-Francisco De León / MEMORIAS DE UN VIAJERO–
Antes de dar respuesta a la pregunta de Manuel nos vimos rodeados por un grupo de adolescentes un poco mayores que nosotros que venían saliendo de uno de los salones, traían en la mano papelitos, se notaban preocupados y se escuchaban al aire comentarios como “¿Qué te tocó a vos?” “La flor” contestaba el otro, “Yo no sé que voy a decir de la flor”. Otro decía “…¿Y a vos qué te tocó?”, “la familia”, “a mí sobre las vacaciones”, “a mí sobre mi traida muchá, tengo que hablar sobre mi traida”, etcétera.

Del salón donde salieron al inicio los estudiantes de pronto salió un hombre con barba de candado, de pelo liso negro y corto que usaba camino en medio, camisa blanca de manga larga y “corbatín de conde”, y les dijo a los estudiantes: “Tienen quince minutos para preparar la plática. Ya saben que tienen que tener una presentación, un nudo y un desenlace y la tienen que exponer en tan solo tres minutos porque los tengo que escuchar a todos”.
Este tiene la voz de locutor igual que la señora que llegó a la oficina, pensé yo, y al chavo que estaba más cercano a mi le pregunté: “¿De qué es esta clase?” Él me respondió: “Esta no es ninguna clase, es un curso de voz y dicción”. “De voz y dicción. ¿Qué es eso?” Al que le pregunté se hizo la momia, siguió viendo su papelito con aires de inteligente y ya no me paró bola. Sin embargo, una chica que estaba escuchando mi pregunta me dijo: “Es para aprender a hablar en público, para que no te sintás con miedo cuando tengás que dar alguna plática. Bueno vos estás muy chirís todavía y no sabés nada de eso, pero cuando estés en el bachillerato y te toque exponer entonces sí te va a servir de mucho”. Me sentí como bestia en ese momento, sin embargo me interesó mucho, le dije a Manuel y Rivas que nos quedáramos a ver de qué se trataba la cosa. Manuel estaba un poco asustado pero me dijo que me hacía ganas, que no había clavo que su papá llegaba tarde ese día. Rivas se chiveó y en ese momento se zafó, dijo que ya estaba oscureciendo y que mejor se iba. Le pregunté a la chava que me había informado si nos podíamos quedar a ver de qué se trataba el curso, ella me dijo que le preguntara al “maestro” Rolando, que él era el profesor del curso. Al principio no nos animábamos, pues el “maestro” –como le decían– estaba contestando dudas y dando explicaciones, pero en un momento quedó libre y le preguntamos si nos podíamos quedar a escuchar las exposiciones. La respuesta fue afirmativa, nos dijo que “el curso estaba abierto para todo aquel que quisiera participar”.
Cuando comenzó el tiempo de las exposiciones, todos entramos al salón. Nunca había estado en un salón de la antigua Facultad de Medicina, me pareció impresionante ver los hemiciclos que parecían una galería de cine de lujo. Nos sentamos con Manuel en la parte trasera del salón, en su parte más alta y en un lugar donde no pudiéramos ser vistos para que no se nos preguntara nada. Vimos todas las presentaciones, escuchamos los comentarios que el maestro hacía a cada uno de los expositores, sobre la forma de mover las manos, la posición del cuerpo, la vocalización, la acentuación de algunas palabras, en donde fijar la mirada en momentos de nerviosismo, entre otros. Esa noche cambió algo en mí, me sentí diferente, como parte de algo y con la gran emoción de regresar al día siguiente.
De regreso a casa, no hacíamos más que platicar y platicar sobre lo mismo, nos despedimos en la puerta de mi casa no sin antes ponernos de acuerdo para regresar al día siguiente al TAU, a pesar de que ni siquiera sabía qué significaba el TAU ya lo sentía familiar.
Al entrar a la casa, le conté lo sucedido a mi familia, luego fui a mi cuarto, saqué de la bolsa de mi pantalón el papel que me había dado Lotty, lo desdoblé emocionado como quien ha encontrado un tesoro, lo empecé a leer, decía algo así como “El Teatro de Arte Universitario ofrece cursos de voz y dicción, actuación, locución, teatro francés, español, etcétera., totalmente gratuitos, inscríbete”. En ese momento supe qué significaba TAU, pero no sabía en qué consistía realmente, mucho menos los cursos, así que me di a la tarea de preguntar, preguntar y preguntar.

Manuel y yo eramos un par de ixchocos con mucho entusiasmo, con ganas de hacer cosas en la vida. Por un azar del destino nos cruzamos primero con las paralelas y luego con el TAU. Nuestro entusiasmo pudo más que nuestro temor escénico y nuestra curiosidad y esfuerzo por “hacer teatro” fue más grande que el talento que podíamos tener. Desde ese momento me volví parte del TAU, sus maestros , personal y alumnos se convirtieron en amigos entrañables como Adolfo Hernández, Lotty Alvarez, Catarino Alvarez, Carlos Mencos, Zoila Portillo, Enrique Dávila, Rolando Cáceres, Víctor Manuel Pérez y Roberto Oliva, entre otros.
Carlos Mencos era la figura principal del TAU en aquellos años, tenía una personalidad que la hacía sentir tan solo con su presencia. Inspiraba respeto, a la vez que una profunda confianza y sabiduría al momento de dar acotaciones o instrucciones en los ensayos, y a nosotros los aprendices y alumnos nos trataba con mucho respeto. Siempre nos preguntaba si nos sentíamos a gusto con lo que estábamos haciendo.
Carlos, como buen amante y conocedor del llamado teatro clásico realizó montajes teatrales impecables, cuidaba del detalle más pequeño en el escenario y sus producciones estaban a la altura de ser presentadas en cualquier teatro del mundo. Lo vi actuar en uno de sus últimas producciones, el montaje de El generalísimo caerá, su calidad de actor era incomparable.
De los montajes que el TAU realizó durante la época de Carlos Mencos, se guardaba el vestuario y la utilería en el sótano del paraninfo. Allí encontrábamos floretes, espadas, sables, botas, pelucas, peluquines, barbas, bigotes, etcétera, estaban empacados con sumo cuidado y los podíamos prestar y utilizar en nuestros ensayos para caracterizar de mejor manera nuestros personajes.
Recuerdo que el TAU tenía una gran biblioteca en donde se podían encontrar las mas variadas obras de teatro, así como libros de texto sobre vestuario, escenografía , iluminación, actuación y un archivo de afiches y programas de lo realizado por el TAU desde 1948. Allí me enteré que Carlos Mencos había sido uno de sus fundadores, que el TAU había montado algunas de la obras de Manuel Galich como La mugre y Viaje de ida y vuelta, del Chilam Balam, profecías y rituales, El sacrificio del ángel y una respuesta del diablo, El espejo con la luna rota, entre otras. Así como los montajes de Electra de Sófocles y Los Persas de Esquilo. También de la gira que se había realizado por Europa con la puesta en escena de Estampas del Popol Vuh.

El TAU tenía también sus leyendas, por ejemplo se contaba sobre Carlos Obregón quien había interpretado magistralmente El príncipe del Escorial de Kurt Becsi y que se encontraba en París como luminotécnico del Teatro del Sol. A Carlos lo conocí después cuando regresó a Guatemala en los años ochenta y se hospedó en casa de Adolfo Hernández, con él, con Josué Sotomayor, Jorge Rojas, Adolfo de Paz y David Vivar fundamos el Espacio Teatral La Galera que posteriormente llamamos Espacio Cultural La Galera, cuya autoría se adjudicó el Bolo Flores en uno de sus libros.
Empecé a asistir al curso de voz y dicción, realmente ese fue mi primer nexo con el TAU, eso lo hice conjuntamente con Manuel. Estudiamos luego locución, teatro español y teatro francés. Nos involucramos de lleno en las actividades teatrales, con especial gusto por el maquillaje, la escenografía y la luminotecnia. La primer obra de teatro en la que participamos fue El médico fingido de Lope de Rueda, bajo la dirección de Rolando Cáceres, el “maestro de voz y dicción”. Nos presentamos en el Conservatorio Nacional de Música. Luego llegaron otros montajes, ensayos y proyectos. El TAU fue el semillero de algunos actores que luego formaron parte de Teatro Vivo y de otros grupos de teatro que surgieron para participar en los festivales guatemaltecos de teatro que se presentaban cada año en la Universidad Popular.
Mi estancia en el teatro fue muy larga y el TAU mi primera escuela de teatro donde me formé y después trabajé por muchos años como luminotécnico y jefe de producción. En el Paraninfo Universitario se desarrollaron algunos de los acontecimientos más significativos en mi vida que me formaron como profesional y artista. Siempre que llegaba allí tenía como costumbre ir a su patio principal y echar un vistazo para constatar si las paralelas aún se encontraban. Cuando las veía me imaginaba estar allí con mis otros compañeros, era como afianzar el inicio de una historia que aún no termina.
Francisco De León

Arqueólogo, antropólogo forense, ambientalista, teatrista e investigador. Residente en Suecia desde el 2003 donde ha trabajado en temas de medio ambiente, antropología social y consultor de proyectos de migración para las municipalidades y la dirección del mercado de trabajo sueco. Excatedrático de la USAC y actualmente profesor invitado para las universidades de Uppsala y Gotemburgo.
11 Commentarios
Muy interesante conocer esa parte de tu vida, la manera como lo narrás me ha hecho sentir como si hubiera estado allí. Abrazos a la distancia
Gracias manito sabes que leyendo tu apreciado artículo me transportaste a que tiempos aquellos tengo muy bellos momentos y los recuerdo cómo si fueran ayer gracias y que Dios te bendiga saludos de joel Mendoza
Muy interesante tu relato. Sigue escribiendo. Trasladas tus vivencias muy amenas.
Gracias por compartir sus historias, muy interesante y hasta me hizo imaginar estar en ese lugar y momento, porfavor continúe escribiendo.
Gracias licenciado. Realmente necesitamos las nuevas generaciones conocer más de la historia de nuestro teatro y sobre todo en voces calificadas como la suya. Esperamos más entregas. Felicitaciones.
Muy bueno! Espero más relatos del autor .
Hasta hoy leí su relato,lo felicito, momentos históricos e inolvidables,saludos
Que bien que se publicó la segunda parte de la historia del TAU. La esperaba con mucho interés.
Muy interesante tu relato. Bendiciones
Parte de la Historia de nuestro Teatro Guatemalteco contada de una forma tan amena y por alguien que vivio personalmente las experiencias. Espero que el autor nos ofrezca mas de sus memorias.
Excelente relato Pancho. Historias que deben ser conocidas por la juventud, pues son parte de la historia del teatro guatemalteco. saludos. lo compartiré.
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