El TAU (I)

-Francisco De León / MEMORIAS DE UN VIAJERO

En 1974 inicié mi relación con el arte escénico. Había terminado la escuela primaria y con mi familia nos habíamos mudado hacia un sector más céntrico de la ciudad capital. Cuando inicié mis estudios secundarios en el Instituto Rafael Aqueche, en la jornada vespertina, solía caminar con otros compañeros del mismo instituto desde mi casa, situada en la 15 calle y avenida Elena, hasta “El Aqueche”.

Comenzábamos cada día nuestra caminata bajo el ardiente sol de marzo desde las 11 de la mañana, nos juntábamos en la entrada del Cine Popular, con los zapatos bien lustrados, recién bañados y peinados, pero luego de caminar por más de 15 minutos empezábamos a oler a ropa recién planchada.

En nuestro trayecto al Aqueche teníamos por costumbre hacer una “parada técnica” en la antigua Facultad de Medicina, con el objetivo de hacer ejercicios en las barras paralelas que se encontraban en el patio mayor, justo al lado izquierdo de la entrada principal interior del laboratorio de Anatomía. Competíamos con los estudiantes de medicina, más que todo en ejercicios de resistencia en las barras, luego hacíamos una especie de almuerzo con los panes con frijoles que llevábamos para la “refa del recreo” de las dos y media de la tarde. La caminata continuaba hasta empezar nuestra jornada de estudios a la una de la tarde. A la salida del a Aqueche repetíamos la misma rutina, aterrizando de nuez en el Paraninfo para seguir con los ejercicios en las paralelas hasta que caía la noche.

En esos días nos enteramos de que la Facultad de Medicina se estaba trasladando al campus de la Universidad de la zona 12, y que las instalaciones de la Facultad se utilizarían para actividades culturales. Yo no sabía de qué se trataba nada de eso y en ese entonces solo pensaba ejercitar mi cuerpo y llegar a tener la figura y la habilidad de Bruce Lee.

Mi primera pregunta sobre el traslado de la Facultad se la hice a Macario, el guardián del edificio. Mi inquietud era si las barras paralelas también serían trasladadas, pues de ser así ya no tendríamos donde hacer ejercicio, ya que el gimnasio del Aqueche estaba todavía en construcción y en nuestra situación de patojos pelados no podíamos pagarnos un gimnasio. Macario me dijo que no sabía nada de eso, pero que podíamos preguntar en el segundo nivel de la Facultad, en el ala izquierda, en el último salón del corredor, que allí había comenzado a funcionar una oficina de actividades culturales de la Universidad, que preguntara por don Carlos, que él era el “señor encargado de estas nuevas oficinas” pero que él no trabajaba de día, que solía llegar a partir de las 7 de la noche.

Después de la Semana Santa, llegamos una tarde de jueves, como de costumbre, para hacer nuestros ejercicios en las paralelas y nos encontramos con Yango, un “charamilero” (como acostumbramos llamar en Guatemala a aquellas personas que han caído en la batalla por la vida a consecuencia de la bebida) que en su juventud había sido médico y que solía dar discursos en el patio de la Facultad de Medicina en donde los estudiantes le preguntaban sobre tratamientos y diagnósticos de enfermedades (con el tiempo Yango llegó a ser nuestro amigo y compartió con nosotros muchos momentos interesantes en nuestra vida hasta que en un día frío de noviembre de un año que no recuerdo, lo encontramos muerto en uno de los jardines exteriores del Paraninfo Universitario a consecuencia de una neumonía).

Luego de saludar y escuchar parte de la exposición magistral de Yango, nos dirigimos con Manuel y Rivas (mis compañeros de esa época) a indagar la suerte que correrían “las paralelas de Medicina”. A pesar del tiempo que llevábamos de asistir religiosamente a los patios de la Escuela de Medicina, nunca nos había dado curiosidad ingresar a sus aulas, solo conocíamos como la palma de nuestra mano las instalaciones del laboratorio de Anatomía. En él habíamos visto y escuchado las exposiciones de los alumnos de Medicina ante los cadáveres que se encontraban en ese recinto. Inclusive los conocíamos de memoria y sabíamos qué enfermedades habían padecido en vida, aunque por razones de pleno respeto no se conocían públicamente los nombres de los cadáveres, solo sus apodos, sin embargo las aulas y ese segundo nivel del ala izquierda eran para nosotros un misterio.

Subimos las escaleras que se encuentran en el lobby del Paraninfo. Junto con nosotros subieron también otros estudiantes que llevaban unos papeles amarillos en sus manos. Al final de las gradas cruzamos hacia el corredor izquierdo, a nuestra izquierda vimos varias puertas, a la derecha la baranda desde donde se aprecia el patio lateral izquierdo de la Facultad, se escuchaba y veía todavía a Yango subido en una banca y rodeado por al menos unos 35 estudiantes. Al fondo del corredor estaban construyendo unos cubículos de madera que rompían totalmente con el estilo arquitectónico del edifico.

Después de echarle un último vistazo a Yango, llegamos a la última puerta del corredor, donde, justo en su entrada, se encontraba un enorme escritorio que impedía la entrada al salón sin previo aviso, el escritorio estaba repleto de documentos apilados en sus extremos, en la parte delantera del escritorio había un letrero que decía:

Loty Alvarez
Secretaria
TAU

Detrás del letrero había una enorme máquina de escribir y detrás de ella estaba Lotty quien escribía rápidamente. Ella era una mujer gordita y de corta estatura, de cabello negro largo con camino en medio, cara redonda y sus pómulos y labios bastante pronunciados. Al darse cuenta de nuestra presencia solo nos hizo un gesto con su mano izquierda que significaba que nos esperáramos un poco, para darse tiempo a terminar de escribir.

Luego de unos minutos, que nos parecieron una eternidad, por fin termino la hoja que tenía metida en la máquina, con los ojos llorosos y un semblante triste, nos dijo:

“Buenas noches jóvenes. ¿En qué les puedo servir?”

Yo le dije:

“Queremos hablar con don Carlos, pues según nos dijo Macario –el guardián- aquí lo podíamos encontrar.”

Lotty me preguntó si éramos nosotros los estudiantes que haríamos la prueba para el papel de la obra El generalisimo caerá, que don Carlos Menkos Deka estaba dirigiendo. Yo me quedé en blanco, no sabía de qué me estaba hablando, antes de que pudiera contestarle entró una mujer muy guapa de mediana estatura, delgada, de cabello negro, muy elegantemente vestida, con una sonrisa de de oreja y dijo:

“Buenas noches jóvenes, buenas noches Lotty. Lotty, quisiera saber si ya terminaste de tipear el libreto, pues lo vamos a necesitar para poder empezar a ensayar mañana viernes.”

Yo trataba de entender qué era lo que ella decía y me preguntaba qué significaba “el libreto” y “los ensayos”, pues nunca había escuchado decir nada de esto, sin embargo una de las cosas que más me impresionó de ella fue su voz, era clarísima, parecía que estuviera hablando a través de un micrófono, de inmediato hice relación con la locutora que leía las noticias en “Cuestión de minutos”, el telenoticiero de canal 3 de aquellos años.

Lotty le respondió que precisamente acababa de terminar la última hoja del libreto, que en cuanto llegara Fito se pondrían a trabajar en el tiraje y que le prometía que antes de irse le dejaría listo todo para el día siguiente.

Zoila Portillo, la persona que llegó a preguntar por el libreto, dio las gracias, luego se nos quedó viendo y nos dijo “Bienvenidos al TAU muchachos, es bueno ver gente joven que se interese en el arte”. En ese momento sonó el teléfono, Zoila desapareció no sé por donde y nosotros nos quedamos esperando que Lotty respondiera la llamada. Como si le hubiéramos preguntado algo, ella nos dijo “Dice don Carlos Mencos que no subirá hoy, que se quedará ensayando en el Paraninfo, que por favor vengan mañana a la misma hora y entonces los podrá atender».

Nunca terminamos nuestro mandado, solo dijimos que regresaríamos al día siguiente y nos despedimos. No habíamos caminado más de tres pasos cuando Lotty nos llamó y nos dijo: “Esperen, esperen, llévense estos programas, son de las actividades de este año del TAU”. Recibimos las hojas, eran de color amarillo, tamaño carta dobladas a la mitad, todavía recuerdo el logotipo del TAU, no le dí mayor importancia, lo doblé y lo metí en la bolsa trasera izquierda de mi pantalón. No quería ser yo el primer mulita en preguntar qué significaba TAU, sin embargo, antes de terminar de pensarlo, Manuel nos preguntó “¿Qué significa TAU muchá?”


Continuará.

Imagen tomada de Hemeroteca, Prensa Libre.

Francisco De León

Arqueólogo, antropólogo forense, ambientalista, teatrista e investigador. Residente en Suecia desde el 2003 donde ha trabajado en temas de medio ambiente, antropología social y consultor de proyectos de migración para las municipalidades y la dirección del mercado de trabajo sueco. Excatedrático de la USAC y actualmente profesor invitado para las universidades de Uppsala y Gotemburgo.

Memorias de un viajero

4 Commentarios

Irma de Pinto 21/09/2017

Como quien dice que te iniciaste en el teatro por accidente. Me quedaré esperando la continuación. Bendiciones

Thelma Porres 21/09/2017

Me encantó. Todos vivimos experiencias que nos hicieron crecer. Muy importante conocer los inicios del TAU, con esas intimidades que enriquecen la narrativa. Esperó la segunda parte…

Sergio V 20/09/2017

Excelente narrativa esperamos la continuación

Julio César Santos 20/09/2017

Muy buena narración de los inicios y raíces verdaderas del TAU, uno de los elencos emblrmáticos del teatro guatemalteco.

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