El síndrome de Prometeo

Luis Felipe Arce | PUERTAS ABIERTAS

Prometeo encadenado es una leyenda mitológica de la antigua Grecia, atribuida originalmente a Esquilo.

En ella se relata la tragedia del portador del fuego, el legendario Prometeo, el titán amigo de los mortales que robó el fuego del carro de Apolo y lo trajo a la Tierra para beneficio de las criaturas humanas, provocando así la ira de los dioses, los cuales no querían que los hombres fueran como ello. El castigo a Prometeo por su osadía y desobediencia fue horrible; atado con cadenas, los cuervos roían su hígado, que se renovaba constantemente. Prometeo, se había apoderado de la vida y la luz del fuego y deseaba poner tal don en manos de los humanos, de almas ignorantes y apenadas a los que los mismos dioses habían creado.

Este mito es recurrente con variados acordes, en una gran diversidad de culturas antiguas.

En el Génesis se conoce como la «historia del jardín del Edén» y su relación con el árbol de la vida, «el Árbol del bien y el mal». En esa fábula, Dios les prohíbe a Adán y Eva comer del árbol del conocimiento y les dice que si no le obedecen están «condenados a morir».

Si bien, la libre elección existía antes de comer la fruta, desde los más remotos tiempos de la creación, el acceder al conocimiento ha estado limitado a la gran mayoría de los seres humanos para evitar que estos tengan derecho al saber y al beneficio de la duda.

Desde siempre, las religiones y las clases privilegiadas de las sociedades han marcado su territorio con el temor como base, generalizado en dogmas y supercherías tendientes a mantener ofuscados a los pueblos, limitándoles el acceso al conocimiento y la información, parámetros necesarios para poder entender el papel cómo protagonistas de sus propias historias.

Basados en iniquidades y argumentos falaces y recurrentes, los poderosos de siempre han dominado a su sabor y antojo las realidades cotidianas y los destinos de los pueblos, alimentando eso sí, la ignorancia y la sumisión de sus habitantes.

En nuestro país, esa tendencia se acentuó con mayor fuerza desde la época colonial impulsada básicamente por la iglesia, los peninsulares y los criollos que crearon el Estado guatemalteco como «una invención orquestada para explotar la mano de obra indígena en donde el «indígena» fue un producto de la colonia, creado por la opresión» (Severo Martínez Peláez, La patria del criollo).

Alguien dijo, hace mucho tiempo, que es necesario estudiar y comprender la historia para poder entender la realidad actual y no volver a cometer los mismos errores. Esta historia, en consecuencia, no es más que una orquestada secuencia de hechos, programada desde las más altas esferas del poder, para mantener incólumes sus granjerías y beneficios obtenidos desde la colonia hasta nuestros días, en base al chantaje, la explotación, la manipulación, la humillación, la desfachatez, la prepotencia, la tergiversación de la realidad, el abuso de poder y los negocios turbios bajo la mesa. Un pueblo con acceso a la educación y la cultura es un pueblo que puede vivir en paz y libertad.

Ya lo decía el apóstol José Martí:

«La madre del decoro, la savia de la libertad, el mantenimiento de la república, el remedio de los males es, sobre todo lo demás… la propagación de la cultura».


Imagen, Heinrich Füger, Prometeo trae el fuego a la humandiad, tomada de Wikimedia commons.

Luis Felipe Arce

Guatemalteco. Ingeniero civil. Por varios años gerente de Producción para Centroamérica de una conocida corporación mundial en la fabricación de materiales refractarios y aislantes. Actualmente, consultor independiente.

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