, esto no fue siempre así.
E.P. Thompson, en su Tradición y revuelta de clase, expone de forma clara y brillante la transformación que significó la generalización del uso del reloj en la cotidianeidad; cómo pasó de ser un accesorio de lujo a simbolizar el poder que implicaba el control del tiempo de otros en el trabajo industrial, la medida de su disciplinamiento. Más aún, el reloj, tal como lo afirma Cortázar, pasó a ser un pequeño calabozo personal con el que medimos nuestra vida, sin necesidad ya del reloj de las torres, de las catedrales o de pared. El reloj se volvió parte de nuestro impulso vital, ese que mide en segundos, minutos y horas el tiempo –siempre escaso– de trabajo, el tiempo en el tráfico, el tiempo para ver televisión y para jugar con nuestr@s hij@s. El tiempo de «ocio», que tal como lo afirma Thompson, «[e]n una sociedad capitalista madura hay que consumir, comercializar, utilizar todo el tiempo, es insultante que la mano de obra simplemente «pase el rato» (1984:285). No es casualidad que uno de los principales destinos para «pasar el tiempo» sean los centros comerciales, cada vez más numerosos y llenos de espacios de «entretenimiento» para niñ@s y adult@s, o simplemente con corredores amplios para «caminar». Esto debido no solo al consumismo imperante, sino también a la casi nula existencia de parques, de espacios públicos gratuitos para el esparcimiento. Así, el ocio es también exclusividad de unos pocos que pueden pagarlo.
Ernesto Sábato, en La resistencia, nos dice: «Ahora la humanidad carece de ocios, en buena parte porque nos hemos acostumbrado a medir el tiempo de modo utilitario, en términos de producción. Antes los hombres trabajaban a un nivel más humano, frecuentemente en oficios y artesanías, y mientras lo hacían conversaban entre ellos. Eran más libres que el hombre de hoy que es incapaz de resistirse a la televisión». Y a todas las «pantallas», cabría decir hoy día.
Así, la reflexión sobre el tiempo como una categoría no neutral sigue siendo de suma importancia hoy día. Así también, la lucha contra la deshumanización del tiempo del reloj, haciéndose necesario «el disparo a los relojes de París», como nos narra Sergio Tischler (2008), como medida para la emancipación respecto del tiempo del trabajo capitalista, en la búsqueda por vivir nuestro propio tiempo, un tiempo de vida digna y plena.
Referencias
1. Cortázar, J. (2016). Cuentos completos 1 (1945-1966). España: Debolsillo.
2. Sábato, E. (2000). La resistencia. Argentina: Editorial Planeta.
3. Thompson, E. P. (1984). Tradición, revuelta y consciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial. (Traductora Rodríguez, E.). (2a. ed.). España: Editorial Crítica.
4. Tischler, S. (2008). Los disparos de los obreros de París contra los relojes en 1830 y la toma de San Cristóbal de las Casas por indígenas zapatistas en 1994. Algunas notas sobre la discontinuidad. Bajo el Volcán. 7 (Núm. 13), pp. 155-159.
5. Weber, Max. (2001). La ética protestante y el «espíritu» del capitalismo. Traducción de Joaquín Abellán. España: Alianza Editorial.
Fotografía por Fabrizio Verrecchia, tomada de Unsplash.
María Alejandra Privado

Socióloga dos veces, mi mayor pasión es la reflexión acerca de la expresión estética, en especial, la música. Maravillada de experimentar cómo el arte -entendido en toda su amplitud y complejidad- se nos mete por la piel y nos conecta con la vida…
Correo: ma.aleprivado@gmail.com
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