-Virgilio Álvarez Aragón / PUPITRE ROTO–
Todo hace suponer que la indignante corrupción, evidente y clara, que correo al actual gobierno y a las distintas instancias del poder, será un mal difícil de erradicar.Los que la practican han encontrado mecanismos para acallar las protestas y seguir con su comportamiento ilegal y dañino.
La indignación ciudadana parece no ser suficiente, haciendo patente que las clases medias urbanas aún se mueven más al gusto y mandato de las élites económicas, que por imperativos éticos universales. Fue solo que el principal financista y dirigente de Fundesa dijera que a él le parecía honrado y honesto el presidente, y junto a él, obvio está, toda la camarilla oportunista que le secunda, para que la paz y la calma volvieran a las calles y las plazas. Callaron las vuvuzelas y los tambores. No habrán más verbenas cívicas sabatinas, mucho menos en días laborales.
Ejemplo claro de este silencio cómplice resultó la conmemoración del veinte de octubre. Habiendo sido la única gesta que consiguió reunir, en igualdad de condiciones, a los distintos sectores de la sociedad, apenas grupos de trabajadores y estudiantes universitarios, ahora en mayor número y con un liderazgo claro, se dispusieron a celebrarla, aprovechando para insistir en las demandas contra la corrupción. Las clases medias mayoritariamente decidieron quedarse al margen, evidenciando que el discurso fraccionalista e inmovilista, que por décadas el proyecto contrainsurgente diseminó, aún predomina en el pensar y sentir de esos y casi todos los sectores de la sociedad.
La Revolución del cuarenta y cuatro estableció, por primera vez en el país, una democracia efectiva. Si Juan José Arévalo consiguió vencer a Adrián Recinos, por una marcada y abultada mayoría, fue porque contó con el apoyo de amplios sectores de clase media y alta, quienes para entonces apoyaban la democracia y, en consecuencia, la decencia en la gestión pública. Y, si concluido su sexenio, el candidato oficial obtuvo una más que aplastante votación, fue porque esos sectores se vieron favorecidos por los cambios producidos.
No obstante, la propaganda y desinformación anticomunista vino a oscurecer los análisis y las simpatías, la que luego de más de sesenta años tiene aún bulliciosos voceros y, por lo visto, mucha población cautivada. Si al grito de ¡comunistas! los ciudadanos se interpelan asustados, tratando que el adjetivo no sea dirigido a ellos para no saberse endemoniados, la absolución que Felipe Bosch y Antonio Maluf pronunciaron a favor de Jimmy Morales vino a romper los escasos vínculos que las clases medías tenían con la lucha anticorrupción. El temor a saberse señalados de comunistas o algo parecido ha paralizado a gruesos sectores de la clase media, optando por rezongar en voz baja y tragarse su posible descontento.
Tras el manto del anticomunismo se han protegido por décadas oficiales del ejército, políticos, industriales y comerciantes para cometer toda clase de fechorías y delitos. Todo hace suponer que ahora, con el falso supuesto de la estabilidad económica, que reconfigura el anticomunismo con otros matices pero con las mismas intenciones, esos mismos grupos de delincuentes y abusadores seguirán limitando el desarrollo social y político del país, interesados únicamente en sus ganancias.
La corrupción se adueñó de la vida pública, y la población ha tenido que aceptarla para asegurar su sobrevivencia. Nada separa las palabras absolutorias de Bosch, Maluf y asociados, de las del vicepresidente Cabrera. Banalizar la corrupción, considerando a todos corruptos como él, y decir que quien manejó de manera impropia los fondos de campaña y recibió un ilegal bono no es corrupto, es poner la realidad de cabeza, donde quien no roba ni trafica influencias debe ir al cadalso y quien se apropia de los bienes públicos e inclumple la ley de deber ser llamado de “chapín de oro”.
Todo parece que, a pesar de las decisiones de los jueces, de llevar a juicio a los principales corruptos del grupo Patriota, la reconversión cultural y política del país se quedará estancada.
A los políticos y millonarios de ahora les importan más sus negocios presentes que el futuro del país. No logran entender que, con esas prácticas, económicamente pronto estaremos peor que el Congo y Zimbabue, e internacionalmente más aislados que Corea del Norte. Es de esperar, por lo tanto, que las cada vez más escolarizadas y globalizadas clases medias rompan el cerco del discurso inmovilista y, distanciadas de la élite económica y sus absoluciones oportunistas, se dispongan a luchar por un país que, de no hacerlo, se lo heredarán en pedazos y desértico a sus descendientes.
Fotografía tomada de Wikimedia commons.
Virgilio Álvarez Aragón

Sociólogo, interesado en los problemas de la educación y la juventud. Apasionado por las obras de Mangoré y Villa-Lobos. Enemigo acérrimo de las fronteras y los prejuicios. Amante del silencio y la paz.
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