-Claudia Navas Dangel / ORDINARIA LOCURA–
Se llamaba Juan, quería ser marimbista y periodista, le dije que seríamos colegas. Lo veía vendiendo periódicos, cuando yo iba al centro en la mañana. Pasó el tiempo y dejé de verlo, quizá me olvidé de él en ese trajín que nos envuelve en la cotidianidad. Hace poco, pasé por donde solía encontrarlo, pensé en él, pero no lo vi. Le pregunté al patojo que lo reemplazaba en la venta de diarios en dónde podría encontrarlo, él sonrió y con un dejo de melancolía me dijo «al Juancho lo mataron hace meses». Quise saber por qué, pero los carros detrás del mío empezaron a bocinar y el que ocupaba su lugar caminó en busca de compradores entre las hileras de autos.
Dos días después fui a buscarlo para saber qué había pasado y me dijo que lo habían baleado junto a su tía cerca de donde vivía.
Cada día veo en los periódicos nombres de niños, de adolescentes y de adultos que mueren a causa de la violencia. Esas noticias ya son algo normal en este lugar de caos y las obviamos, pero al pensar en alguien conocido, lleno de sueños e ilusiones, lleno de vida, muerto así, mi corazón se oprime y siento rabia, una rabia que debería consternarnos a todos con cada persona que muere por violencia.
En estos casi dos meses del año, los medios de comunicación ha reportado decenas de menores de edad muertos por violencia: balas perdidas, por estar en el lugar equivocado, por vivir en una zona «roja», como Juan o por haber encontrado en la delincuencia un espacio que le fue negado en la educación, en un hogar.
Al pensar en Juan y en que sus manos ya no tocarán la marimba y sus historias no podrán ser leídas, no puedo dejar de pensar en todos esos nombres de niños muertos y pasan por mi mente como créditos de una película que finaliza, ridículo no, la vida de ellos apenas amanece. No puedo dejar de pensar en todos esos niños maltratados, golpeados, que trabajan desde muy pequeños, que son explotados, que son vendidos, en esos niños sin pupitres, con escuelas sin techos, en los niños que no tienen acceso a salud, que no tienen comida, en las pesadillas que tendrán cada noche reviviendo las horribles experiencias de sus días.
Juan ya no está, muchos niños y jovencitos han muerto y la impunidad sigue reinando en este país, a pesar de las leyes, a pesar de los convenios; la niñez sigue desprotegida, vulnerable, olvidada.
Un Gobierno entra y otro sale y las condiciones de vida de la niñez y juventud no cambian. Los que tienen suerte sobreviven en un país en donde las oportunidades son una utopía, en donde el más fuerte termina con el más débil, se llenan de rencor, de impotencia, de licor, de drogas, de tristeza y de llanto.
Juan creyó que podría cambiar la historia de su familia con sus palabras impresas en ese papel que vendía, pintaría el mundo de soluciones y lo amenizaría con un son acompañado de orquesta, pero unas balas hicieron pedazos esos sueños. Te abrazo al infinito Juan.
Claudia Navas Dangel

Periodista, mamá, catedrática de periodismo y literatura. Lectora y redactora nocturna de algo parecido a los cuentos, gestora cultural, comunicadora y gatera.
Un Commentario
Guatemala es un país paradójico, celebra muchas cosas, defiende a ultranza el derecho a la vida, pero desprecia a sus niños y a sus ancianos.
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